Medicamento
A las personas que acuden al cursillo necesario en los procesos de adopción se les pregunta por qué quieren un hijo. Los pobres solicitantes se quedan paralizados temiendo suspender en el teórico. A los padres biológicos nadie nos preguntó cuál fue la razón por la que trajimos un niño al mundo. En estos días leo y escucho el curioso apelativo con el que se nombra al bebé que, nacido tras una selección de embriones, ayudará a su hermano a superar una enfermedad mortal: Medicamento. Esto me ha hecho imaginar cuáles serían los motes con los que podríamos adornar a nuestros hijos teniendo en cuenta la manera en que fueron concebidos: Bebé Ogino (mi generación), Bebé descuido, Bebé antes-de-llover-chispea, Bebé borrachera, Bebé salva-matrimonios, Bebé sustituto-del-hijo-que-se-nos-fue, Bebé violación, Bebé penalti, Bebé anti-soledad, Bebé ella-se-empeñó, Bebé Deseado, Bebé se-me-pasaba-el-arroz, Bebé inseminado, Bebé probeta (éste es histórico), etcétera.
Antes de nuestro nacimiento fluye una historia de la que poco sabemos, no porque se trate de un capítulo secreto sino porque, en general, las parejas que no deseaban una criatura olvidan su falta de deseo cuando la tienen entre los brazos, y aquellas otras que se sometieron a mil tratamientos por conseguir un embarazo no suelen dar cuenta a los hijos del trabajo que costó concebirlos. Son los embarazos los que tienen adjetivos, los bebés carecen de ellos. No sé quién fue el cretino que se inventó este estúpido apodo, Bebé Medicamento, pero la prensa, en su afán reduccionista, lo ha repetido hasta hacerlo odiosamente popular. Incluso con la sana intención de defender su existencia ante las protestas de la Iglesia, el mote revela una falta imperdonable de respeto. Tanto ponerles bandas en los ojos a los niños de los famosos y olvidan que un bebé tiene un nombre. Éste se llama Javier.
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