Hombres de Dios
Una misión en la zona más pobre
Sucedió en 2000, en esa guerra civil que duró una década (de 1991 a 2002), cuando los guerrilleros del Frente Revolucionario Unido (RUF) le tuvieron secuestrado en Madina una aldea en la selva, al norte de Sierra Leona, hacia donde nos dirigimos, en las mismas dependencias de la misión que él, el javeriano Franco Manganello, había construido tiempo atrás y que los rebeldes habían convertido en cuartel general. Padre, tengo una intranquilidad aquí dentro que me remuerde, le dijo Baibure, uno de los jefes, en un instante de las largas horas muertas en que lo vigilaba. Es que yo he participado mucho en esto.
¿Qué has hecho? ¿Has matado? ¿Has?
"Nuestra labor no tiene que ver con el tópico de bautizar negritos"
"Lo sorprendente es que, igual qeu empezaron a matarse, terminaron"
"Somos misioneros cien por cien, sin colegios ni medios propios"
"¿El médico más cercano? a cinco horas de camino. En coche"
Sí, bueno He cortado manos, muchas.
¿Muchas? ¿Cuántas? ¿Diez, doce?
No, más.
¿Más? ¿Veinte, treinta? ¿Cuántas?
Doscientas o trescientas dice el otro.
El religioso le mira. Calla. Y pocos días después se escapa a través del swamp, ese pantano esplendoroso, tan verde, tan hermoso, tan fértil, que rodea Madina.
Fue noticia mundial. La guerra, los secuestros, la violencia. El pasado reciente. Baibure anda ahora por ahí. Alguna vez me llama por teléfono porque quiere ayuda para una fábrica, recuerda Manganello la mitad de sus 69 años en Sierra Leona sentado en el comedor espartano de la misión de Kambia, con las imágenes de su patrón, san Francisco Javier, y del padre Conforti, el fundador de la orden en 1895, presidiendo en lo alto.
A este país del África occidental, fundado en el siglo XVIII para y por esclavos liberados, los krio, llegaron en 1950 los que ellos denominan cuatro pioneros con el mandato expreso del Papa de instalarse en la provincia del norte, en Makeni, en Lunsar, y evangelizar en zona musulmana. Hoy, 26 javerianos oran et laboran aquí, repartidos en seis misiones (son 800 hermanos en 18 países). Y nuestra labor no es esa tópica de bautizar negritos, dirá luego el sacerdote de Madina, el extremeño Chema Caballero, de 46 años, tres lustros aquí y mucha experiencia en pobreza, violencia, reinserción De hecho, creo que yo he conseguido más conversiones al Real Madrid que al catolicismo, bromeará una noche sentado en el café del Fatima Institute, la que será primera universidad católica.
El proyecto de rehabilitación de niños soldados que abrió la orden en St. Michael, cerca de Freetown, tuvo gran repercusión internacional. Cerró en 2002. Con éxito. Ahí están muchos de ellos trabajando, con familia. Ahí está Alfa, al volante del jeep que nos transporta a Madina, para demostrarlo: discreto y serio gracias a su habilidad conductora por estos caminos, las espaldas y traseros de todos sufren menos. Ahora tiene una hija y gana 42 dólares. El mejor sueldo de la zona, se ríe Caballero. Así está él, mírale, el más pijo de Madina. Hoy los proyectos de los javerianos se encuentran en fase nueva, dice: paliar la pobreza y la devastación de la guerra a través de la educación, la sanidad, la ayuda al trabajo. Tres puntales de desarrollo que fortalezcan la comunidad, la convivencia y la paz. Dar oportunidades a todos para cambiar las cosas. Es la idea.
Kambia a mitad de camino entre la capital, Freetown (ese hormiguero demográfico: de 300.000 habitantes ha pasado a casi 1,5 millones en una década), y Madina es parada vital para sobrevivir a los 180 kilómetros de carretera infernal, hecha de socavón puro: seis horas de recorrido sin lluvia; el doble, con ella. La ciudad misma, cabeza de distrito, fue la segunda más destruida; prueba viva de la violencia que se apoderó de una población ya de por sí castigada por la corrupción, la pobreza y el clima (los 37 grados de ahora mismo en la estación seca no son nada comparados con los del periodo de lluvias, de mayo a noviembre). Aquí, las mejores casas, las pocas no construidas de hojalata, las señoriales, aparecen oscurecidas por el fuego y semiderruidas; huellas de que no hace tanto aquí se producían ataques, bombazos de mortero, asesinatos a manos de adolescentes arma en mano, música a tope y gritos guerreros; el ruido rotundo del tiro y el afilado del machete.
Los días y las noches en la sede de los javerianos en Madina comienzan y terminan también con sonidos. Dos. Y metálicos. El de una campana que no es tal, sino una llanta de coche a la que Medo o Bakarr, alguno de los llamados mision boys, golpean con fuerza con un hierro, y el del encendido, seco y estruendoso, de un generador eléctrico. Uno llama a los católicos a misa puntual a las 6.30. El otro se enciende para poder celebrarla. Porque no hay luz; pero no sólo aquí, en el chiefdom del Tonko Limba, la zona más pobre del país más pobre del mundo, sino en todo el territorio nacional: ni un solo metro de tendido eléctrico que pueda alumbrar a sus seis millones de habitantes, el 75% de ellos menores de 18 años; 41 de esperanza de vida; un PIB por habitante de 220 dólares.
A las 7.00, el father, como todos conocen aquí a Chema Caballero, atraviesa el patio de la misión vestido de casulla blanca, Biblia en mano, sigiloso, como si fuera a molestar al gato nero que maúlla entre plantas y ropa tendida. Su compañero de orden, el italiano Bruno Menici, de 49 años, y los demás fieles se acomodan ya en los bancos rodeados de los frescos del Cristo crucificado y otros personajes bíblicos (siempre bien negros) que el pintor de las iglesias católicas del país, Kele Mansaray, eligió para este pequeño templo, circular, con sacristía y cuartos anexos, levantado en 1987, y donde años después fusilaban con gusto los guerrilleros.
Franco quería conservar la gran mancha de sangre en la pared del comedor como recuerdo, se reirá luego Chema, señalando las paredes coloristas del comedor que hacen olvidar cualquier huella de dramatismo pasado. Pero esa violencia está ahí, basta una mecha y estalla, había dicho Franco. Y lo sorprendente es que, lo mismo que empezaron a matarse entre ellos, terminaron. ¡Si antaño nos hubieran dicho las atrocidades que iban a cometer todos esos a los que conocíamos desde niños!. Y termina Franco: Hay un principio de química, el de Lavoisier, que afirma que nada se crea, nada se destruye, todo se transforma. La versión aquí es: nada se crea, todo se destruye.
Pero no siempre es así. Porque un rato antes de la llamada católica matutina a la oración en Madina han sonado los cánticos de la mezquita, aquí al lado mismo. Madina sigue siendo zona musulmana mayoritaria (en todo África, los católicos son un 15%), pero los distintos credos conviven en paz hasta en la misma familia. No fue ése un aspecto importante en la guerra, opina Bruno. Tampoco la etnia, dice Chema. Y eso facilita la reconciliación. Porque cada grupo tiene algo que esconder, comentará el padre Natalio Paganelli, el superior de la orden en Makeni. La religión aún aquí es conexión, no ruptura. Aún. Porque la inversión de los fundamentalistas en la expansión de mezquitas está aumentando mucho. Hasta el mandatario libio, Gaddafi, ha estado aquí de visita. Hoy mismo, Caballero debe ir a la aldea de Makuku a una ceremonia en cierto modo iniciática: medir el terreno para la construcción de una escuela (Our Lady of Sorrows). Allí, tras discusiones, cantos y bailes de mujeres y niños, los rezos de los jefes locales para que todo salga bien se realizan primero según un credo, luego en el otro. Así todos, dioses y fieles, quedan contentos.
No siempre todo es destrucción. Lo afirma el hermano Bruno, enfermero; el que lleva las cuentas y se encarga de lo relacionado con la sanidad. ¿Deprimirnos aquí? ¿Por qué?, responde a la pregunta. No es verdad que las cosas no mejoren. No. Poco a poco se avanza. También Chema, encargado de educación y proyectos: El de los niños soldados era más agradecido: podías ver resultados en pocos años. Pero este otro en el que andamos es a largo plazo: dar educación a las clases más bajas; romper la endogamia del poder; crear líderes formados de la etnia de la zona, los limba, tradicionalmente discriminados frente a los mende y temne; conseguir llevarles a la universidad, como hace ahora Mohamed S. Samura, verdadero pionero, que estudia derecho en Freetown, o esos otros chavales en la Universidad de Almería. Se trata de hacer y hacer. Aunque el éxito de todo esto no lo verán mis ojos.
Lo que sí se ve son las escenas que ellos, junto a los sierraleonenses, van componiendo aquí cada día. Algunos ejemplos:
Uno. Hey, man of God, aleluya!. El grito se alza limpio sobre el sonido atronador de motos y poda-poda (autobuses) destartalados, hacinados de viajeros. Una innovación sobre esa música habitual, repetitiva, monocorde, que suena a cada paso que dan los javerianos, el coro de father, father, en cuanto aparecen por las escuelas o aldeas.
Dos. Bruno, sonriente, siempre parlanchín, amable y positivo, el modelo entregado de creyente que consigue hacer dudar a los que no lo son, que surge por el camino de la guardería sujetando de la mano al menos a doce niños vestidos con uniformes bien rosas. Un gran éxito de escolarización: 180 menores de seis años. Sobre todo, en niñas.
Tres. Chema, presidiendo el campeonato de los juegos de la escuela secundaria en el campo de fútbol. Cuatro equipos, cuatro colores. Para no herir a ninguno, ese día viste su camisa arco iris. Y todos contentos.
Cuatro. En Binkolo habita el javeriano más anciano, Giussepe Rabito, de 89 años, que enseña su álbum de fotos de la sociedad secreta de los limba a la que pertenece (igual que Manganello), en la que se realizan las ceremonias de circuncisión, tan extendidas. Natalio está hoy también en Binkolo. Este italiano, mexicano de corazón, define la acción de los javerianos con el vas, fundas y te marchas. Inician y desarrollan proyectos que luego dejan a cargo de otros. Ejemplos: las parroquias que pasan aquí a manos de curas locales; el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, de Lunsar, en manos de las misioneras clarisas (con 2.150 niñas escolarizadas), o el hospital que gestionan allí los hermanos de San Juan de Dios. Se duele Natalio de un handicap tremendo: Somos blancos y extranjeros, los ricos. Tú puedes, yo no puedo. Es una relación contaminada. Pero el rostro se le ilumina luego al hablar de los 150 bautizados en dos años en la zona.
Cinco. Fahmata, hermosa y joven, con su niño de meses a cuestas y su hatillo repleto de pulseras multicolor. Teje gorros y faldas. Planea construirse su propia casa. Aquí, muchas mujeres tienen hijos antes del matrimonio. Son fértiles, lo que es un valor añadido. Pero ella no quiere marido. En la misión le compran la mercancía. Luego, la ONG Dyes las vende en España (www.ongdyes.es).
Terminada la misa, Madina dos calles cruzadas (una principal al estilo Oeste americano), un mercado cubierto y el resto desperdigado a su alrededor se despereza poco a poco. Se va haciendo la luz completa; se aclaran los tonos del verde y se afinan los contornos de los cotton trees, de las palmeras cocoteras y las de vino de palma; se consolidan la humedad y el calor; se despliegan los tenderetes y abre el surtidor de gasolina que casi nunca tiene, pero que antes llegaba en botellas y ahora traen en cisterna Y se ve a las mujeres como manchas de color aquí y allá, que barren los porches o preparan comida en los calderos sobre la tierra, mientras cientos de niños surgen de las cabañas de barro y paja de elefante vestidos con los uniformes de colores, cual fichas de un juego: azul y rosa, colegio católico; verde, wesleyano; marrón, musulmán; blanco, público
La misión da trabajo al 25% de sus 3.000 habitantes, ya sea en las obras, en el campo o en las escuelas; forma y contrata a maestros (150 en este momento) de infantil a secundaria; organiza cooperativas de agricultores (seis ya, 800 acres cultivados, dos tractores; 150 jóvenes y mujeres participan, el sustento de 500 familias); anima y financia proyectos de chavales para abrir negocios, como el chiringuito de John Papa en el centro del pueblo, el único para tomar una cerveza que Bruno siempre pide freda y siempre recibe calda porque el generador apenas funciona unas horas.
Los javerianos reparten e intercambian de todo en un trueque infinito de tareas y productos; escuchan problemas de mujeres y fomentan iniciativas de igualdad; visitan las escuelas para comprobar que todo marcha y a los enfermos para vigilar su estado; recetan medicamentos a esa mujer con malaria, al niño con afección pulmonar, al anciano con la presión hiperalta, y dan consejo al que se lo pide Ponemos en contacto a unos y otros para que con la unión progresen. También evangelizan: Pero aquí eso no es prioritario. La educación y la salud, sí; lo demás, si llega, bienvenido sea.
Momento del desayuno. Caballero deja la vestimenta religiosa, recupera sus tradicionales pantalones de faena con tela de estampado local y se sienta en el comedor mientras el gato nero maúlla sin pausa. Es muy africano, señala Bruno, amante de todas las viandas que le manda su madre de Italia. Las comidas son sagradas: momento de encuentro. Los dos conversan con gusto con todo aquel que se acerque hasta aquí. Sobre cuestiones de fe, de política, de la región, del país, de los proyectos, de su propia organización religiosa: Nosotros no tenemos colegios como los jesuitas o los salesianos; somos misioneros cien por cien, como los combonianos o los espiritanos. No tenemos medios propios, vivimos de las donaciones. Sólo poseen su voto de obediencia (el obispo de Makeni, Giorgio Biguzzi, revisa los proyectos) y de pobreza (nunca poseen dinero propio; un ecónomo general, aquí José Carlos Loroño, se encarga de la procura).
Es la comida momento del balance interno o del boletín informativo externo, para las visitas. Así, últimas noticias: es la primera vez en esta esquina del mundo que se produce la transición política de un partido a otro sin incidentes (las elecciones del pasado septiembre las ganó el APC y el presidente Ernest Bai Koroma); que parece mejor este Gobierno (al menos, los generadores en Freetown funcionan las 24 horas y hay dos ministros limba); que ahora el problema es también el cambio climático, pues no llueve como antaño, y el saco de arroz cuesta ya lo que el salario de un maestro; que aquí en Madina, de momento, no falta de comer, pero sí lo demás: higiene, normas, médicos, escuelas, educación sexual; que lo sanitario va mal, pues Médicos sin Fronteras dejó hace meses en manos públicas el hospital más cercano, el de Kambia, y ahí está, cuasi abandonado Y en lo general, que no hay vocaciones religiosas en Europa, pero sí en Latinoamérica e India. Tres novicios tenemos en Italia, dice Bruno. Uno en España, puntualiza Chema. O lo local: aquí están sólo ellos dos y no dan abasto.
Otras escenas vividas:
Seis. Bolo, el cocinero de la misión, cuya sonrisa crece cuando alabas su mano para la comida: le enviaron a Lunsar con las misioneras clarisas para que Elisa Padilla y Angelina Ávila le enseñaran platos españoles e italianos. Lo controla todo: de la tortilla española al cocido o la pasta primorosa.
Siete. Los niños están por todos lados. Entre ellos, el pequeño Yellow, de piel y ojos más claros que ninguno, con mirada perdida al estilo James Dean, miope y atractivo. ¿Te ve o no te ve? Corre a coger los coches de juguete que alguien trajo del otro mundo.
Ocho. La figura solitaria de todo visitante occidental bajo el baobab gigantesco y seco pegado a la misión: es la central de telecomunicaciones, el punto exacto donde el móvil tiene cobertura. Por la noche caminas hasta él a ciegas, sientes los pasos de otros a tu lado, el roce de sus cuerpos y sus voces El pavor y la sorpresa que produce la capacidad perdida de moverse en la oscuridad.
Nueve. Sidi es fulah, gitano africano. Más claros, más altos, más guapos, de grandes ojos que todo lo miran. Y tiene interés por los contactos que la misión representa. Chema busca una vía para entrar en su comunidad y poder escolarizar a los más pequeños. Viven nómadas, en familias que conforman el padre y sus mujeres, en chozas dispersas en la selva, con las vacas pastando cerca.
Diez. El nuevo proyecto se llama clínica móvil. Bruno y su ayudante, Richard Kargbo, se trasladan los jueves a la aldea de Malikía y usan la vieja iglesia (la primera católica del país) como consultorio. Han contratado una enfermera: Contar con ella es vital para que las mujeres confíen. Al llegar, el panorama es desolador. Decenas de madres con niños (pechos con mastitis, rostros quemados, la malaria y las diarrea que los tumba y los mata), ancianos con la tensión alta. Richard les da primero una larga charla sobre cuidados, higiene, alimentación. Regresan por la noche exhaustos: a 160 personas han visto, y sólo podemos aliviar con medicinas.
A mediodía, todo es abrasador ya en esta esquina pegada a Guinea Conakry, rodeada de ríos de ensueño, baobabs que son pura alucinación; parques naturales donde, a pesar del nombre del país, nunca hubo leones, pero sí muchas serpientes, rinocerontes enanos, monos, felinos y elefantes, y aldeas ocultas entre la espesura de la selva que de vez en cuando los vecinos queman para evitar que engulla los cultivos y los caminos por donde la gente anda día y noche, cualquier distancia a cualquier hora: cuatro para ir y venir al colegio, otro tanto para acudir al mercado los viernes; un día entero para acercarse al médico en Lunsar, no importa estado ni edad En uno de los recorridos vemos, desde el coche, a un muchacho arrastrando la pierna hinchada, producto, quizá, de la filaria. Lo vemos a la ida y a la vuelta, casi en el mismo sitio. Apenas avanza.
Para los dos religiosos, todo es un ir y venir de actividades. Mientras Chema visita alguna de las 52 escuelas católicas (un 85% lo son en la zona; casi un millar en el país), Bruno supervisa la construcción de las nuevas dependencias de la misión: más habitaciones, un nuevo patio y un consultorio médico. Así podremos invitar a profesionales a que ayuden y alojarles con cierta comodidad, porque si no, no se quedan. Mientras uno acude a la llamada de la localidad musulmana de Kukuna donde quieren poner en marcha un proyecto agrícola femenino Sabido es que quien ayuda a una mujer, ayuda a una nación, le dice una de ellas, y Chema añade: Y quien ayuda a un hombre contribuye a que se quede con el dinero en el bolsillo, el otro revisa el estado de las semillas de prueba plantadas en el swamp: A ver si conseguimos tomates, berenjenas, pimientos, la patata española. Además, hoy hay baile en el Town Hall y toca pago de salarios a los maestros: un centenar espera a la sombra, como puede, para recibir los 50.000 leones en efectivo de los 100.000 que cobran (33 dólares): El resto lo paga la comunidad, en dinero o especie, en comida o leña. Así cada día.
El generador de la misión de Madina se volverá a encender por la noche para proyectar una película en el salón de actos, siempre abarrotado, y para la cena. Silencio total a las 21.30. Noche cerrada. Sólo queda en lo alto la luminosidad de las estrellas. Y a pie de tierra, las candelas encendidas en los tenderetes 24 horas donde muchos pasan la vida entera. Chema y Bruno que llevan lo de la charla al fresco en sus genes mediterráneos, algún vecino y alguna visita colocan la silla en la puerta y se sientan a comentar o callan. Pero el más silencioso de todos es siempre el guarda nocturno, un ex jefe de los rebeldes del RUF que lleva consigo su machete. Para un no iniciado, verle ahí arma en mano asusta e inspira: la imaginación se puebla de nuevo de tragedias. Pero no, los únicos sonidos son de tambores y cantos a lo lejos, las voces y risas cercanas de los mision boys, las de los javerianos que repasan lo pendiente y lo hecho. Y en la memoria, el comentario del hermano Manganello, en Kambia: Cuando llegué aquí, un padre me dio una muy buena indicación. Me dijo: Aquí en Sierra Leona, ¿cuánto crees tú que son dos por dos?. Le fui a contestar y él se adelantó: No. La respuesta es: depende. ¿Depende de qué?, seguí yo. Depende. Si me amas es mucho; si no, no es nada.
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