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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Un hatajo de rufianes y la jodida mariposa

La propuesta de dedicar las arcas de los Estados a salvar la crisis financiera provocada por una caterva de sinvergüenzas es una operación, cuando menos, hipócrita. El 'efecto mariposa', al final, golpea a los mismos

José María Izquierdo

José K. está de muy mal humor. Ha soportado con dificultad el progresivo e imparable avance mundial de tanto y tanto dirigente político ultraliberal, feroces enemigos de la presencia del Estado en la vida económica, encarnizados defensores de que sean los mercados quienes regulen la actividad financiera. Se ciscaban en el Estado del bienestar, esa antigualla, y desmantelaban con saña la sanidad o la enseñanza pública, el último reducto de los más desfavorecidos para curar un forúnculo o poder hacer el bachillerato. Contaban, además, con la complacencia, e imprescindible colaboración para el delito, de todos y cada uno de los gurús financieros y organismos internacionales, encargados, qué risa, de prever estas situaciones o vigilar y controlar el buen funcionamiento de los mercados. Ni Alan Greenspan ni Rodrigo Rato previeron ni vigilaron nada. Es más: José K. está convencido de que son ellos los culpables de haber construido ese mundo falaz e imposible que ahora se ha derrumbado.

Unos banqueros juegan en Omaha al Monopoly, y se queda sin trabajo un carpintero en Vallecas
Era el timo de la estampita con marchamo de producto financiero para entendidos

¿Pero de verdad se ha derrumbado para todos? No lo cree nuestro amigo. Washington y los bancos centrales, es decir, los guardianes o hacedores de aquel mundo -que José K. ya no lo sabe- se han volcado en masa para salvar a las pobrecitas, ay, entidades financieras. Qué lástima Lehman, llora José K., qué pena tan grande Merrill, cómo viviremos sin AIG, clama nuestro buen amigo. Desde su punto de vista, ve con claridad el panorama: una caterva de impúdicos políticos salva la cara a una pandilla de sinvergüenzas. Aunque todavía le ronda un oscuro pensamiento que no acaba de dominar. Y es que lleva días mosqueado con una jodida mariposa que le dice lo siguiente: unos banqueros mamarrachos de Wisconsin u Omaha jugaron a una cosa que decidieron llamar subprime, y como consecuencia de ello, Paco García Pérez, carpintero y primo segundo de la vecina de José K., se ha quedado sin su empleo en Vallecas.

Así que hoy se ha acercado a su café preferido sumido en estos sufrimientos que le tienen en un sinvivir. Tanto y tanto se ha escrito sobre la crisis que cree que ya no hace falta recordar su génesis desde las hipotecas basura y su posterior desarrollo, hasta llegar a esta divertida situación de Bush haciendo de Olof Palme, al Partido Comunista Chino dispuesto a pujar por Morgan Stanley, y los fondos soberanos de los países del Golfo, que mientras nos escaldan con el petróleo, meten más y más dinero en Wall Street. Así que José K. ataca por los laterales. Premioso y cachazudo, ha doblado los periódicos tras una atenta lectura. El suyo de siempre, que cada vez está más reaccionario, dice, y otro económico del mismo grupo -no tiene remedio- para empaparse bien de la crisis, del desastre, del cataclismo, de la debacle que nos anega. Veamos las cosas que se aprenden leyendo los periódicos, repasa cejijunto, por lo reflexivo, nuestro amigo José K: un tal Richard Fuld, presidente de Lehman Brothers, corporación centenaria en la quiebra desde hace pocos días, va a cobrar unos 16 millones de euros, casi el triple de lo que cobra Raúl en el Real Madrid (y cómo se va a comparar...). También ha leído que John Tain, primer ejecutivo de Merrill Lynch, otra gran firma que también se ha quedado sin un centavo, podría llegar a cobrar más de 10 millones de euros. Daniel Mudd, consejero delegado y presidente de la hipotecaria Fannie Mae, se lleva 8 millones, y 15 Richard Sayron, su equivalente en la también equivalente Freddie Mac.

¿Y por qué motivos, se pregunta José K., van a cobrar estos importantísimos señores esas cantidades tan sustanciosas? Los expertos periodistas le dan la respuesta. El sacrificado Fuld, coleccionista de arte, jugador de squash y de golf, se llevará esos 2.000 millones y medio de pesetillas... ¡en concepto de indemnización! Es verdad que apenas si representan unas modestísimas migajas que sumar a su frugal menú: el sueldo anual que sufría el bueno de Fuld rozaba los 30 millones de euros, más las primas en millones de opciones sobre acciones. ¿Y Tain? Ah, John dispondría de esos 10 millones de euros si llegara a perder su puesto de trabajo -¡qué barbaridad, Dios no lo quiera!- tras tener que fusionarse su compañía con Bank Of America para salvarse de la ruina. Merrill es muy generosa: en octubre despidió a su presidente, Stanley O'Neal y le indemnizó con la módica cantidad de unos 110 millones de euros. José K. descarta, porque ya se ha quedado sin ganas, de seguir con Mudd y Syron, o Martin Sullivan (AIG) y James E. Cayne (Bear Stearns).

Pero de este ejercicio recreativo nuestro amigo saca sus consecuencias. A saber: sufrimos los efectos de los actos de rapiña de una pandilla de sinvergüenzas y rufianes que han llevado a sus empresas a la ruina y han puesto en jaque a todo el sistema financiero mundial mientras se embolsaban más y más millones de dólares con ejercicios tan delictivos como multiplicar los papelillos de hipotecas imposibles -papel del Monopoly- y venderlas por todo el mundo. Es lo más parecido a un delito reconocible por todos: hacer billetes falsos e intentar pasarlos como buenos en casinos y prostíbulos. Pero Fuld y los demás eran mucho más finos que los patanes de la mafia y solo les vendían recortes de periódicos a bancos de medio mundo a precio de angulas. Era el timo de la estampita con marchamo de producto financiero para entendidos. Ya saben: no cuentes a mi madre que soy consejero delegado de un banco de Wall Street; dile que soy pianista en un burdel. Y a todo esto, ya casi grita José K., con la vena de siempre en la frente, tenemos a la jodida mariposa revoloteando a nuestro alrededor y tocando los mismísimos con su efecto, y dejando en la calle al primo segundo de su vecina.

Con todo, lo que más le indigna es con qué facilidad presidentes y secretarios del Tesoro han encontrado ahora cerca de un millón de millones en las arcas del Estado, cuando jamás hallaban unas pesetillas para mejorar las becas, para dar casa a los damnificados por el Katrina, para atender a los homeless o para cargarse de un plumazo con el insulto de socialista cualquier proyecto de universalizar la atención sanitaria. Y eso que no quiere entrar José K. en las desigualdades mundiales y la miseria en el Tercer Mundo, para el que las mismas instituciones nunca, nunca, encontraban el dinero para la ayuda. No se le mueve un pelo de la barba a José K. para mantener vivo, en estas circunstancias y porque cree en ello, su ya conocido discurso del elogio del panfleto y la reivindicación de la demagogia.

¿Y aquí? ¿Qué pasa por aquí? Aquí, dice, tenemos a un Gobierno escasamente dotado para las grandes decisiones bajo el mando de un presidente ensimismado en su optimismo panglossiano, absorto en el vuelo de la famosa mariposa -es culpa de ellos- y que no quiere ver nuestra enorme aportación indígena a la crisis en forma de racial mosca o abejorro de cuidado: la construcción. También tenemos a una oposición que duda entre la nada más absoluta de un Mariano Rajoy tan brillantemente vacío de propuestas, o la aspirante Esperanza Aguirre, enfangada hasta las cachas en ofrecer las mismas recetas ultraliberales que están llevando a la ruina al sistema que adora, FAES Dios mediante.

Todo será distinto después de esta crisis, dicen ahora los analistas. José K., claro, no se lo cree. Al menos hasta que la mariposa rebote con el efecto de devolver el empleo a Paco García Pérez, el carpintero, etcétera. Nuestro hombre es sabio. Y triste, muy triste, piensa que, desgraciadamente, el que acertaba era el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, cuando pedía un paréntesis en la economía de mercado. O sea: sálvennos con el dinero de todos los contribuyentes, que luego volveremos los ultraliberales y defensores del mercado a lo nuestro. ¿Sería una deducción exagerada, se pregunta José K., si a lo suyo se le denomina ejercer de depredadores sin vergüenza como John, como Stanley, como Dick, como Daniel, como Richard?

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