La nueva etapa germano-israelí
Con motivo del 60º aniversario de la fundación del Estado de Israel, desde el 16 al 18 de marzo, acompañada por la mitad de su Gabinete, la canciller federal Angela Merkel ha realizado una visita oficial, cuyo significado sobrepasa con mucho el ámbito bilateral. El que fuese invitada a hablar en alemán ante la Kneset (Parlamento), algo inconcebible hace apenas 10 años, que exigió incluso una modificación del reglamento, muestra no sólo hasta qué punto han mejorado las relaciones, siempre complejas, entre ambos países, sino también cómo ha empeorado la situación en Oriente Próximo.
Pese al tiempo transcurrido desde el Holocausto y los esfuerzos de los Gobiernos de Helmut Schmidt, Helmut Kohl y Gerhard Schröder por regularizar las relaciones con Israel, éstas difícilmente pueden calificarse de normales. Desde el mismo momento de la fundación de la República Federal de Alemania, Konrad Adenauer fue muy consciente de que reintegrar a Alemania al concierto de las naciones exigía asumir la culpa por los crímenes nazis.
Sólo una convivencia pacífica entre árabes y judíos asegura la pervivencia de Israel
Las negociaciones con Israel sobre el monto de las reparaciones, que al final se cifraron en 3.500 millones de marcos, duraron hasta 1953, pero las relaciones diplomáticas no se establecieron hasta 1965. Alemania Federal se resistía a reconocer a Israel por el temor de que los países árabes pagasen con la misma moneda, sepultando de golpe la doctrina Hallstein, que exigía romper relaciones con los países que las iniciaran con la República Democrática Alemana.
En 1980, las relaciones germano-israelíes se tensaron gravemente, al conocerse la noticia de que Alemania estaba dispuesta a vender carros de combate del tipo Leopard II a Arabia Saudí. Otra vez intereses básicos de Alemania chocaban con los de Israel. En un encuentro en Nueva York el canciller Schmidt comunicó al presidente Menájem Beguin que los alemanes aspiraban a tener relaciones normales con el Estado judío, en el sentido de que en caso de conflicto, como ocurre con los demás países, prevalezca el interés propio. Sin embargo, en razón de la culpa asumida, los alemanes se han comprometido solemnemente a garantizar en cualquier circunstancia, incluso por encima de sus propios intereses, "la seguridad y la existencia de Israel".
Éste es el mensaje que la canciller Merkel ha vuelto a transmitir y que, si exceptuamos a los pequeños grupos ultraderechistas, explica la acogida entusiástica del Gobierno y del Parlamento. Israel sabe que a mediano plazo los intereses de EE UU en la región se irán distanciando de los suyos, y que lo esencial es permanecer fiel al principio que ha aplicado desde su fundación, depender sólo de sí mismo, buscando alianzas cambiantes según las circunstancias. Durante la guerra de Argelia, cuando coincidieron en un mismo frente antiárabe, Francia fue el principal aliado de Israel.
Una Alemania que ha recuperado su posición internacional, con un papel importante en la UE, de la que Israel depende económicamente cada vez en mayor medida, y con el compromiso explícito de garantizar su existencia, es un aliado imprescindible en las actuales circunstancias. Algunos historiadores y politólogos israelíes han reprochado a Merkel que no hubiera hecho la menor crítica a la política israelí en los territorios ocupados, no sólo porque pisotea los derechos humanos más elementales, sino porque afecta directamente la existencia de Israel, con la que Alemania está comprometida. Mientras dure la represión violenta en las zonas ocupadas, el Estado judío estará amenazado; sólo una convivencia pacífica entre árabes y judíos asegura la pervivencia de Israel.
Israel sabe que no le queda otra salida que entablar negociaciones sobre un futuro Estado palestino, sin estar dispuesto en ningún caso a reconocer las fronteras de 1967 y, por lo que parece, tampoco a dejar de extenderse con nuevos asentamientos. Pero por dependiente que económica y militarmente logre que sea el nuevo Estado palestino, Israel sabe también que la paz no durará sin un crecimiento económico apreciable que traerá consigo, tanto dentro de las fronteras de Israel como en el palestino que se funde, un aumento de la población árabe que a la larga ningún apartheid podrá controlar.
La gravedad irresoluble del conflicto queda patente en que, sin hacerlo siempre explícito, así como una parte del mundo árabe está convencida de que a la larga no hay solución que no pase por la desaparición del Estado de Israel, al menos como Estado judío, una parte de los israelíes también piensa que únicamente con la expulsión de los palestinos de la región podrá perdurar un Estado de Israel judío.
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