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Columna
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El mundo de la cultura

¿Quién forma parte de ese mundo? ¿Dónde se expiden los certificados de pertenencia?

"El mundo de la cultura" es una frase hecha, un soniquete que desencadena paradójicos efectos semánticos: se mueve como un solo hombre. El mundo de la cultura es una cosa informe e indistinguible. Realiza sus movimientos como las bandadas de aves que armonizan giros en el aire, o como esos bancos unánimes de peces que cambian de dirección con asombrosa sincronía. El mundo de la cultura parece que obra de ese modo: despide a un escritor cuando fallece, saluda la llegada de no sé quién a no sé dónde, muestra su aflicción o su alegría, organiza una protesta política. El mundo de la cultura, según los medios, parece tan monolítico como una asamblea castrista. A pesar de todo, los medios son indulgentes con el mundo de la cultura. La expresión parece revestida de cierta autoridad. Lo malo es que transmite la sensación de que ahí dentro no hay disensiones y quizás por eso, en el fondo, a nadie le gustar decir que forma parte de esa curiosa agrupación.

Por azarosas razones, he asistido en las últimas semanas a cinco o seis francachelas de orden literario (el mundo de la literatura es una subespecie del mundo de la cultura) y sorprendía el interés que mostraba todo el mundo por excusarse, por disculparse, por subrayar su presencia accidental. Era como si todos estuvieran de paso, como si nadie se considerara de ese mundo, como si lo viera a distancia. "Yo no debía estar aquí", oí decir a gestores culturales, esposas de gestores culturales, publicistas de larga o corta trayectoria, críticos literarios, poetas, diaristas, ensayistas, novelistas y afición en general. Lo cual multiplica los interrogantes: ¿quién forma parte del mundo de la cultura? ¿Dónde se expiden los certificados de pertenencia? ¿Es el mundo de la cultura una leyenda urbana? Cuando el mundo de la cultura se pronuncia sobre la guerra de Irak, ¿también tú te pronuncias? ¿Tendrás acceso al inminente cóctel que prepara el mundo de la cultura?

Hace muchos años acudió a Bilbao Jorge Semprún, en calidad de ministro de Cultura, para celebrar un magno encuentro con el mundo de ídem. Alguien consideró que yo formaba parte de ese mundo y me invitó, de modo que acudí a la cita acompañado de un buen amigo. Mi amigo era ingeniero, pero perfectamente podía haber sido australiano, divorciado o socialdemócrata. Lo cierto es que en la entrada había un empleado con librea, examinando los salvoconductos que permitían acceder a los salones donde iba a celebrarse el gran concilio. Como sólo llevábamos una invitación, el maestresala nos miró con aire desconfiado, vagamente policial. No recuerdo si me identifiqué como integrante del mundo de la cultura, ya que la invitación me protegía del desagradable escrutinio, pero ello no eximió del interrogatorio a mi amigo, el ingeniero:

- ¿Y usted? -le preguntó- ¿Está usted relacionado con el mundo de la cultura?

Eso me gustaría a mí saber: ¿quién está relacionado con el mundo de la cultura? O por mejor decir, ¿hay alguien que no lo esté? Mi amigo Javier Viñals, el ingeniero, optó por mirar al cielo en busca del auxilio divino. Aseguré al mucamo que mi amigo estaba relacionadísimo con el mundo de la cultura, que prácticamente vivía en el epicentro de tan cultural universo, que la cultura y él, en fin, formaban un cuerpo místico, y por fin logramos acceder a los salones donde el señor ministro iba a emprender su perorata.

El mundo de la cultura, ¿qué es el mundo de la cultura? Los medios de comunicación siguen hablando de ese ente abstracto, inasible, y mientras tanto algunos seres mundanos seguimos comiendo canapés en los hoteles.

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