Botero engorda en el IVAM el horror de la tortura
En abril de 2004, el mundo conoció el horror que se perpetraba en la prisión de Abu Ghraib, cerca de Bagdad, donde soldados estadounidenses torturaron a los prisioneros iraquíes. Aquellas imágenes impactaron a Fernando Botero (Medellín, 1932), un artista que ya se había asomado al infierno de la violencia en obras sobre los conflictos armados en Colombia. Unos meses más tarde, en un vuelo transoceánico, Botero comenzó a esbozar "lo que imaginaba que pasaba allí". Lo hizo "como envenenado", dominado por "una ira profunda", y, desde sus entrañas, salió una serie de 24 pinturas y 22 dibujos que forman la serie Abu Ghraib, una obra sobre "la hipocresía de un país que alardea de ser el modelo del respeto a los derechos humanos en todo el mundo". Tras ese esfuerzo por retratar "la injusticia y la monstruosidad", Botero necesitaba "una inyección de vida". Se marchó a descansar a un pueblecito mexicano, en la costa del Pacífico. Allí recaló un buen día "un circo pobre, con animales famélicos y artistas melancólicos".
El pintor antioqueño se interesó por aquel grupo ambulante y habló con sus integrantes. Descubrió un mundo que arrastra una extensa tradición artística y lo hizo suyo, para "curar esa tristeza", a través de 25 pinturas y 24 dibujos que reflejan "un deseo profundo de color" en contraposición a "la vida gris" que los artistas intentan colorear. Ambas series confluyen desde ayer en el IVAM en una exposición que reúne los últimos trabajos de Botero, en un mestizaje de felicidad y drama, la cara y cruz de la vida. Abu Ghraib llega tras un exitoso itinerario por varios países, donde ha dejado la huella del "recuerdo y acusación permanente", y El circo se exhibe por primera vez en el mundo.
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