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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

China, a examen

Pekín intenta evitar los focos sobre todo lo que no sean los Juegos. Es imposible

La matanza ayer de policías en una remota región del occidente de China, Xinjiang, donde viven más de ocho millones de musulmanes que se consideran oprimidos étnica y religiosamente, ilustra los temores de Pekín en vísperas de la apertura de unos Juegos Olímpicos muy políticamente cargados. Que el acto terrorista, concebido como gran altavoz ante la inminencia de la cita deportiva, haya ocurrido a cuatro mil kilómetros de la capital, en Kashgar, no disminuye un ápice su condición de pesadilla para un Gobierno que intenta evitar a toda costa los focos sobre todo aquello que no sean los Juegos, y que espera que la cita de Pekín 2008 sea recordada, en la estela de Tokio y Seúl, como su consagración planetaria.

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Por más que sea comprensible y legítimo que China quiera proclamar su poderío y progreso en el escaparate de los Juegos, la realidad es que los brutales claroscuros del país hacen imposible la biempensante neutralidad internacional que reclaman sus dirigentes. El antidemocrático régimen comunista chino puede haber abdicado con los años del núcleo duro de su doctrina, pero en absoluto lo ha hecho del asfixiante control político y el modelo autoritario que le resulta imprescindible para sobrevivir. Sus grandes avances económicos coexisten con tensiones internas, una represión sostenida, e incluso acentuada, como subraya el reciente informe de Amnistía Internacional, inexistente libertad de expresión o un nacionalismo exacerbado y atizado desde el poder.

La realidad es que, pese a lo espectacular de la fachada, la China de Hu Jintao ha incumplido sus promesas de que la adjudicación de los Juegos redundaría en un avance de la causa de los derechos humanos. Si alguien se manifiesta durante los próximos días en los parques periféricos de la capital habilitados para ello, no serán ni los seguidores de la secta budista Falun Gong, ni quienes exigen libertad para el Tíbet, ni siquiera aquellos que piden a Pekín explicaciones por apoyar en la ONU al brutal régimen de Zimbabue o intentar impedir que se juzgue por genocidio al presidente de Sudán.

El aire será más o menos respirable en Pekín para los atletas, y ello no dependerá enteramente de las enérgicas medidas adoptadas por las autoridades. El resto, sí. China, que va a estar bajo la lupa desde el viernes, sólo puede reclamar de los observadores objetividad y buena voluntad, no que tengan los ojos cerrados a la realidad.

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