Economía de vuelo sin motor
La economía española atraviesa su peor momento desde el Plan de Estabilización de 1959, aunque la población aún no lo sienta en toda su magnitud. Lo más grave es que nuestros dirigentes están desnortados limitándose a tomar medidas contra la crisis financiera, cuando lo que debería preocuparles es que nuestra capacidad productiva potencial se haya reducido. Somos más pobres y deberíamos asumirlo. Nos enfrentamos primordialmente a una crisis interna que requerirá un ajuste macroeconómico durante los próximos años, y no a un shock macroeconómico exterior.
¿Por qué hemos llegado hasta esta situación? Porque, una vez en la Unión Monetaria, España ha conocido unas tasas de inflación superiores a la eurozona y condiciones monetarias demasiado laxas. Durante la fase de expansión económica, ello habría exigido de gobiernos del PP y PSOE una política fiscal contracíclica y mayor esfuerzo fiscal: mayor contención del gasto y superávit públicos ambiciosos. Pero estas políticas laxas han permitido que nuestra economía se recaliente, generando liquidez en exceso y alimentando la burbuja inmobiliaria.
Para afrontar la crisis, España necesita unos nuevos Pactos de La Moncloa
Desde que los mercados se convencieron en 1996 de que España entraría en la zona euro, la prima de riesgo se estrechó drásticamente. Crecer con tipos de interés reales alemanes ha estimulado la expansión de la demanda interna sin el correspondiente incremento de la producción nacional, al tiempo que ha ampliado el déficit exterior y ha aumentado la inflación y deteriorado nuestra competitividad-precio exterior.
Estos desequilibrios macroeconómicos nos pasan ahora factura. Exhibir un déficit exterior del 11% del PIB sale caro; significa que hemos consumido e invertido con el ahorro extranjero (100.000 millones de euros) y que tenemos que devolver ese préstamo. No hay más que ver cuánto han crecido las transferencias al exterior por el pago de intereses (-2,4% del PIB en 2007), cómo el stock de deuda bruta exterior es superior al 200% del PIB, o cuántas dificultades tienen nuestros bancos para obtener financiación exterior y a qué coste la consiguen. Además, el diferencial de precios acumulado desde 1998 con la zona euro ha sido del 10%, y el de costes laborales unitarios, del 12,6%.
En otras palabras, la economía española ha funcionado desde 1996 como un planeador de vuelo sin motor empujado hacia arriba por las corrientes de ladera que recibíamos de la eurozona (windfall effect) y aprovechando las corrientes térmicas de las burbujas inmobiliarias. Al anochecer, las térmicas se han agotado, la inversión residencial se ha contraído en el primer semestre, nuestro sector industrial lleva el mismo camino y, mientras tanto, hemos perdido un tiempo precioso para construir un motor eficiente y barato, con maquinaria tecnológicamente avanzada y pilotado por una mano de obra cualificada. Ahora descendemos con el planeador..., pero sin motor.
Esta situación ya la conocimos durante 1986-1992 cuando España entró en la Unión Europea y en el SME. Entonces, el recalentamiento produjo presiones sobre los precios que, como en una olla exprés, fueron aliviadas quitando la espita y dejando salir el vapor para que, mediante devaluaciones substanciales de la peseta, la economía se ajustase. Sin embargo, dentro del euro no podemos dejar escapar el vapor del recalentamiento ni utilizar la devaluación exterior: tenemos que aliviar la presión mediante una devaluación y ajuste internos. Estar protegidos en la eurozona no sale gratis y exige respetar su regla áurica: el ajuste empieza en casa.
De modo que, aparte de abandonar el euro y dejar flotar libremente una nueva moneda, opción que no defiendo por sus elevados costes a largo plazo, ¿qué métodos podríamos utilizar para instrumentar dicha devaluación interior? El primero estribaría en reducir los costes laborales unitarios en porcentajes similares a los diferenciales de precios y costes acumulados desde 1998, es decir, un 10-13%. Dadas las dificultades para aumentar la productividad del trabajo a corto, reducir los costes laborales (salarios y seguridad social) en un 10-13% sería doloroso cuando el aumento de los costes laborales unitarios ha sido debido fundamentalmente al bajísimo crecimiento de la productividad. Otra alternativa, menos dolorosa, consistiría en combinar una reducción de costes laborales con un aumento del IVA y una reducción del impuesto de sociedades, situándolos en los niveles superior e inferior, respectivamente, imperantes en la UE, lo cual afectaría positivamente las expectativas empresariales y cebaría la inversión privada.
Cualquier sendero de devaluación interior es doloroso, con el agravante de que, cuanto mayor sea el éxito en materia de desinflación, más elevado será el tipo de interés real y más costosa será la salida de la crisis. La actual mayoría parlamentaria es insuficiente para hacer aceptable lo inevitable. Además del actual pacto de rescate, necesitamos unos Pactos de la Moncloa II para que, por un lado, los partidos acuerden las medidas fiscales y asuman los costes políticos del ajuste, y, por otro, los interlocutores sociales pacten salarios, productividad y otros aspectos del mercado laboral. La ausencia de pacto sería suicida, pues prolongaría la duración de la crisis hasta los nueve años o más, justo el tiempo que necesite el planeador para terminar su vuelo sin motor.
Manuel Sanchís i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia y autor de La peseta ante el Sistema Monetario Europeo.
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