Guerra civil en la pared

Bañarse en el puerto estaba ya prohibido y jugar en la calle era arriesgado. Aun así, como muchos de sus compañeros del barrio, la niña Mercè iba a distraerse en el triste verano de 1936 a la última sensación: la escalera mecánica de los almacenes Sepu de La Rambla. Hoy hay allí una tienda Nike. Lo recuerda Joan Coll, el joven guía y creador de Cultruta (www.cultruta.com), firma de itinerarios culturales por Barcelona (tiene ya una sobre Rodoreda y otra sobre la novela La ciudad sin tiempo, de Enrique Moriel) que el domingo inaugura un paseo por los vestigios de la Guerra Civil en el centro de la ciudad.

Trae a colación Coll la vivencia desde la plaza de Sant Felip Neri, escenario el 30 de enero de 1938 del bombardeo que causó la muerte a 40 niños y cuya metralla también dejó cicatrices en las paredes. Ésa es una de las 17 paradas que ofrece su propuesta, que ultima estos días y que arrancará todos los fines de semana en la plaza del Teatre, frente a la hoy Universidad Pompeu Fabra, pero en su origen solar del hotel Falcón, que durante la guerra mudó en sede del POUM y checa.

Cada espacio le sirve a este licenciado en comunicación audiovisual para abordar un ámbito de la vida cotidiana de 1936 a 1939. Así, Sant Felip Neri ilustra la enseñanza de cuando, por religiosos o por implicados con la causa republicana, escaseaban los maestros; la plaza de George Orwell, da pie a los brigadistas y la del Pi y las galerías Maldà, al comercio y la alimentación: o sea, recordar la batalla de l'ou (sobre la producción de gallinas) o "las píldoras del Dr. Negrín" (lentejas).

"Nos comentaba una señora que tuvo un novio que le llevaba aceite y arroz en vez de bombones y flores", ilustra Coll. Y es que el guía adereza el paseo con testimonios orales que ha recogido: "Dan autoridad moral a lo que vemos", afirma mientras va a la búsqueda de otra fuente en el hostal de la calle del Pi, 5, por si alguien pudiera recordar que ahí había misas oficiadas por curas vascos refugiados... en 1938.

Dos horas y 50 minutos dan para mucho, y más cuando Coll facilita auriculares, lo que permite durante el paseo ampliar, por ejemplo, los detalles sobre cómo los consejeros Ventura Gassol y Josep Maria España firmaban pasaportes en blanco para las personas perseguidas por religiosas en Cataluña (Paradís, 13) o señalar los últimos vestigios del segundo templo de Santa Anna, en cuyo recóndito claustro marcará los rastros negruzcos del incendio de 1936.

Acaba el recorrido en la plaza de Catalunya, recordando la misa de campaña de las tropas rebeldes al poco de entrar en la ciudad. Cita Coll, como antes hizo con Teresa Pàmies o Unamuno, palabras de Azaña, que en 1938 aseguró que no puede repetirse una barbaridad así. Por si acaso, las piedras lo recuerdan.