'Oh, Jerusalén' llega al cine con su visión neutra del origen de Israel
Dominique Lapierre ha rechazado durante 36 años varios guiones sesgados
Dominique Lapierre ha aguardado casi cuatro décadas para ver en cine la adaptación de Oh, Jerusalén, la obra que escribió junto a Larry Collins para contar el nacimiento del Estado de Israel en 1948 y el origen de todo lo que vino después. La tardanza no obedece a la falta de cineastas interesados: Costa-Gavras, John Briley y William Friedkin persiguieron el proyecto. Unos y otros fueron arropados por los escritores hasta que entregaron el guión. "A veces era una historia totalmente proárabe y a veces era totalmente projudía", recordó ayer el escritor y periodista francés en Madrid.
"La dimensión divina del conflicto lo complica todo", según el escritor
Si de algo está orgulloso Lapierre es de "la objetividad" histórica del libro, editado en 1971. Les costó cinco años de búsqueda de testimonios de uno y otro bando por varios países. Les costó también resistir presiones: por ejemplo para omitir el relato de la matanza de la aldea de Deir Yassin, donde una veintena de extremistas judíos asesinaron a 254 civiles el 9 de abril de 1948. "Llevar la historia al cine tenía la misma exigencia de objetividad".
Ha sido un director francés y -lo más sorprendente- judío el que, en opinión de Lapierre, ha dado con el tono de neutralidad histórica para abordar el filme. Elie Chouraqui, que realizó Las flores de Harrison, ha escrito el guión junto a Didier Lepecheur con la suficiente distancia. A Lapierre le ha gustado: "Es un trabajo de pedagogía importante, mucha gente no entiende de dónde viene esta guerra". La película, que se estrenará en julio en España, recrea la historia de la partición de Jerusalén y el nacimiento de Israel a partir de la relación de dos amigos, el palestino Said y el judío Bobby, atrapados en la pugna entre lealtades patrióticas y devociones afectuosas. El actor Ian Holm encarna al histórico Ben Gurión. Una combatiente judía proclama en la película dos aparentes obviedades: todo tiene un final y el día sigue a la noche. Lo dice en 1948. Todo lo ocurrido en estos 60 años en Oriente Próximo invita a crear que las obviedades son allí sueños. Lapierre se tambalea entre el realismo y la esperanza. Traza un paralelismo: "Soy un niño de la II Guerra Mundial. Si en 1942 me hubiera preguntado si Francia y Alemania podrían firmar la paz, habría respondido que no. Un día en la televisión vi a De Gaulle y Adenauer darse la mano. ¡Fue una sorpresa divina!". Pero Francia y Alemania no son Israel y Palestina. Ni Dios está detrás de la tierra. "Dios nunca prometió que Alsacia sería francesa o alemana. En su caso, Dios ha prometido la misma tierra a dos pueblos diferentes. Esa dimensión divina lo complica todo".
Admite el autor (París, 1931) que no verá el fin del conflicto. Hasta aquí el realismo. Ahora la magia: "Jerusalén es la ciudad de los milagros. Uno tiene la impresión de estar más cerca del cielo, de Dios". Si fue posible una entrevista entre dos enemigos como Golda Meier y Anuar el Sadat (asesinado luego por ello), el autor cree que la paz también puede ser posible.
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