Los domingos de Baudelaire
Dos son las características que pueden indicar la falta de actualidad de una novela: a) que sea fácilmente adaptable al cine y b) que no pueda abandonarse la lectura sin llegar al fin. En el primer supuesto, habría sido preferible que el autor se empeñara en redactar un guión. En el segundo, parece claro que su vocación creadora se relaciona con los sudokus.
Lo propio de la literatura contemporánea -una vez desarrollado el cine, el vídeo, lo audiovisual, lo publicitario y lo internáutico- sería aquello que la escritura y sólo la escritura puede decir en especial. Pero también, teniendo ahora en cuenta los múltiples modos de comunicación, resulta mostrenco todo modelo de novela con sus premiosas historias y descripciones ambientales al estilo del XIX y mediante comentarios, además, en tercera persona al estilo de la voz en off que acompañaba a las películas en blanco y negro.
Sin el contagio del blog y su intimidad fragmentaria, sin la integración del universo audiovisual, sin ironía, sin hilos simultáneos, diversos y abiertos, no se hace nada contemporáneo. Están muy bien esas pesadas narraciones, ocupadas en los pormenores de una escena o las menudencias de un vestido, pero se trata de un quehacer propio de los tiempos anteriores al cine, los telefilmes y el vídeo. Es admirable que se sigan pintando paisajes y bodegones a la manera de los simbolistas o los barrocos pero la pintura -como cualquier otro arte- ha evolucionado lo suficiente para que estas obras las contemplemos como inercias o legados.
Igualmente, las composiciones novelescas que emplean la tercera persona a la manera de un Dios omnisciente y se apoyan en muy enrevesadas intrigas en vez de cuidar el gozo y la jugosidad del texto, vienen a ser como hojas secas de la biblioteca. Milagro es que no desprendan un aroma muy rancio que, de todos modos, sigue atrayendo tanto a los diferentes lectores vetustos como a los lectores más burdos que nunca aspiraron un libro a fondo. De hecho, si dependiera de sus cultivadores conspicuos, la novela se encuadraría siempre, como también ellos, en el oficio consagrado y civilizatorio, que se atribuyen en cuanto orates de la cultura, proveedores de libertad y donadores de mundos imaginarios, entre otras solemnes bobadas por el estilo.
Para bien, sin embargo, del ciudadano consumidor, la literatura, como la pintura, la música o el cine, no la suscita las manos de creadores bendecidos sino la faena de simples trabajadores con sus habilidades particulares. Unos son mejores y otros peores; ninguno divino.
La novela tradicional enaltecida como gran monarca libresco, destinado a formarnos, enriquecernos o transportarnos a otros ámbitos, ha sido altamente superada por experiencias físicas, libertades políticas, ocasiones vitales y hasta viajes low cost. La literatura actual, novela o no, nunca halló mejor ocasión para manifestarse con desahogo y a gusto. Sin las ocupaciones trascendentes de antaño ni las supuestas misiones iluminadoras propias del tiempo en que se leía con velas.
Definitivamente, el mundo del relato y sus collages empieza ahora a vivir su anhelado recreo de toda la vida. Los domingos del arte de Baudelaire dedicados a pasear, hablar con el público, sorprenderlo y sorprenderse, brindan a todos la oportunidad de vivir sólo adicionalmente leyendo y no tratando de cumplir el falaz dictamen de leer para vivir más.
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