México investiga el accidente en el que murió el secretario de Gobernación
Junto a Mouriño viajaba un alto cargo de la lucha contra los narcotraficantes
Juan Camilo Mouriño se parecía mucho al México con el que sueña el presidente Felipe Calderón. Tenía 37 años, se había formado en Estados Unidos y trabajado en España, utilizaba la sonrisa y el diálogo para tender puentes con la oposición y su máxima obsesión era acabar de una vez -y al precio que fuera- con los viejos estigmas de la corrupción y el narcotráfico. Además, era su amigo. Tal vez el mejor amigo de Calderón y sin duda el hombre fuerte de su Gobierno. Por eso, al atardecer del martes, cuando la avioneta en la que viajaba el secretario de Gobernación junto a sus más cercanos colaboradores se estrelló en pleno centro de la Ciudad de México, la sospecha de un atentado o quizá de un sabotaje conmocionó al país.
El Ejército rodeó el aeropuerto de San Luis de Potosí -de donde había partido la aeronave con las nueve personas, seis pasajeros y tres tripulantes, que fallecieron después- y Luis Téllez, el secretario de Comunicaciones y Transportes, pronunció una enigmática frase que, en vez de tranquilizar, alimentó el desasosiego: "No se puede rechazar la hipótesis de un accidente".
Por si fuera poco, junto a Mouriño viajaba un hombre al que los señores de la droga se la tenían jurada. José Luis Santiago Vasconcelos había dedicado 15 años de su vida a perseguir, encarcelar y deportar a un sinfín de narcotraficantes. Durante el mandato de Vicente Fox fue el máximo responsable de la lucha contra el crimen organizado y ahora trabajaba con Mouriño en una reforma penal que habría de hacerle la vida más difícil a los delincuentes. Su cabeza tenía precio. En diciembre pasado, sicarios del cartel de Beltrán Leyva fueron detenidos cuando se dirigían a la casa de Vasconcelos armados con fusiles de gran potencia. El funcionario no había ocultado en entrevistas recientes que su trabajo, a veces, le daba "mucho miedo". Su familia vive protegida por el Ejército.
Con estos mimbres y la situación del país -más de 4.200 personas han sido asesinadas en lo que va de año-, no es de extrañar que a la conmoción por el fallecimiento de las nueve personas a bordo de la avioneta se uniera el temor de un atentado. Los ciudadanos pudieron ver por televisión los esfuerzos de los bomberos por apagar la gran columna de fuego que subía desde el Paseo de la Reforma. Los testigos hablaban de que "el piso se cimbró, la luz se fue al instante y un calor asfixiante dominó toda la zona". Los conductores trataban de huir del lugar y el centro de la ciudad, ya de por sí colapsada por el tráfico, se hundió en el caos.
Lo que nadie fue capaz de decir a ciencia cierta es si la aeronave, una Learjet con capacidad para 15 ocupantes, explotó en el aire o sólo se incendió al estrellarse. La versión oficial descarta por el momento la posibilidad de sabotaje. Una comisión de expertos, en la que participan peritos estadounidenses, investiga el suceso. La cifra oficial de fallecidos asciende a 13, los nueve a bordo del avión y cuatro transeúntes. Hay más de 40 heridos, siete de ellos graves.
El presidente Calderón, que se encontraba en Jalisco, regresó rápidamente a la Ciudad de México y lo primero que hizo fue hablarle a la nación desde el hangar presidencial del aeropuerto. Vestido de luto y visiblemente afectado, dijo: "Pido a los mexicanos que ningún acontecimiento, por doloroso que sea, nos haga desfallecer en la búsqueda de un México mejor". Juan Camilo Mouriño, al que los íntimos llamaban Iván, había nacido en Madrid de padre español -el actual dueño del Celta de Vigo- y madre mexicana. Estaba casado y tenía tres hijos.
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