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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rotundo Thielemann

En un plazo inferior a 10 días han visitado Madrid, dentro del prestigioso ciclo Ibermúsica, dos de las mejores orquestas alemanas: la Staatskapelle de Dresde y la Filarmónica de Múnich, con sus directores titulares al frente, Fabio Luisi y Christian Thielemann, respectivamente.

Una y otra han dejado una impresión extraordinaria, por razones, si no opuestas, al menos bastante divergentes. La personalidad de los directores ha pesado de una forma determinante. Luisi, que debutaba en Madrid, se despidió con una Primera de Mahler transparente y poética, refinada y llena de nervio, que nos dejó literalmente traspuestos. Thielemann se presentó con una lectura sobria e intensa, de sonido denso, de la Cuarta de Bruckner, con contrastes dinámicos extremos y una solidez endiablada. Fueron dos mundos en las antípodas. La grandeza de la música permite la convivencia entre ambos.

Bruckner

Sinfonía número 4. Filarmónica de Munich. Director: Christian Thielemann. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 21 de abril.

A Thielemann se le ha encasillado como el gran especialista actual del repertorio de los Wagner, Bruckner y Richard Strauss. No por casualidad sus actuaciones en Madrid estos días se han ceñido a los dos últimos. Con Wagner reina en Bayreuth gracias a su magistral dirección de El anillo del Nibelungo los últimos años. Toca otros palos, desde luego, pero el público le demanda las "especialidades de la casa". Su Bruckner de Madrid fue parco de gestos, tremendamente consistente, solemne y grandioso. Acentuó con seguridad, llevó los tiempos con una parsimonia nunca excesiva, estiró hasta el límite la tensión dramática y se mostró en todo momento dominador y brillante. La Filarmónica de Múnich, curtida en este repertorio gracias a la insistencia de Celibidache en el mismo, respondió como un bloque compacto con una cuerda bien empastada y un viento poderoso, del que sobresalieron algunas individualidades, como la clarinetista y el trompa solista.

Después de su contundente versión, Thielemann consiguió mantener un minuto de silencio en la sala antes de los aplausos, con su inmovilidad y la batuta en alto. Concentración, en líneas generales, no faltó. Fue un Bruckner muy alemán, rotundo. El oficio del director y su convicción en la manera de articular y proyectar el sonido permite versiones en las que la música se impone con una fuerza arrolladora y un sentido de la construcción preciso y sin vacilaciones.

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