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Columna
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Visibilidad y prudencia

Josep Ramoneda

Los líderes políticos viven expuestos al público y parece que conocemos casi todos sus registros. De todos ellos tenemos nuestro retrato psicológico. Y, sin embargo, de vez en cuando nos deparan alguna sorpresa. A Gordon Brown todo el mundo le veía el rostro del perdedor, construido sobre una combinación de inexpresividad, carácter taciturno y timidez profunda. En quince días, ha pasado de ser cuestionado incluso en su propio partido a ser la referencia mundial de las políticas anticrisis. Dicen que hay personas que se crecen en las situaciones extremas. Gordon Brown, desde esta vieja isla europea que siempre mira a América, puso en marcha su plan. Mientras los demás discutían, Brown actuaba. Y ahora le copian todos. Los americanos han readaptado su plan al modelo Brown y los europeos lo han hecho suyo. ¿Quiere decir esto que Brown ha dado la vuelta a su precaria situación política y es ahora favorito para renovar su cargo? No, ni mucho menos. Quiere decir simplemente que la crisis desgasta al que gobierna, pero también le ofrece oportunidades.

En las crisis, el que gobierna tiene oportunidad de ocupar mucha escena y la oposición queda desdibujada

La crisis da máxima visibilidad a los gobernantes. Los ciudadanos clavan su mirada escéptica en el líder con el deseo de encontrar alguna señal tranquilizadora: cierto dominio de la situación, cierta capacidad de acción. Son menos exigentes que de costumbre, porque saben que las cuestiones del dinero escapan a menudo a la capacidad de acción de los que mandan. El dinero es global, el poder político es nacional y local. Durante mucho tiempo la gente buscaba a Zapatero y no estaba. Lo cual provocaba frustración y aumentaba el desasosiego. Desde hace quince días, Zapatero vive instalado en el escenario, con un frenesí gesticulador que recuerda al de Sarkozy. Cegado por su optimismo antropológico, durante muchos meses, desaprovechó la ventana de visibilidad, y la gente empezaba ya a mirar hacia el otro lado: hacia la oposición. Ahora, Zapatero recupera el primer plano y Rajoy que, sin esmerarse demasiado en sus propuestas, creía poder ocupar el vacío que el presidente dejaba en la escena, se ha vuelto a encontrar en un rincón, sin saber muy bien cómo conseguir una cuota de visibilidad. Es lo que tienen las crisis: el que gobierna tiene oportunidad de ocupar mucha escena porque la gente quiere ver que hay alguien ahí, y la oposición queda desdibujada a la espera de la oportunidad. Por eso, no hay una correlación directa que permita afirmar que la crisis es letal para los gobiernos y favorece siempre a la oposición. Depende de la capacidad del gobierno de responder a las expectativas reales y psicológicas de la ciudadanía. Es difícil hacer oposición en tiempos de crisis: la gente no está por el asalto al poder.

Naturalmente, este plus de visibilidad es una oportunidad y un riesgo para el que gobierna. Del mismo modo que Brown vive su mejor momento como líder político, puede perderlo si el plan de rescate fracasa o si la llegada de la crisis a la vida cotidiana provoca en la ciudadanía la sensación de que todo lo que se ha hecho era insuficiente y sólo pretendía salvar a los bancos. Y si el plan de Brown fracasara probablemente se produciría un efecto en cadena de desgaste para todos sus imitadores.

Zapatero ha recuperado presencia y protagonismo, a pesar de sus contradicciones. Si la banca española no tenía ningún problema, ¿cómo se explica ahora que se pongan 150.000 millones a su disposición? Rajoy, después de un momento de desconcierto enternecedor en que se ofreció como defensor de las clases populares frente al capital, ha tenido que abandonar el ruido para meterse en la escena pactando con la boca pequeña el apoyo al plan del presidente. La crisis puede ser una oportunidad para el PP a condición de que la gente no le vea instalado en el cuanto peor, mejor. Zapatero sabe el limitado margen que tiene Rajoy y lo incorpora a la escena porque sabe que tendrá escaso papel. Y Rajoy sabe que sólo le cabe esperar que la situación empeore y que el hiperactivismo presidencial se haga inconsistente. Entonces sí, la ciudadanía volvería a mirar hacia la oposición. Y el rincón en el que Zapatero tiene atrapado a Rajoy se convertiría en antesala del poder.

Hay una vieja virtud de la política, teñida de una connotación conservadora que no le corresponde: la prudencia. En este caso, la prudencia es el arte de encontrar el tono justo para que la ciudadanía sienta protegido el interés público, sin que el gobernante pierda opciones en su interés particular o partidista.

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