La Cadira del Bisbe
Protegidos celosamente por el bosque de pinos y mirando perpetuamente al Mediterráneo, descansan los vestigios del yacimiento ibérico La Cadira del Bisbe. Le ha llevado siglos salir a la luz desde que por primera vez fuera descubierto en el mes de mayo de 1929 por el historiador y crítico de arte Joaquim Folch i Torres. Aquella fecha marcó el inicio de diversas excavaciones que se han realizado con cuentagotas y que el próximo día 28 bajo el sol otoñal de septiembre, será inaugurado por el Ayuntamiento de Premià de Dalt, mostrando los hallazgos de las últimas décadas y acondicionado para el recorrido de sus visitantes.
Con mis pocas dotes de expedicionaria, pero con la curiosidad de conocer un lugar que se antoja único, he subido a la montaña y he admirado desde ahí las espectaculares vistas que se descubren del valle de Premià, el mismo que solían contemplar los íberos cuando levantaron este poblado en mitad del siglo VI antes de Cristo, y que permaneció hasta poco después de la llegada de los romanos en el año 218 antes de nuestra era. Entonces el paisaje estaba cubierto de viñedos y olivos, sin aquellas chumberas que hoy se asoman firmes mirando al cielo, como evidencia del encuentro entre dos mundos.
El yacimiento ibérico de Premià de Dalt abrirá sus puertas el día 28. Aún queda el 90% por excavar
Cuando uno sube a esta colina, entiende la intención de sus moradores para colocarse estratégicamente controlando el valle y el paso que une el llano y la sierra de Sant Mateu hacia el Vallès. Sin las señalizaciones que se han colocado para su inauguración, es difícil imaginar cómo habría lucido este sitio durante el apogeo ibérico. Se sabe, que estaba conformado por cuatro sectores donde se encontraban las casas, una calle, la torre defensiva y el campo de silos. Imma Gimferrer, directora del Museo de Premià de Dalt, me enseña el espacio donde se descubrieron, entre muchos objetos, un horno para fundir metales y un enterramiento infantil. Sin embargo, lo que más llama la atención del visitante, son los restos de la torre que datan del siglo III a. C., cuyos muros, cuenta Imma, "son un ejemplo de construcción casi perfecta".
La cerámica rescatada en el sitio, que da cuenta de la actividad comercial que tuvo este pueblo con otras culturas del Mediterráneo, permanece en diversos museos del Maresme, así como en el Museo de Arqueología de Cataluña, en Barcelona. Algunos trozos de vasijas que escaparon al interés de los arqueólogos, todavía se encuentran regados sobre las piedras que se aferran a la tierra, a pesar de la erosión y la codicia del hombre que en varias ocasiones intentaron hacer desaparecer el conjunto arqueológico. La primera, en el año de 1972 cuando la urbanización del cerro llevó a la destrucción de gran parte del yacimiento; más tarde, en la década de 1980 y mediados de la de 1990, reiterados intentos de edificación en los terrenos inferiores de La Cadira del Bisbe pusieron en peligro el testimonio de esta cultura milenaria.
Afortunadamente y con muchas dificultades presupuestarias, dicha amenaza originó actos de salvamento y excavaciones importantes que lograron rescatarla parcialmente, pues hasta la fecha, según Imma Gimferrer, se ha explorado tan sólo el 10% del yacimiento. Desde 1998 el Ayuntamiento de Premià de Dalt, adquirió la titularidad de los terrenos y en octubre de 2005 se le declaró Bien Cultural de Interés Local.
Es hora de subir a la montaña. Ya la gente se prepara para acudir al llamado "íbero" y los niños han leído el cuento La Cadira del Bisbe, editado por el Ayuntamiento y escrito por Enric Gassol con ilustraciones del dibujante Fer, que narra la historia de la colina y sus antiguos moradores. La misma montaña donde los abuelos solían buscar setas y recoger pedazos de ollas, mientras las hojas de las encinas hacían música con el viento de Levante.
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