El teléfono de Azcona
Azcona se ponía de los nervios. Llevaba días sin acceder a Internet y aguantaba de la Telefónica respuestas de voces metálicas que le comandaban a teclear tal o cual número. "Quiero hablar con una persona", gritaba desesperado por teléfono a quien no le oía. Y me llamaba luego: "He dicho que soy tú, pero tampoco ha valido". Y es que Rafael Azcona había pedido a Telefónica que le instalaran ADSL en su casa al mismo tiempo que yo, una casualidad. El día en que los técnicos vinieron por fin a nuestros respectivos hogares confundieron los expedientes por obra de un duende maligno, y desde entonces, ante cualquier reclamación, teníamos que utilizar el nombre del otro para identificarnos. "Dígame su nombre", decía la voz áspera de la operadora, y uno, muerto de vergüenza, susurraba "Soy Rafael Azcona", temiendo que esa mujer anónima descubriese la impostura y nos quitara la comunicación a ambos.
Aquel juego endiablado me hacía sentir como si me estuviera inmiscuyendo en la vida de otro, nada menos que el guionista de cine que todos admirábamos. ¿Podría llegarme por error algún guión secreto? Se lo conté a Berlanga, que se divertía con la situación, desvelando una hermandad con su amigo Rafael que, sin embargo, trataba de disimular. ¡Qué parecidos los dos en callar sus emociones!
"Esto es kafkiano", protestaba Azcona. O azconiano, pensaba yo, o berlanguiano, o de Saura, Ferreri, García Sánchez..., es decir, de cuantos con su colaboración han mostrado en el cine chapuzas y miserias de este país.
Curiosa la labor de un guionista, siempre a la sombra de otro. Su talento se funde con el del director, que lo digiere y lo acopla. A fin de cuentas, las obras de Berlanga se parecen entre sí, tienen su impronta personal, aunque no todas las escribiera con Azcona. Igual les ocurre a los otros directores. Pero todos ellos querían volver con él. Azcona les aclaraba la película, daba en el clavo con los diálogos, ordenaba sus caletres, les aportaba creatividad...
Con ese cruce de cables que nos traíamos, Rafael enviaba en ocasiones mensajes cordiales, cada 14 de abril, en que no faltaba su anual homenaje a la República (no sé si pensaba que la Monarquía era culpable de todo...). El caso es que vivió de prestado en sus comunicaciones cibernéticas, camuflando su identidad en la de otro, como a fin de cuentas hacía en su trabajo.
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