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Entrevista:ENTREVISTA | Joseph E.stiglitz

"Irak no ha sido sólo un fracaso, también un desastre"

José María Ridao

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001, acaba de publicar un libro, La guerra de los tres billones de dólares (editorial Taurus), junto a la catedrática de Harvard Linda J. Bilmes, especialista en finanzas públicas. Sin menospreciar los costes políticos, y sobre todo humanos, de la invasión de Irak, Stiglitz y Bilmes hacen una aproximación económica a la invasión de Irak. No sólo las cifras son sobrecogedoras, también los mecanismos de corrupción que la guerra ha provocado.

Este libro deja claras las razones económicas por las que la guerra de Irak fue un error, pero usted estuvo en contra desde el principio. George W. Bush aseguró que había un riesgo inminente de que el régimen de Sadam Husein utilizase armas de destrucción masiva. Pero el jefe de la misión de inspectores de Naciones Unidas, Hans Blix, dijo que no existía ninguna prueba de que tales armas existieran. Pidió más tiempo y más inspecciones.

Fue, entonces, la necesidad de respetar los procedimientos de Naciones Unidas lo que le llevó a oponerse. Después de la II Guerra Mundial se estableció un marco para la legalidad internacional en el que no se reconocía la posibilidad de declarar una guerra preventiva. En este caso se trataba de saber si había razones para hacer una excepción a las reglas que habían funcionado durante medio siglo. Naciones Unidas aseguraba que no tenía pruebas que justificasen hacerla.

Por tanto, emprender esta guerra era violar la legalidad internacional. La necesidad de respetarla me pareció un argumento decisivo. Además, Naciones Unidas tuvo razón: las armas de destrucción masiva no aparecieron. Pero también me pareció decisivo aprender de los errores pasados.

¿Se refiere a Vietnam? Ése fue el segundo argumento, teníamos que haber aprendido del fracaso en Vietnam. No había ninguna duda de que el ejército más poderoso del mundo conquistaría sin muchas dificultades un país sometido a sanciones durante años. Por eso, el verdadero problema consistía en saber si se podía ganar la paz. La estructura tribal de Irak era bien conocida, y, desde esta perspectiva, la invasión conllevaba serios riesgos de conflicto entre los shiíes, los suníes y los kurdos. No era fácil ganar la paz aunque se ganara la guerra.

Pero se habló de llevar la democracia a Irak y, por extensión, a todo Oriente Próximo. La ironía reside en que se pretendía instaurar una democracia a través de medios antidemocráticos.

Y finalmente se habló de una conexión entre Sadam Husein y los terroristas del 11-S. Desde que se demostró que no había armas de destrucción masiva, la Administración de Bush tuvo que recurrir a otros argumentos para justificar la guerra. Irak no tenía ninguna relación con los atentados, no tenía ninguna conexión con Al Qaeda. Esta organización terrorista no existía en Irak. Ahora sí, porque se le ha brindado la oportunidad. No importa qué criterios se utilicen -económicos, petróleo, democracia, seguridad-; la guerra no ha sido sólo un fracaso, sino también un desastre.

Pero, entonces, ¿por qué se emprendió? Es uno de los aspectos que tratamos en el libro. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Pudo tener algún papel una visión infantil de la geopolítica del petróleo. George W. Bush y sus asesores pensaron que podrían controlar los recursos petrolíferos de Irak, y que eso se traduciría en una fuente adicional de abastecimiento. Pero estamos en los comienzos del siglo XXI y no en el siglo XIX, y si un país invade a otro tiene que respetar unas normas. Estados Unidos es firmante de la Convención de La Haya, y, por consiguiente, como potencia ocupante, no podía disponer del petróleo iraquí.

Eso es, sin embargo, lo que ha hecho. En el libro contamos cómo una vez se le recordó la Convención de La Haya al enviado de la Administración de Bush para privatizar el petróleo iraquí, y cómo él se limitó a responder: la legalidad internacional no es asunto mío, yo sólo cumplo órdenes del presidente Bush. Y sin embargo, las compañías no podían adquirir ese petróleo. En fin, como poder, podían; pero se arriesgaban a que después alguien les dijera que habían comprado una propiedad robada. Y no se pueden comprar propiedades robadas porque el vendedor no puede venderlas. La verdad es que no sé si la Administración de Bush no entendía la legalidad internacional o si le traía sin cuidado.

¿Cabría imaginar lo más sencillo, y es que Bush y sus asesores creyeran en su plan? He leído recientemente que la guerra de Irak remite al complejo de Edipo entre Bush y su padre; en definitiva, que no puede explicarse a través de argumentos racionales. Pero, sin duda, puede que creyeran en su plan; al menos, algunos de los asesores del presidente, los neocons. Sé positivamente que Bush no entendió la complejidad de la sociedad iraquí, porque he hablado con algunas personas que se entrevistaron con él antes de la guerra. No tenía siquiera una estrategia para la ocupación.

De ahí, tal vez, que ahora se diga que fue un error licenciar a todos los funcionarios y militares que colaboraron con el partido de Sadam Husein, el Baaz. La ironía es que en estos momentos están poniendo en marcha la estrategia contraria, recuperar a los mismos que licenciaron al principio. Entonces no estuvieron dispuestos a escuchar a quienes les advertían de los peligros. Pero ahora, tampoco: esa mentalidad continúa. Sólo quieren escuchar a quienes les dicen lo que quieren oír.

Entre tanto, la situación en Irak se ha mezclado con la tensión con Irán. Es otra de las paradojas de esta guerra. Se dijo que se emprendía por causa de las armas de destrucción masiva, y se invadió un país que no las tenía, mientras que otro país, Corea del Norte, se convertía en una potencia nuclear. Tratando de resolver un falso problema, la Administración de Bush creó uno nuevo. Y ahora el asunto es Irán. Es interesante constatar que el riesgo estuviera en Corea y, sin embargo, se comenzara por Irak.

¿Y por qué se hizo así? Creo que guarda relación con el mantenimiento de la falsa visión sobre Irak de algunos extremistas. Es una especie de vendetta. De hecho, es una vendetta. A principios de los años ochenta, Sadam Husein recibió armas -incluyendo, creo, armas químicas- a consecuencia de la guerra con Irán. Se actuó bajo el principio de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Sadam Husein estaba contra Irán, e Irán era el principal enemigo, y, por tanto, había que suministrarle armas, apoyarlo. Y ahora la posibilidad de hacer algo con Irán es más limitada como consecuencia de la guerra en Irak.

Es decir, que la posición de Estados Unidos se ha debilitado. Exactamente. Los shiíes, que son mayoría en Irak, se sienten próximos a Irán. Con 140.000 soldados americanos y 40.000 agentes de seguridad contratados en Irak, Estados Unidos es vulnerable. Si Estados Unidos le hace la vida difícil a Irak, Irán puede hacérsela difícil a Estados Unidos.

¿Es posible detener el programa nuclear iraní? Habría que distinguir dos aspectos. Uno es si los iraníes tienen capacidad o no para desarrollar armas nucleares; otro es su capacidad para lanzarlas. Por referirme sólo al primero, al aspecto de la proliferación, lo esencial es encontrar un mecanismo de control adecuado. Pero en este momento, la posibilidad de que Estados Unidos haga algo es limitada. Se podría, obviamente, destruir el programa atómico de los iraníes, aunque lo único que se conseguiría es que empezaran de nuevo.

La salida más razonable parece, pues, alcanzar un acuerdo sobre ese mecanismo. Al final habrá que hacer un esfuerzo global para desalentar la proliferación de armas nucleares. Tendría que ser un programa amplio, que incluyera algunas de las armas nucleares de Estados Unidos. Porque, en definitiva, ¿quiénes son hoy los enemigos? Se sigue operando con la mentalidad de la guerra fría, que terminó hace veinte años. Entonces existía un sistema de disuasión, pero ahora no hay nadie en el otro lado. Es difícil que todos acepten a un solo país como policía del mundo. En especial, cuando ese país ha fracasado a la hora de respetar la legalidad internacional. Por eso creo que debería establecerse un régimen de control internacional más efectivo, en el que Estados Unidos fuera también parte.

En su libro no sólo se habla del coste económico de la guerra. Describe, además, la corrupción que ha generado. Los mecanismos han sido múltiples. Se ha recurrido a la obtención de partidas de emergencia más que a las asignaciones presupuestarias ordinarias. Una emergencia es, por definición, algo que no se puede prever, como el huracán Katrina. Pero la guerra no era imprevisible, y además ha llegado a su sexto año y todavía se sigue recurriendo a partidas de emergencia. En las asignaciones presupuestarias ordinarias, la corrupción es difícil, porque el gasto es escrupulosamente supervisado. Ante las emergencias es distinto. Se le dice al Congreso que si no aprueban las asignaciones se producirá un desastre, y, por consiguiente, los congresistas no pueden detenerse en los detalles. Así surge el marco que hace posible la corrupción.

Usted también ha estudiado la asignación de los contratos con cargo a esas partidas de emergencia. En las situaciones corrientes, los contratos se llevan a cabo a través de un concurso público. En nuestro libro nos referimos a la lucha que se estableció entre Rumsfeld y el Congreso. El Congreso le reclamaba convocar concursos públicos para asignar las partidas de emergencia, y Rumsfeld lo rechazaba. Entre tanto, no se gastó nada en la reconstrucción de Irak, aunque el Congreso insistió en que había que hacerlo. Consiguientemente, la reconstrucción fracasó, y su fracaso se convirtió en una baza para la insurgencia. Muchos iraquíes perciben que su vida es peor ahora que antes de la guerra.

Es también interesante, y revelador, el tipo de contrato que se establecía con algunas empresas. El Gobierno aceptaba un mecanismo de reintegro de los gastos y el pago de una cantidad suplementaria como beneficio. Por otra parte, disminuyó el número de auditores. O sea, se excluyó la competencia y se redujo el control mientras aumentaba el volumen y la cifra de contratos. Se actuaba sin ningún escrúpulo, y empresas como Blackwater, que tenía contactos políticos, lo mismo que Halliburton, se llegaron a considerar parte del aparato de apoyo al Partido Republicano. Los jóvenes norteamericanos luchaban y arriesgaban sus vidas mientras ellos sólo se preocupaban de obtener más beneficios. Se triplicó el valor de sus acciones.

¿Y el Congreso no reaccionó contra estas prácticas? Mientras los republicanos tuvieron el control, no hizo nada. Ahora que los demócratas son mayoría, existen comisiones de investigación que han permitido conocer los problemas. Casi cada semana estallan nuevos escándalos. Por ejemplo, se ha descubierto que muchos de los contratos de Halliburton fueron a parar a una empresa subsidiaria en las islas Caimán, donde no pagaban impuestos. La Administración de Bush facilitó esta evasión fiscal.

Al margen de la manera en la que se han gastado, los tres billones de dólares en los que usted cifra el coste de la guerra obligan a preguntarse sobre su efecto en la economía de Estados Unidos. Creo que nuestro libro ha ayudado a la discusión sobre el coste de oportunidad, sobre lo que se podía haber hecho con ese dinero. Se han abierto varias webs en las que se discute del asunto. El presidente Bush sostiene, por ejemplo, que tenemos un grave problema con la seguridad social. Se teme la bancarrota del sistema. Por una sexta parte de lo que nos ha costado la guerra de Irak podríamos mantener el sistema funcionando durante los próximos 50 años. Pero, en realidad, cualquier problema al que se enfrente Estados Unidos en estos momentos se resolvería con una pequeña porción del gasto en la guerra de Irak.

Bush y sus asesores siempre podrían decir, y de hecho dicen, que eso es lo que cuesta tener un país más seguro… Incluso en el terreno de la seguridad estamos peor, porque se han concentrando los esfuerzos y los recursos en el asunto equivocado. Como consecuencia de la guerra de Irak, el coste de reclutamiento se ha encarecido, lo mismo que el coste para atender las necesidades de los veteranos. Y otro coste que ha aumentado es el que conlleva la necesidad de reponer el material bélico. Y todo ello sin contar con otros efectos más generales, que tampoco contribuyen a que estemos más seguros: la subida del precio del petróleo y el debilitamiento de la economía están relacionados con la guerra de Irak.

Usted cifra el impacto de la guerra sobre el precio del petróleo entre 5 y 10 dólares. Es un cálculo conservador. Creo que la cifra es mayor. Pero, en cualquier caso, y regresando al debilitamiento de la economía, la principal diferencia entre la situación de 2001 y la de hoy es que, en la de 2001, el Gobierno de Estados Unidos disponía de un superávit del 2% antes de llegar a la recesión. Ahora, antes de llegar a la recesión, tenemos un déficit alto.

¿Cree que Estados Unidos entrará en recesión? Sí, soy pesimista. Pero la recesión no es la cuestión fundamental. La cuestión fundamental es la diferencia entre el potencial de crecimiento de una economía y lo que está creciendo en realidad. Si puedes crecer al 3% y tu crecimiento es del 1%, la caída es del 2%. Es la misma caída que si se creciera al 1,9% y se bajara algo por debajo de cero, sólo que ya no se estaría en tasas positivas.

¿Y no habría manera de evitarlo? Tendrían que haberse tomado medidas hace seis meses. Pero lo que Bush ha hecho es poco y tarde, además de que no son las medidas adecuadas. Por ejemplo, la reducción de impuestos de 150.000 millones de dólares tal vez pudo ayudar, pero fue una medida rápidamente superada por las importaciones de petróleo. En el corto plazo necesitamos dos cosas: reducir el número de personas en riesgo de perder sus casas, que no es sólo un problema económico, sino también social, y la otra cosa es buscar estímulos fiscales. Pero estímulos fiscales dirigidos a los verdaderos problemas. Cada dólar gastado tiene que orientarse a estimular la economía, tiene que emplearse en objetivos a largo plazo. Lo que Bush está haciendo, sin embargo, es trasladar el problema a la próxima Administración.

¿Cómo ve la situación en España? Lo que el Gobierno español ha hecho a lo largo de los últimos años es intentar que la economía no dependa tanto de la construcción y poner más el acento en tecnología y otras industrias, invirtiendo más en educación. Es una agenda correcta. Quizá ha llegado el momento de acelerarla, porque es probable que en los próximos dos años la construcción esté mucho más débil.

¿Qué dificultades percibe? España es parte de Europa, lo que implica numerosos beneficios. Pero, al mismo tiempo, España carece del control sobre su política monetaria. El gobernador del Banco Central Europeo, Trichet, se está concentrando en la inflación. El paro puede llegar a ser un problema, y tendrán que pensar en planes alternativos. Creo que deberían facilitar el crédito, incluso si el Banco Central se está concentrando en la inflación. España disponía de superávit antes del cambio de ciclo y, por tanto, tiene la posibilidad de usarlo para estimular la economía.

Antes de las elecciones se aprobaron diversas ayudas, por nacimiento de hijos o para estimular el alquiler de los jóvenes. No conozco los detalles, pero creo que si estuviera en la posición del Gobierno habría reconocido que, dados los problemas en la economía global desde agosto de 2007, existía un riesgo significativo de desaceleración y hubiera adoptado medidas preventivas. No hay que actuar después, hay que hacerlo antes, y así suavizar la burbuja. Sin dejar de resolver los problemas a corto plazo, se debe avanzar en la agenda a largo plazo.

Decía hace un momento que, en Estados Unidos, Bush está tratando de trasladar los problemas económicos a la próxima Administración. ¿Será la de Barack Obama? Soy optimista. Lo que McCain propone es, en realidad, un tercer mandato de Bush. En algunos aspectos representa, sin duda, una mejoría. Por ejemplo, cuando dice que no cree en la tortura o que el calentamiento global existe. En otros asuntos, sin embargo, no hay diferencia: piensa permanecer en Irak, y cree, como Bush, que las rebajas de impuestos son la solución a cualquier problema. Espero que estas políticas cambien, porque han minado nuestra seguridad y nuestra economía.

Y Barack Obama representa un cambio. No sólo para Estados Unidos, sino un cambio para el mundo. Porque si algo hemos aprendido en estos años es que Estados Unidos no puede resolver por sí solo todos los problemas. Tiene el ejército más fuerte, pero no puede ganar la paz. Ahora necesitamos ayuda. El único camino es la aproximación multilateral a los contenciosos internacionales, y este periodo de unilateralismo desbocado debe llegar a su fin.

Quienes critican a Obama dicen, sin embargo, que su "diplomacia directa" rompe con la tradición norteamericana. Bush maneja un concepto insensato: diplomacia sin conversaciones. Es decir, nosotros estamos dispuestos a hablar con usted, pero usted, antes, tiene que estar de acuerdo con todo lo que queremos nosotros. Esto no es diplomacia, es una tradición que se ha inventado Bush. Su concepto de diplomacia sin conversaciones ha fracasado. Y ahora acusa a Obama de defender el apaciguamiento. Pero hablar no es apaciguar.

¿También en materia económica, Barack Obama representaría un cambio? En dos sentidos diferentes. El primero es que Obama reconoce los problemas frente a los que Bush rechazó tomar ninguna iniciativa, como, por ejemplo, el hecho de que existan cincuenta millones de americanos sin oportunidades o el sector sanitario atraviese una grave crisis. El segundo es que se propone que el país crezca con igualdad. Bush criticaba el sector público, pero bajo su mandato los gastos alcanzaron una cifra récord. Eso sí, sin ninguna visión acerca de lo que se hacía. Barack Obama, por el contrario, aporta una nueva visión sobre lo que el Gobierno tiene que hacer en áreas como investigación, infraestructuras, calentamiento global…, cosas que tenemos que emprender juntos en la sociedad. El mercado tiene su papel, pero también el Estado tiene el suyo.

Después de los tres billones de dólares gastados, después de la inestabilidad económica y política en todo el mundo, ¿la nueva Administración norteamericana tendrá el coraje de retirar las tropas de Irak? La cuestión no es ya si Estados Unidos va a retirar o no las tropas, sino cuándo va a hacerlo. Porque la pregunta a la que hay que responder es qué resuelve quedándose. Si Estados Unidos sigue en Irak cuatro años más, eso nos supondrá, cuando menos, una cifra parecida a la que hemos gastado. No ganaremos en seguridad, y el coste de oportunidad será mayor. Quien proponga que Estados Unidos se quede más tiempo en Irak tendrá que explicar, y hasta que probar, que las cosas irán mejor que hasta ahora. Todo indica, sin embargo, que no habría diferencia. Y si no hay diferencia, cada día que pase, cada semana que pase, cada mes que pase, más iraquíes y más norteamericanos perderán la vida, sin que se produzca ningún avance significativo en la situación.

¿Entonces? Tenemos que aprender de la experiencia de Vietnam. Millares de norteamericanos murieron inútilmente. Y al final tuvimos que retirarnos. Salvo que alguien encuentre un argumento convincente para decir que las cosas irían mejor quedándonos, nos veremos obligados a salir.

Joseph E. Stiglitz.
Joseph E. Stiglitz.DANIEL SÁNCHEZ ALONSO

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