El capricho de El Morrut
El Xiringuito de la Costa, situado en el delta del Ebro, satisface los cinco sentidos
El sonido es el silencio y algún aleteo de aves. El paisaje, un laberinto de agua y tierra donde vuelan los flamencos. Enfrente, la sierra del Montsià. Hay barcos amarrados en lugar de coches aparcados. Huele a madera vieja muy húmeda y a vapor de mejillones aún calientes que alivian la espera de la paella recién cocinada. El camarero la sirve y después reagrupa con mimo el arroz que queda y lo tapa con un plato para que no se enfríe, con la certeza de que el cliente repetirá. Al comprobarlo, sonríe: es la confirmación de un trabajo bien hecho. El mantel es de papel, pero la comida de lujo. Después, la piel se tuesta y se refresca en las planas y cálidas playas de la bahía.
Los cinco sentidos han quedado apaciguados y agradecidos en el Xiringuito de la Costa, anclado en el mar sobre una plataforma de madera, como una mejillonera más. Fue fundado hace 59 años por un pescador de Sant Carles de la Ràpita, Candro, apodado El Morrut, en pleno parque natural del Delta de l'Ebre, donde vuelan los flamencos.
El tiempo ha dado la razón a Alejandro Samper: ningún temporal ha hecho tambalear su capricho
El viejo pescador no quiere volver. Lo ideó, lo mandó construir, lo reparó tantas veces como fue necesario y lo regentó hasta el año pasado con la ayuda de sus ocho hijos. Su vida flota sobre esa tarima de madera. Está convencido de que nadie lo cuida como lo cuidaba él. Sus amigos le insisten, pero les da largas. Su añoranza pesa tanto que podría hundirlo.
No se acuerda de cuándo exactamente ni de cómo surgió la idea. "Fue un capricho", dice. Pero la defendió frente a los que señalaban el riesgo de que alguna ventisca lo derrumbara. Si las mejilloneras resistían, ¿por qué no su chiringuito? El tiempo ha dado la razón a Alejandro Samper, que ya tiene 83 años: ningún temporal ha hecho tambalear el capricho de El Morrut.
Cuando era joven y estaba en activo, Candro solía anclar su barca de pesca en un punto concreto de la bahía de los Alfaques, el puerto natural más grande de Europa, porque había algo más de profundidad y podía maniobrarla mejor. Allí descansaba, entre la sierra del Montsià y la península de la Banya, un largo y delgado brazo de tierra acabado en un gran puño que parece querer atrapar un trozo de mar y calmarlo. Es un diseño del Ebro, un regalo del río, que, antes de desaparecer, entrega los sedimentos arrastrados a lo largo de su curso. La península ofrece largas y desiertas playas vírgenes de escasa profundidad, cálidas y seguras. Los niños se bañan sin hacer ruido durante horas mientras sus padres pescan.
Ése es el lugar que enamoró a Candro, el que le inspiró. Aquí disfrutó de peces recién capturados que cocinaba y comía en su barca con sus amigos. Es lógico que El Morrut identificara el lugar con un paraíso y que quisiera atraparlo, ofrecerlo a los demás de una forma más estable, sin el balanceo de la barca: en un chiringuito. Compró las maderas, las transportó, las ancló al fondo del mar y empezó a servir arroces y fideos, navajas y langostinos. El rico fruto de las aguas del delta.
Que los langostinos de Sant Carles de la Ràpita son los "mejores del mundo" es un eslogan publicitario, pero se puede defender con argumentos. En el delta del Ebro se cultivan 23.000 hectáreas de arroz, que actúa como filtro natural. El agua que anega los campos queda enriquecida con un fitoplacton que alimenta a los mariscos y hace que crezcan más. Lo explica uno de los empleados del grupo empresarial Bahía Mar Group, que regenta ahora el Xiringuito de la Costa. Los nuevos propietarios no olvidan sus orígenes y se esmeran en mantener el sabor de los platos y el diseño del local. El local sirve los mejillones de la única batea que los cultiva y recoge de forma artesanal. Los clientes saben apreciarlo.
Al chiringuito sólo se puede acceder en barco, en la golondrina que hace el trayecto cada hora o alquilando una embarcación. Las hay que no necesitan titulación especial, con capacidad para cuatro personas y a precios de 30 o 40 euros la hora, con precios especiales para periodos más largos. Algunos clientes aprovechan el día y después de la comida hacen una ruta alrededor de la bahía o caminan por el agua hasta alcanzar la punta de la Banya para pasar la tarde al sol junto a las gaviotas y los flamencos.
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