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Reportaje:

Temor nuclear

Los pueblos próximos a la planta de Vandellòs II se sienten desprotegidos

Àngels Piñol

Maria Cabré, de 61 años, vendedora de ropa de Mont-roig, estaba cenando en la playa el 19 de octubre de 1989 con un grupo de amigos, entre ellos el alcalde Josep Maria Aragonés. "Oímos sirenas y dijo: 'Llamaré al Ayuntamiento por si ha pasado algo'. La respuesta fue que no, pero 45 minutos después le informaron por radio del incendio en Vandellòs I". Unos 20 años después, a Fran Morancho, sucesor de Aragonés, no le fue mejor. El 24 de agosto, el generador de Vandellòs II ardió a las 8.49 y él lo supo hora y media después por una llamada de la subdelegada del Gobierno. A las 13.00 horas, recibió un SMS de la central.

Han pasado 20 años entre los dos siniestros y el mundo ha cambiado de arriba abajo, pero el tiempo parece congelado en el área nuclear de Vandellòs. La sensación de impunidad y desamparo es idéntica. Una suerte de resignación mezclada con indiferencia. La oposición, dicen muchos vecinos, se hace sólo con la boca pequeña. "La gente está igual: si peta, peta", dice Fermí Pallisé, alcalde de Tivissa en 1989 por Iniciativa y ahora en la oposición. "Nos compran", añade asqueado Óscar Pino, mientras su mujer, Fàtima Arbós, da de mamar a Iker, su bebé, en un café de la plaza de Gil Vernet, en Vandellòs.

"Llevamos 20 años así y no nos informan de nada", dice una vecina

Fàtima, de 23 años, nunca ha participado en un simulacro y dice que no sabría qué hacer en caso de emergencia. No es extraño: el mismo alcalde de Vandellòs denunció el miércoles que no se celebra un ejercicio así desde 1987, el preceptivo para conectar Vandellòs II. "Pues hay que ir al polideportivo y tomar unas pastillas", le aclara a Fátima un amigo. "El día del incendio", prosigue ella, "fuimos a Ginestà y lo supimos en un bar. Está dicho todo. En 1989, mi madre se enteró al despertarse".

La cuestión es que el Plan de Emergencia Nuclear se activó en grado cero y no hacía falta informar a la gente. Pero los cinco alcaldes creen que ellos sí deberían estar corriente. Por primera vez en años, el miércoles firmaron un manifiesto "crítico" y "constructivo" pidiendo mejoras en seguridad al estar los planes de emergencia desfasados e información. Hace dos semanas, más encendidos, tres de ellos se expresaban así. "No es que se incumplan los protocolos, pero hay cosas que no cuadran", decía Morancho. "Estamos hartos de enteramos a toro pasado. Me estremezco si pienso en un incidente más grave", añadía Josep Montaner, de Pratdip. "Que cumplan o que las cierren", decía Andreu Martí, de L'Ametlla.

El Gobierno ha amenazado a las nucleares con no renovarles la licencia si no mejoran la seguridad. Los tres reactores catalanes son de Iberdrola y Endesa y suman la mitad de incidentes de este año en España. Xavier Sabaté, delegado de la Generalitat en Tarragona, lo achaca al recorte en mantenimiento y plantilla. "Se veía venir desde que se liberó el sector. Se despidió a mucha gente con experiencia y que era la mejor pagada", corrobora Pallisé. "La gente no es tonta. ¿Por qué esto no pasa en Suiza?", se pregunta Jaume Morrón, de Ecologistas en Acción. A ese recorte, se ha sumado cierta relajación de los estamentos públicos: no ha servido de mucho que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) tenga inspectores fijos en las plantas; Protección Civil ha presupuestado ahora renovar la megafonía y Mont-roig y L'Ametlla no han aprobado, por ejemplo, su plan de emergencia municipal. "No puedo mientras no funcione la megafonía", alega Martí.

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Asustados ante tanto incidente, los alcaldes miran al cielo mientras el mundo feliz sigue en la turística playa de l'Almadrava, en L'Hospitalet, con sus casas ibicencas y el reactor como paisaje de fondo. "¿Hubo un accidente? No lo sabía. Hay que ser severos con ellos", afirma Roger Smith, de 66 años, de Chester, doctor en economía, mientras pesca. Alfredo Reixach, de 48 años, dueño de la urbanización, apunta escéptico: "Mi familia llegó antes que las nucleares. Ahora no permitiríamos su construcción. Pero si explota, mejor estar aquí: no nos enteraremos". Sandra González, de 23, cocinera de Lleida, nudista, disfruta de su fiesta semanal en esta playa. "Me compensa venir. Y me molestan más los mirones que el reactor", señala ojeando una revista. Pero Maria, la vendedora de Mont-roig, que no oye la megafonía en su masía, a 900 metros del centro, avisa: "Todo lo que hagan los alcaldes es poco. Llevamos así 20 años y no nos enteramos de nada".

Una joven practica el nudismo junto a la nuclear en la playa de l'Almadrava.
Una joven practica el nudismo junto a la nuclear en la playa de l'Almadrava.JOSEP LLUÍS SELLART

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