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Columna
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Esferas de influencia

En cumplimiento del acuerdo alcanzado la pasada semana entre el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y el ruso, Dmitri Medvédev, las tropas rusas comenzaron ayer a retirarse de la mal llamada "zona de seguridad" que ocupaban en territorio georgiano. Desde luego, la Unión Europea no ha conseguido todos sus objetivos. Por un lado, no ha podido salvaguardar la integridad territorial de Georgia, ya que en la práctica la independencia de Abjazia y de Osetia del Sur parecen irreversibles.

Por otro, Rusia sigue negándose a aceptar el despliegue de observadores internacionales en las repúblicas secesionistas, lo que hará imposible poner en marcha un proceso de diálogo que permita la vuelta a la convivencia multiétnica. Sin embargo, para ser justos, si dichos objetivos están más allá del alcance de la diplomacia europea, ello se debe a la irresponsabilidad de las autoridades georgianas al aceptar una escalada militar que de ninguna manera podían ganar y que ha socavado decisivamente su legitimidad. En cualquier caso, lo importante es que la retirada rusa abre el camino para la normalización de la vida política y civil, el retorno de los refugiados y la reconstrucción de las muy dañadas infraestructuras georgianas.

Moscú ha promovido una rara sensación de unidad entre 'duros' y 'blandos' en Europa

A primera vista, el balance de la primera guerra habida en Europa en el siglo XXI ha sido favorable para Rusia. Pero más que celebrar su victoria, Moscú haría bien en reflexionar sobre las consecuencias de su paseo militar por el Cáucaso. Sí, Nicaragua ha reconocido a Osetia del Sur y Abjazia, y Venezuela ha decidido reforzar su cooperación militar con Rusia. Pero más allá del exotismo geopolítico que destila el simpático gesto del presidente Chávez de acoger al crucero atómico Pedro el Grande en sus aguas, lo cierto es que Rusia no ha conseguido sumar ningún apoyo relevante a su causa. Incluso en Asia, donde los argumentos antioccidentales suelen tener cierto predicamento, el despliegue de fuerza ruso, seguido del apoyo a la secesión de Abjazia y Osetia del Sur, han tenido un eco muy negativo, especialmente en Pekín, como se puso de manifiesto tanto en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que agrupa a Rusia, China y a cuatro repúblicas ex soviéticas, como en la reciente decisión del Banco de Desarrollo Asiático de acelerar la concesión de un préstamo de 40 millones de dólares a bajo interés a Georgia. Y aunque como resultado de esta crisis Teherán y Moscú puedan haber encontrado nuevos motivos para el acercamiento, las autoridades rusas saben que su apoyo al programa nuclear iraní es insostenible a largo plazo porque debilita su influencia en la región, atenta contra sus propios intereses estratégicos y fuerza a los europeos a apoyar el escudo antimisiles de Washington.

Algo parecido puede decirse respecto a Europa, donde, a pesar de las diferencias entre duros y blandos, Moscú ha logrado promover una rara sensación de unidad. Ello no quiere decir que las diferencias sustanciales que mantienen los Estados miembros de la UE respecto a Rusia hayan desaparecido, pero sí demuestra que, por fin, todos han entendido las virtudes de una posición común. Gran parte del mérito debe atribuirse a la presidencia francesa, pues Sarkozy ha sabido dar una voz propia a Europa sin recurrir al truco facilón de echarle la culpa de todo a Washington. Por tanto, si Moscú examina qué posibilidades de éxito tiene su pretensión de dividir Europa en dos esferas de influencia, verá que éstas son muy reducidas. Puede que, efectivamente, nos encaminemos hacia una Europa bipolar. Pero si ésta acaba teniendo 46 Estados a un lado y sólo dos al otro (Rusia y, probablemente, Bielorrusia, a la que se sumarían Transdniéster, Osetia del Sur y Abjazia), su viabilidad resulta más que discutible. La realidad es que Rusia, pese a sus recursos militares y económicos, carece de un modelo tan atractivo como el europeo. Por ello, la semana pasada, mientras Daniel Ortega rendía pleitesía antiimperialista a Moscú, los ucranios corrían hacia Bruselas para solicitar una perspectiva de adhesión y un reforzamiento de sus relaciones con la UE. Kiev pone así en bandeja a la UE una inmejorable oportunidad de extender sus principios (democráticos) y reglas del juego (pacíficas). ¿Estaremos a la altura?

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