Linz, ciudad amada por Hitler, capital cultural de 2009
Una muestra sobre los proyectos del 'führer' para ese municipio siembra la polémica en Austria
Adolf Hitler de niño. Con sus compañeros en la escuela. Con sus padres. Y, sobre todo, el führer, ante megaproyectos para convertir la ciudad austriaca de su adolescencia, Linz, en una urbe de la cultura, una gran metrópoli a la medida de sus infinitos delirios de grandeza. Algo de todo ello se exhibe hasta el 22 de marzo en el Schlossmuseum de Linz. Son el testimonio de las múltiples e incómodas caras de un monstruo que aún hoy se hacen difíciles de contemplar sin sentirse sobrecogido y que se muestran sin atisbo de crítica en La ciudad cultural del führer, una exposición que pretende centrar el arranque de la capitalidad cultural europea concedida a Linz en 2009 compartida con Vilnius (Lituania). Ambas ciudades recogen el testigo de Liverpool (Reino Unido) y Stavanger (Noruega).
El problema -y la polémica subsiguiente- está en que en la exposición se elude cualquier atisbo de crítica hacia la figura del dictador. Y la justificación del responsable del proyecto Linz' 09, Ulrich Fuchs, es que se pretende recuperar la memoria, aunque ésta sea tan infausta como la de Hitler.
La muestra se centra en las aspiraciones del dictador para la ciudad en la que creció y que deseaba convertir en la capital cultural de su imperio con un gran museo que albergase las mejores obras de arte requisadas a judíos durante la II Guerra Mundial. Esa pinacoteca tendría en sus paredes goyas, rembrandts o rubens, obras de los grandes maestros de la pintura de las que se fueron apropiando los nazis durante la guerra procedentes de mecenas y coleccionistas judíos.
En unos paneles, casi escondidos, se recoge, seis décadas después, el testimonio gráfico de varios artistas contrarios al régimen, como Simon Wiesenthal o Ida Maly, que fue asesinada en un centro psiquiátrico en el que fue ingresada tras serle diagnosticada esquizofrenia. Sí están bien visibles, por el contrario, los cuadros con la clase de temáticas que apasionaban a Hitler, como aquellos destinados a ensalzar la raza aria.
Sustentada en documentos fotográficos y textos, la muestra refleja con precisión las huellas del nacionalsocialismo en la ciudad y cómo la presencia de Hitler en 1938 en Linz fue vitoreada por miles de vecinos que llegaron de los distintos municipios de la Alta Austria para jalear al dictador. La exposición trata de ser un testimonio de por qué Hitler eligió la ciudad para sus proyectos frente a la más cultural Viena. "No quiere ser una apología de la ideología nacionalsocialista de Hitler, sino un testimonio de por qué Hitler se decidió por Linz", señalan los responsables de la exposición.
"No asumir el pasado significa no asumir nuestra historia", aseguraba esta semana una joven visitante de la muestra. "Yo no tengo nada de lo que arrepentirme porque yo no estuve allí, pero no se puede olvidar que en la ciudad había 850 judíos en 1938 y después quedaron 40. Aunque lo cierto es que no es posible hablar del desarrollo de esta ciudad sin el impulso que le dio Hitler".
Algunos de aquellos planes que el führer tenía para Linz están llevándose a cabo en estos días de fervor previo a la capitalidad cultural. Como, por ejemplo, un gran teatro para la ópera. Aquel proyecto no se hizo realidad en vida del führer. Sí, en cambio, tomó forma la construcción de una empresa siderúrgica para fabricar armamento, o el puente de los Nibelungos, que hoy cruza majestuoso el Danubio a su paso por Linz, y que fue edificado por presos checos, polacos y procedentes del campo de concentración de Mauthausen entre 1938 y 1940.La llegada en 1938 del dictador fue jaleada por miles de personas
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.