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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE

A toda leche

El hecho de no vivir en España de forma continuada hace que me pierda algunas cosas, pero, en compensación, aviva mi mirada cuando regreso. No estaba aquí cuando se adoptó en algunas ciudades españolas -entre ellas, Barcelona- el rickshaw como transporte turístico. Ya saben, ese triciclo tirado o empujado por un esforzado ciclista que da una vuelta a los forasteros por los lugares que les resultan más apetecibles. La última vez que los vi fue en Delhi y en Calcuta, hace años. Tantos, que allí existía también el transporte a pelo, es decir, eso que hemos visto en tantas películas anteriores a Bollywood: un individuo famélico y tuberculoso que arrastra, por unas pocas rupias, a los visitantes extranjeros, casi siempre demasiado corpulentos y demasiado cargados. Verlos trabajar era un espectáculo que encogía las tripas. En la India ya no quedan hombres caballo, prohibidos por el Gobierno en favor de la versión bici o motocicleta del asunto. En el primero de los casos, en el del pedaleo, tampoco consolaba gran cosa contemplar a aquellos hombres subalimentados y sudorosos, entregados a un trabajo de bestias por una cantidad que el extranjero siempre regatea, con esa expresión de autoestima que solemos esbozar cuando nos demostramos cuán listos somos.

"Se ha consagrado el 'rickshaw' como experimento moderno"

Por eso me sobresalté, y también lo hicieron los amigos que tomaban café conmigo en una terraza de la Rambla de Cataluña -gente de mi generación: unos antiguos- cuando por el centro de la calzada un par de vehículos tipo triciclo, pero dotados con una cesta delantera en forma de asiento, ocupada por dos turistas, enfilaron por el centro del paseo, cuesta arriba, hacia la Diagonal. Nos miramos con perplejidad. Rápidamente -reflejos de nuestro oscuro pasado- buscamos en los rasgos de los ciclistas signos de lo que antes llamábamos la "explotación del hombre por el hombre". No la aparentaban. Eran jóvenes, eran guapos, eran atléticos -buenas pantorrillas, especialmente- y parecían bien alimentados. ¿Qué estaba pasando allí? Considerando que, pocas horas antes, en el restaurante nos habían ofrecido, mientras esperábamos el primer plato, pan con aceite y "sal del Himalaya" -con la que allí estaba cayendo-, bien podía tratarse de una pijada más de las muchas que han convertido a Barcelona en uno de los más sonados sonajeros del turismo deliberado occidental.

En cierto modo, sí, pero no estamos solos. Me metí en Google y averigüé que la iniciativa -me parece que empezó en Nueva York, para dar vueltas, por ejemplo, por Times Square- ha prendido en no pocas capitales de fuste, y que hay muchos jóvenes interesados en hacerse con un rickshaw o con un epleo de conductor en alguna de las empresas que se anuncian y que ofrecen "una experiencia divertida, un trabajo estimulante" y etcétera. Lo cual sin duda es verdad. De entre todos los empleos-basura que pueden ofrecerse a los jóvenes, éste es uno de los más independientes. No hay que ver a los jefes más que para rendir cuentas, y puede que en el triciclo se te siente una sueca de dos metros que te invite a una horchata. Y si ahorras en propinas, en caso de que las haya, te puedes establecer por cuenta propia.

Además no contamina. En uno de los foros internáuticos a los que esta comunidad de currantes es aficionada, se aduce como principal razón para el interés que despierta el asunto -después de la de "ganarse la vida"- contribuir a que no se deteriore más el tema medioambiental, y de paso, que no empeoren las condiciones en Nigeria. Hay quien quiere comprarse un rickshaw de segunda mano porque no alcanza a pagarse uno bueno -cuesta unos 3.000 euros-, quien persigue convertirse en un pedaleador experto -no debe de resultar fácil sortear el tráfico- y quien lo prefiere a un coche alimentado por gasolina.

De modo que mi grupo se equivocaba. No se trata de explotación del hombre por el hombre. Nos hallamos ante la consagración del rickshaw como experimento moderno.

Ardo en deseos de que las golondrinas del puerto naveguen con remeros en la bodega, como en Ben-Hur.

Aquí, avanzando a toda leche.

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