La calle y el Parlamento
Ya sabemos lo que hace el sufrido televidente cuando un programa le aburre o llegan los anuncios: cambia de actividad o de canal. Que el debate de ayer en el Parlamento vasco iba a ser aburrido ya lo sabíamos, entre otras razones, porque el lehendakari no se caracteriza precisamente por la permeabilidad, y además PCTV ya le había quitado de víspera toda intriga al debate. Conocidos, pues, de antemano tanto el argumento como el desenlace del mismo, decidí ayer por la mañana zapear, saltar del canal parlamentario al de la gente de a pie; es decir, echarme a la calle y ver qué efecto producía allí el debate, con qué atenciones e interés lo vivía la ciudadanía en San Sebastián.
Expectación, lo que se dice expectación, no me esperaba, la verdad sea dicha. Porque mientras bajaba la escalera me estaba acordando de que la entrevista con Ibarretxe, que ETB-2 emitió a principios de mayo y que trataba mayormente del mismo asunto, sólo la habían seguido un 12% de los telespectadores vascos. El resto había preferido entretenerse con otras cosas: por ejemplo con Escenas de matrimonio, que a la misma hora había tenido, entre nosotros, más del doble de audiencia. No le auguraba, pues, un share muy alto al debate de la consulta; me imaginaba más bien a una ciudadanía pendiente de los gozos y las sombras de todos los días, atenta y ocupada en el trajín de la vida real.
Y eso es precisamente lo que me encontré ayer por la mañana, en horario de retransmisión parlamentaria, mientras paseaba por las calles y entraba en las tiendas y en los bares con televisión; mientras visitaba uno de los mercados del centro donostiarra y luego viajaba en autobús de vuelta a casa. Me encontré con gente de carne y hueso, empeñada en asuntos concretos. Personas que se quejaban ("me han cortado la rehabilitación, pero todavía no estoy del todo bien") o se alegraban del triunfo de España en la Eurocopa; o que tomaban cafés o pintxos hablando de sus cosas: una tela para un tapizado o el montaje en el coche de una silla de niño; o que aprovechaban las rebajas; o planeaban vacaciones también rebajadas por la crisis ("este verano no nos movemos; espero que haga bueno"). En fin, que me encontré con la vida misma.
Con lo que no me topé fue con el debate parlamentario. No lo oí en las conversaciones ni en la radio de nadie. Ni lo encontré representado en ninguna de las numerosas pantallas de televisión en las que me fijé, algunas de las cuales, por cierto, estaban sintonizadas en canales que no sabía ni que existían. En el resto, lo que se veía era lo habitual, esos programas que llamaré misceláneos, que por las mañanas emiten cadenas privadas de ámbito estatal y que los telespectadores vascos -olímpicamente ajenos a eso de que su primer rasgo es la diferencia nacional y su principal prioridad la autodeterminación- ven tan a gusto como media España.
De la sesión parlamentaria, pues, ni rastro. Y en cambio, rastros por todas partes de signos sociales dignos de ser elevados por fin a la categoría de noticias y atendidos en consecuencia; y de debates pendientes, y de preocupaciones candentes; y de problemas por comprender y resolver. Y de prioridades ordenadas por la ciudadanía de una manera tan clara y tan explícita que parece mentira que Ibarretxe y su Gobierno no se hayan enterado aún y sigan tratando a los ciudadanos vascos como si fueran niños, ignorantes de lo que quieren y sobre todo de lo que les conviene. Ayer, al final de mi paseo, mientras esperaba al autobús, vi salir a dos mujeres de una tienda de comestibles. Una de ellas le dijo a la otra: "¿Has visto qué precios? Dicen que para estar bien tienes que tomar cinco piezas de fruta y de verdura al día. Ya me dirás con qué". "Ya me dirás con quién", estuve a punto de decirle yo. Pero me lo guardé para mis adentros y para esta crónica.
Luisa Etxenike es escritora.
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