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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El agujero fiscal

La primera fase de la precampaña electoral del PP y PSOE estuvo protagonizada por un singular duelo de ofertas fiscales, y no es descartable que ambos partidos vuelvan a levantar el tenderete en los últimos días si sus asesores de cámara así lo aconsejan. La economía y los impuestos, junto a la inmigración y la seguridad ciudadana, son cada vez más ingredientes principales de programas y debates. ¿En todos los sitios? No. También en esto se manifiesta la peculiaridad vasca. El debate sobre la fiscalidad, sobre quiénes, con cuánto y de qué modo deben contribuir a sostener los servicios públicos está desaparecido en Euskadi. Se sube al altar la ¿soberanía? tributaria que nos daría el Concierto Económico, pero el uso que cabe hacer de ella se sustrae cuidadosamente a la discusión pública. Al menos en ese impuesto que afecta a la generalidad de los bolsillos, el de la renta. Porque, si hay que hacer caso a sus sumos sacerdotes, la esencia del Concierto no está en la capacidad de disponer de una recaudación anual de 13.772 millones por la que suspiran los catalanes, sino que se ha reducido a poder conceder ventajas a algunas empresas sin traba alguna.

El debate sobre cómo sostener los servicios públicos está desapareciendo
La mayoría de los partidos vascos no dedica espacio a los temas fiscales

Hay que temer, por tanto, que en la campaña electoral vasca se hable de lo de casi siempre, pero no de impuestos. De hecho, sólo el programa del PP dedica un apartado a traducir a Euskadi las ofertas fiscales de Rajoy, mientras que el del PSE es un clon del elaborado por el partido matriz. El PNV se ha tomado la molestia de llevar al papel sus propuestas para solucionar de una vez el conflicto, reformar el Estado, mejorar la productividad y el empleo o atender la dependencia. En cambio, en su programa no hay ninguna referencia a la fiscalidad. Podría argüirse que, en virtud de la singularidad foral, que deja tan sensible materia en manos de los territorios históricos, este debate no toca en unos comicios generales. Lo que pasa es que tampoco se abordó de ninguna manera en las elecciones forales de mayo pasado, y no merece la pena remontarse a las autonómicas de 2005, porque el resultado de la búsqueda sería el mismo: cero.

Nuestros responsables institucionales han seguido con un aire displicente y superior el concurso de ofertas fiscales entre Rodríguez Zapatero y Rajoy. Es verdad que no resulta nada edificante reducir un asunto tan vertebral para el concepto de ciudadanía democrática a una puja de descuentos, que banaliza la obligación de todos a contribuir al sostenimiento de los derechos establecidos. Como sucede de las rebajas de enero, si alguien te ofrece descuentos del 40 y hasta el 50% por un pantalón, lo razonable es pensar que hasta entonces te estaban cobrando por la prenda un precio abusivo. En cualquier caso, las ofertas fiscales tendrían que haber sido la consecuencia de un debate previo sobre las necesidades de financiación de los servicios públicos y el reparto proporcional de la carga entre los contribuyentes, y no un obsceno señuelo para reclamar la atención de los votantes.

Sin embargo, la dudosa ejemplaridad de la rifa no justifica el vacío de debate fiscal en Euskadi. Aquí, ni rebajas, ni discusión: silencio. Los escasos responsables de Hacienda que se han dignado a entrar en la cuestión han recordado que ya en 2006 se aprobó una minirreforma del IRPF, que se notará en la próxima campaña de la declaración de la renta. Ahora bien, ¿quién decidió esa modificación, mera secuela de la llevada a cabo por el Gobierno central, salvo en esa mínima parte que afirme nuestra singularidad? ¿Se discutió abiertamente sobre ella en las Juntas Generales de los territorios o en el Parlamento vasco? ¿Se sometió, quizás, al criterio de los agentes sociales reunidos en nuestro inoperante Consejo Económico y Social o de alguno de los observatorios que han surgido como setas? Por si no se habían dado cuenta, son preguntas retóricas.

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Unos meses después de que el ganador de las elecciones en España traduzca las promesas fiscales en cambios en el IRPF o el Impuesto de Sociedades, en nuestra comunidad unos señores se reunirán discretamente en el llamado Órgano de Coordinación Tributaria y acordarán hacer lo propio, con una mínima variación para afirmar nuestra singularidad. Ya nos enteraremos. Alguien debió decidir en Euskadi que este de los impuestos es un asunto demasiado serio como para que puedan discutirlo abiertamente los ciudadanos y sus representantes. Y en esas estamos.

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