La humildad coronada
Lo que son las cosas. La clemenza di Tito se presentaba como un espectáculo de segunda fila en la programación del Real, con sólo tres representaciones y en versión semiescenificada, y sin embargo se ha alzado con una de las cotas artísticas más altas de la temporada. El reparto vocal ha sido espléndido, con una Kasarova inconmensurable; Víctor Pablo Pérez se ha sacado la espina de su controvertido Don Giovanni con una dirección magistral, y la puesta en escena de Mario Carniti resulta eficaz en su sencillez posibilitando que los grandes temas de esta ópera extraordinaria queden en manos de las voces y la orquesta. El éxito fue inmenso.
Fue el día de las caras nuevas. Los seis cantantes solistas debutaban en el Real. La estrella absoluta fue la mezzosoprano Vesselina Kasarova, como Sesto. En el Festival de Salzburgo, de la mano de Harnoncourt y en la inquietante puesta en escena de Kusej, ya había deslumbrado con su construcción de este personaje. En Madrid también ha provocado un estremecimiento. Es una cantante temperamental, intensa, de una extraordinaria fuerza interpretativa. Su Parto, parto fue de antología. Y su teatralidad vocal en cada momento. Alexandrina Pendatchanska comenzó un poco titubeante, pero llegó a su gran aria del segundo acto en plenitud expresiva, consiguiendo una escena conmovedora. También fue a más conforme la representación transcurría Roberto Saccà y se mostró en todo momento impecable Álex Expósito que, además, se estrenaba en el papel de Publio. Mención aparte merecen las españolas Maite Beaumont y Ainhoa Garmendia. Curtida la primera en Hamburgo y la segunda en Leipzig, ya habían tenido citas mozartianas de campanillas con anterioridad: Beaumont en el Festival de Salzburgo, Garmendia en el de Glyndebourne. Se movieron las dos con extraordinaria seguridad, pisando el escenario con convicción. Con un empuje irresistible, Beaumont; con gran delicadeza, Garmendia.
Víctor Pablo fue otro de los triunfadores de la noche, en una ópera que se le da como anillo al dedo. La Sinfónica de Madrid sonó compacta, sutil y teatral a sus órdenes.
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