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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diplomacia inacabada

Irán no debe desaprovechar la oportunidad de la negociación directa con Estados Unidos

Las negociaciones de ayer en Ginebra entre la comunidad internacional e Irán estaban llamadas a marcar un hito en los esfuerzos para reconducir las ambiciones nucleares de Teherán y crear un nuevo horizonte en el endémicamente complejo panorama de Oriente Próximo, amenazado por una carrera armamentista nuclear si la República Islámica llega algún día a hacerse con la bomba. Tras dos años de vaivenes y reuniones sin resultados tangibles, soportados con entereza por Javier Solana, el líder del grupo negociador de la comunidad internacional deberá seguir esperando. No hubo ayer en Ginebra por parte iraní respuesta equivalente a la significativa de ver compartir mesa a un alto representante de la Administración de Bush con el último superviviente del notorio eje del mal dibujado por el propio presidente en 2002; de hecho, se limitó a aplazar su respuesta.

Eliminado Irak de la lista por la vía militar y probada con éxito con Corea del Norte la vía diplomática, el Bush tronitonante del pasado parece inclinado a ofrecer una oportunidad a la diplomacia y a dar un espectacular giro de 180 grados respecto al régimen iraní. Esa decisión de Washington -tomada en el crepúsculo del mandato presidencial, cuando los neocons abandonan el barco en beneficio de la diplomacia profesional- crea una oportunidad sin precedentes para el entendimiento que Irán no debe desaprovechar. Porque si Estados Unidos ha renunciado, con reservas por despejar, al dogmatismo y se ha plegado a sentarse cara a cara con el viejo demonio, Teherán no está menos deseoso de abrir una vía que le permita incorporarse como socio fiable a la comunidad de naciones.

La comunidad internacional recela con razón de un Irán que se ha quedado demasiado corto en la información sobre sus ambiciones nucleares y que tiene un presidente patológicamente dado a las salidas de tono. Si no fuera por ello, la República Islámica no suscitaría tanta aprensión. Es cuestión de confianza -que ni Washington ni Teherán se profesan, con buenas razones cada uno de ellos-, y para establecerla se celebró la reunión ginebrina, enésima de una serie que el propio negociador equiparó con la fabricación de una alfombra persa: de lenta elaboración y espléndido resultado.

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Nadie niega el derecho iraní a explorar la vía nuclear con fines pacíficos y la comunidad internacional está dispuesta a contribuir de la mejor manera, con oferta de los equipos y la tecnología necesarios a ese fin. Y también a realizar otras concesiones y gestos, políticos, económicos y financieros, que sólo pueden redundar en beneficio de Irán. Aceptar esa mano tendida y buscar el modo de avanzar hacia un acuerdo mutuamente satisfactorio es una obligación y una responsabilidad de las que no puede huir el Irán que se quiere sujeto de primera categoría en la comunidad internacional. Por tomar la palabra al negociador Jalili, Irán debe terminar de tejer su alfombra.

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