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Reportaje:

Marilyn siempre llegaba tarde

Michel Schneider retrata a la actriz a través de la relación con su psicoanalista

Jesús Ruiz Mantilla

Marilyn llegaba siempre tarde. Era su defecto más recurrente. Llegaba tarde a los rodajes, a las citas, a las fiestas. Y, al principio, llegaba tarde a las sesiones de terapia con Ralph Greenson, el último confesor de sus desgracias. Era un hombre mayor, sin el poder de atracción del escritor Arthur Miller o del deportista Joe DiMaggio, con quienes estuvo casada. Pero este psicoanalista le marcó tanto que llegó a conseguir que la actriz rompiera esa insana costumbre del retraso y se presentara con antelación a sus citas.

No es que esta mujer con cuerpo de diosa y alma de porcelana, que se ganaba la vida como estrella de cine, como modelo y antes de eso de cualquier forma o manera, le hubiese cogido el gusto a retrasarse por falta de previsión o porque anduviera sin mirar el reloj de su vida. Sencillamente le gustaba hacerse esperar. "Eso le hacía sentirse deseada, querida", comenta Michel Schneider.

Viajaba con 400 libros a cuestas y había estudiado a Freud con 21 años
Era una chica que temía la noche y le gustaba hacer el amor de día y de pie

Es una conclusión contundente, sacada por este escritor francés, autor de la brillante Glenn Gould, piano solo, mientras se adentraba en el misterio y el laberinto de un mito al que ha retratado desde un diván literario en Últimas sesiones con Marilyn (Alfaguara). "Me he querido acercar al personaje como ella misma deseaba explicarse: no mediante su imagen, sino mediante el lenguaje, a través de las palabras, que para ella escondían su verdadero yo". Desde ese lugar donde residía la auténtica Norma Jean, aquella chica cuyo color de pelo no estaba muy claro, pero que ansiaba pasar a la posteridad como la rubia, después de aparecer muerta el 4 de agosto de 1962, en Los Ángeles.

Schneider ha retratado a Marilyn en lo que él describe como "una novela falsa, una narración en la que todo es verdad y real, pero nada exacto". En ella se mezcla el Hollywood dorado con el infierno. Aquel lugar que parecía un Olimpo de plástico, donde todo el mundo pasaba por el diván. Un mundo de espejismos en el que algunos quedaron atrapados por identidades confusas: las que salían del cinemascope y las reales, que nadie se atrevía a tocar.

De eso sufrió Marilyn desde que empezó a triunfar. Pero antes había padecido también de otras cosas que la empujaron a un terraplén trágico: "De abandono permanente", comenta Schneider. Primero por lo que le hizo su madre, que la dejó cuando era un bebé, y finalmente por el hecho de que el propio Greenson, que la trató sin ninguna limitación durante tres años, la dejara sin un ancla al que aferrarse psicológicamente cuando se largó a Europa a impartir una serie de conferencias. No fue muy consciente de que aquel viaje la hundía. Puede que la salida del doctor fuese una de las causas de su muerte. "También da lo mismo si se suicidó o alguien la impulsó a hacerlo. El caso es que ella deseaba más morir que vivir", concluye Schneider.

Otra razón poderosa fue la sensación de incomprensión permanente que le ahogaba. Por eso el libro descubre a una Marilyn distinta: culta y sensible, ansiosa por conocer una verdad que no veía en el espejo. Una mujer curiosa y en permanente busca de cariño, que justificaba su etapa de prostituta diciendo que no podía acostarse por el dinero de nadie si no había un poco de amor por medio. Una chica que temía la noche, a la que le gustaba hacer el amor de día y de pie, alejada del cliché de muñeca sin cerebro con el que muchos la veían, como Joseph L. Mankiewicz. Un día, el director que le había dado un pequeño papel en Eva al desnudo se la encontró en una librería y la disparó con esta humillación: "Pero, estos libros que te has comprado, ¿de verdad los vas a leer?".

Por supuesto. La chica a la que él y directores como él despreciaban por ser "demasiado Hollywood", claro que leía. Era una autodidacta plena. Viajaba con 400 volúmenes a cuestas y había estudiado ya a Freud con 21 años. "Algo muy poco común", comenta Schneider. Aunque también es cierto que en la maleta había hueco para botellas y dosis de barbitúricos y tranquilizantes.

No cuesta imaginar que Marilyn quedara impresionada por alguien como Ralph Greenson. No sólo era el rey de las terapias en Hollywood, el guardián de los secretos de artistas como Sinatra, Jack Lemmon, Peter Lorre, Vivien Leigh, Tony Curtis o Vincente Minnelli, sino que había conocido esa Viena de entreguerras en la que el doctor Freud, "el hombre al que le gustaba oír hablar a las mujeres", se hizo célebre.

La vieja Europa de la que también llegaba Billy Wilder, que la dirigió en Con faldas y a lo loco. Y lo hizo sin perder la paciencia cuando tuvieron que repetir 80 veces una toma en la que sólo debía pronunciar: "¿Dónde está esa botella de bourbon?". Pues 80 veces lo hicieron y 80 veces volverían a repetirlo. El amigo Wilder estaba fascinado por la actriz. Tanto que acabó confesando a su mujer que si algún día la engañaba, sería con ella.

La atracción fatal que esta gata herida ejercía no atiende a explicaciones racionales. Aquella mujer a quien, según su amigo Elia Kazan, "Hollywood tiró al suelo con las piernas abiertas", fascinó a intelectuales como el propio Miller o Truman Capote. Y por descontado a Greenson, que faltó a todos sus principios psicoanalíticos por curarla.

"Yo le conocí", cuenta Schneider. "Era un pope del psicoanálisis que aplicó con ella todo lo que en teoría su terapia desprecia, desde farmacología a intimidad". Para Greenson, Marilyn fue como un miembro de su familia: "Le podía llamar a cualquier hora, cualquier día podía presentarse en su casa", cuenta. Aquellas sesiones le marcaron profundamente. El negro 4 de agosto en que la encontraron sin vida, Greenson también murió un poco.

Una de las imágenes de la última sesión fotográfica de Marilyn Monroe, realizada por Bert Stern, expuestas en el Museo Maillol de París.
Una de las imágenes de la última sesión fotográfica de Marilyn Monroe, realizada por Bert Stern, expuestas en el Museo Maillol de París.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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