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Reportaje:La colecciones de El País

'Toro Salvaje'

Mañana con EL PAÍS, por 7,95 euros, un libro y una película de Scorsese

"Al evocar mis recuerdos, tengo la impresión de estar viendo una vieja película en blanco y negro", afirmaba el peso medio Jake La Motta en las primeras páginas de su libro de memorias Raging Bull: My story, escrito con la colaboración de Peter Savage y Joseph Carter. Sus palabras fueron premonitorias: su vida acabó por convertirse en una película en blanco y negro, aunque no precisamente vieja. La autobiografía del púgil había caído en manos del director Martin Scorsese mientras culminaba el rodaje de Alicia ya no vive aquí (1974): Robert de Niro le había recomendado encarecidamente su lectura, sembrando en las inquietudes del cineasta una semilla que tardaría en germinar.

"Toro Salvaje es la historia de un hombre cara a la pared", diría años más tarde Scorsese. En sus manos, Jake La Motta se transformó en una criatura inconfundiblemente scorsesiana: un sujeto autodestructivo, desequilibrado y atormentado por la culpa, incapaz de comunicarse con sus seres queridos mediante otro lenguaje que no fuera el de la violencia. En cierto sentido, Jake La Motta también se convirtió en un espejo para el cineasta, que no dudaría en aclarar: "El hombre cara a la pared era yo". El proyecto se gestó durante uno de los periodos más problemáticos de la carrera de Scorsese: tras el extenuante rodaje de New York, New York (1977), el director había tomado un estimulante desvío hacia el cine de no ficción que dio dos frutos notables -el mediometraje American boy y la poderosa El último vals (ambas de 1978)-, mientras su vida personal se hallaba en fase de desintegración. El nacimiento de su hija Domenica Cameron-Scorsese coincidió con el divorcio de su segunda esposa, Julia Cameron. Cuando los abusos con el consumo de cocaína desembocaron en la hospitalización de Scorsese, Robert de Niro no tuvo otro remedio que plantearle un ultimátum: por aquel entonces, el guión ya había pasado por las manos de Mardik Martin y Paul Schrader, pero el proyecto estaba encallado. Una fuga terapéutica a la isla caribeña de San Martín logró poner las cosas en su sitio.

Título clave en la historia del nuevo Hollywood, Toro Salvaje vio la luz el mismo año en que la ambiciosa La puerta del cielo (1980), de Michael Cimino, cerraba de un portazo esa promesa de un cine adulto facturado en el interior de la industria, que habían abanderado cineastas como Scorsese, Coppola o Peter Bogdanovich. La crisis que el fracaso de Cimino provocó en el seno de la United Artists hizo que la productora desatendiera la carrera promocional de la cinta de Scorsese ante los Óscar. De las ocho nominaciones recibidas -entre ellas, las de mejor director y mejor película-, sólo dos se materializaron en forma de estatuilla: Thelma Schoonmaker -la clave secreta del toque Scorsese- recibió el premio al mejor montaje y Robert de Niro, que había engordado 27 kilos para encarnar al Jake La Motta de sus años de madurez y actuaciones de night-club, sumó un segundo Oscar al que ya había distinguido su labor en El Padrino II (1974).

A pesar de que Scorsese tenía claro desde el principio que Toro Salvaje no iba a ser una película de boxeo, su plasmación de los combates marcó un punto y aparte en el tratamiento visual del tema. El cineasta quiso colocar la cámara en el ring, dotando de un ritmo particular a cada enfrentamiento, en consonancia con la evolución psicológica del personaje. El resultado fue una película que, en efecto, narraba un viaje espiritual, pero lo hacía golpeando al espectador de una manera nada metafórica.

Robert de Niro, a la izquierda, interpretando a Jake La Motta en <i>Toro salvaje.</i>
Robert de Niro, a la izquierda, interpretando a Jake La Motta en Toro salvaje.

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