De viejos y jóvenes
Me parece contraproducente que nada menos que el secretario de Estado de Investigación dé pábulo, en su artículo del martes 9, a esa vieja y tópica idea de que las personas mayores, los viejos, son un obstáculo para la capacidad de innovar de un país. Es una idea inadecuada, en primer lugar, por falsa. Se está demostrando que la capacidad de aprender no desaparece con la edad, siempre que se ejercite, y está ampliamente demostrado que la capacidad de crear se mantiene en edades muy venerables. Mi ópera preferida, Falstaff, la compuso un Verdi de 84 años que, en nuestro país, ahora, podría llevar 30 años de prejubilado.
La idea es también inadecuada porque esquiva el gran problema al que debe enfrentarse una sociedad demográficamente envejecida: cómo rentabilizar ese enorme capital humano, por sus conocimientos y por su capacidad, que ahora las empresas y hasta la Administración desechan alegremente. La población mayor está aumentando y seguirá aumentando en el futuro. Pero a la vez, los viejos de hoy y de mañana se alejan de esa pobre imagen de ayer que persiste en la retina de muchos: están hoy mejor formados, son más cultos y gozan de mejor salud. ¿No es precisamente poco innovador aplicar a este colectivo moldes antiguos en el que ya no cabe?
El secretario de Estado no especifica en su artículo si su canto a la juventud innovadora implica ampliar el número de investigadores para que todos puedan aportar o si, por el contrario, se trata de hacer sitio a jóvenes, eliminando el peso muerto de los mayores. Esta última opción ya la aplican las empresas que buscan reducir sus gastos de personal.
Puede debatirse si los jóvenes son más o menos innovadores, lo que no ofrece dudas es que se les paga bastante menos.
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