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Crítica:LA PELÍCULA DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Afgana y niña... ¡que Alá te proteja!

Carlos Boyero

Atribuyen a aquel hombre gordo, sabio, malicioso, secreto a pesar de su exhibicionismo y transparentemente genial llamado Alfred Hitchcock este consejo para navegantes incautos: "Nunca hagáis películas con perros, ni con niños, ni con Charles Laughton". Afortunadamente, algunos artistas no le han hecho caso respecto a la problemática y heroica tarea que implica dirigir a niños, y gracias a su celo por describirnos lo que bulle en el cerebro y en el corazón de algunas criaturas memorables, aterradas, insomnes, acorraladas, supervivientes, amenazadas, manipuladoras, traumadas, rebeldes, curiosas, inquietantes, crueles, anhelantes, no amadas, no comprendidas, el cine nos ha regalado obras maestras como Los cuatrocientos golpes, Moonfleet, La noche del cazador, Viento en las velas, El espíritu de la colmena, Luna de papel, Suspense, E. T., Matar a un ruiseñor, Un mundo perfecto, El otro, Paisaje en la niebla o El chico.

BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA

Dirección: Hana Makhmalbaf.

Intérpretes: Nikbakht Noruz, Abdolali Hoseinali, Abbas Alijome.

Guión: Marziyeh Meshkini. Producción: Irán. Duración: 81 minutos.

Hace tres años, un director iraní le puso los pelos de punta a cualquier sensibilidad medianamente receptiva con Las tortugas también vuelan, crónica desoladora sobre críos expertos en la supervivencia más atroz, familiarizados con las infinitas miserias de la guerra, hacinados en un campo de refugiados en la frontera entre Irak y Turquía, obsesionados por hacer funcionar una rústica televisión para ver jugar a Zidane. Cine tan posibilista como lírico, rodado con medios ínfimos, con gente que se interpreta a sí misma, lleno de fuerza, dureza, piedad, verdad.

En Buda explotó por vergüenza volvemos a encontrarnos con ese universo de niños a la intemperie que reproducen en sus juegos la conducta del pavoroso mundo adulto. Si se trata del eternamente machacado Afganistán, invadido sucesivamente por los rusos y por los norteamericanos, sometido al bárbaro poder de los talibanes, cuna, abastecimiento y refugio de Al Qaeda, podemos imaginar hasta el escalofrío en qué consisten las diversiones de la infancia, en simular lapidaciones a las hembras que se desvían de la ortodoxia, en colocar supuestas minas que destruyan a los infieles, en torturar y acribillar al enemigo mediante macabras escenificaciones teatrales.

La protagonista es una tenaz y adorable cría de seis años que se ha propuesto que la admitan en la escuela porque le han dicho que en los libros cuentan historias divertidas, anhelo que resulta comprensible en un mundo real en el que todo es sombrío, huele a pobreza extrema, a sufrimiento y muerte. Mal negocio querer aprender el alfabeto en Afganistán si además has tenido la punitiva desgracia de nacer mujer. El calvario de esta cría intentando hacer realidad su sueño será atroz, pasará por la humillación, el sadismo físico y mental hacia el débil, los rituales bélicos, el castigo inquisitorial. El acojone llega a ser intolerable porque esos fanáticos verdugos son niños, inocencias profanadas, seres desvalidos que imitan el horror de los mayores, cuya autoafirmación es la violencia, el único y maldito universo que han conocido.

Esta conmovedora película la ha dirigido una mujer de 18 años llamada Hana Makhmalbaf. Le basta con una cámara, escenarios naturales, niños que desprenden autenticidad y tener claro lo que quiere describir para lograr un documento terrible, tierno y necesario.

La niña Nikbakht Noruz y el niño Abdolali Hoseinali, en la película <i>Buda explotó por vergüenza</i>
La niña Nikbakht Noruz y el niño Abdolali Hoseinali, en la película Buda explotó por vergüenza
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