¿Crisis, qué crisis?
Eso lo que preguntaba a ritmo de rock Supertramp allá por 1975. En aquel año, se achacaba la crisis a los jeques árabes por haber cerrado el grifo del petróleo, provocando que las aceras y plazas se inundaran de personas mirando a Babia, a falta de mejor dedicación. Encima, al referente patrio no se le ocurrió mejor cosa que morirse en su cama. Se pasó muy mal durante unos cuantos años, con reconversiones industriales incluidas, pero fuimos ganado el derecho a ser europeos, guiados por la gauche-divine llegada de Andalucía en traje de pana. A caballo de los fastos de 1992 (Barcelona, Sevilla), la crisis nos volvió a poner a régimen un tiempo, para volver a recuperar después el buen apetito con el "España va bien". Todavía hay quien dice que esta sigue siendo la tierra de Jauja, el país donde una persona puede hacerse rico mas fácilmente, como dijo un ministro de Economía de izquierdas.
Jóvenes y emigración es la población a la que principalmente va a tener que dirigirse la oferta
"¿La vivienda está cara? Pues se venden todas...", o algo así dijo otro ministro de Economía de Aznar, a quien luego nombraron director gerente del Fondo Monetario Internacional. Si en algún sector de la economía se ha verificado esta cultura del enriquecimiento rápido y a toda costa ha sido en el inmobiliario. Y a sus encantos no se han sustraído los ciudadanos de a pie, seducidos por los cantos de sirena de esa nueva religión que nos hacía a casi todos ricos.
Por arte de birlibirloque, el piso que nos costó cuatro perras valía ahora una pasta gansa y los más listos de cada clase (ya sin ideología alguna) se pusieron a hacer magia con los terrenos de huerta y de secano plantando urbanizaciones y rascacielos. Si es posible, con vistas al mar, pero, lo más importante, haciendo con los terrenos varios pases intermedios con los que se multiplicaba su valor. Pero la fiebre del pelotazo, el afán por hacer dinero fácil ha afectado a muchos ciudadanos que ahora miran con preocupación el horizonte. Unos ganaron o pensaron ganar unos miles de euros con su pisito, mientras que otros lo han hecho a lo bestia.
Ahora toca lamentarse, pero ya hace más de dos años que la clientela con mayor capacidad económica y visión de la jugada se volvió picajosa a la hora de invertir en su vivienda. Desde 2007 las nuevas generaciones reclaman con fuerza desde la calle más vivienda pública, antesala de que la atención social se aleja del sector del ladrillo privado. Y ahora se cierran agencias inmobiliarias, comienza el baile de cuadrar cuentas en las empresas de promoción y construcción, la banca estornuda y la Bolsa tiembla. Y nos cuentan que es por efecto inducido del caos en el sistema hipotecario americano.
Lo cierto es que cada crisis es cada crisis, y que algunas de las causas de la actual que afecta al sector inmobiliario provienen del interior del mismo mercado. Sin salir de España, las situaciones son diversas. A modo de ejemplo, en Levante y en Andalucía hay provincias en que los visados de nuevos proyectos de viviendas han ido bajando en picado según avanzaba 2007 (hasta un 80% menos de viviendas visadas respecto al mismo periodo del año anterior), mientras que en el País Vasco descendían ¡solo la mitad! Aunque hay que matizar que también en nuestra comunidad autónoma construimos muchas menos, por lo que en nuestra particular crisis sobran menos viviendas, es cierto, pero en un mercado también más pequeño y sin el efecto del turismo.
Jóvenes y emigración, esos son los segmentos de población a los que principalmente va a tener que dirigirse el sector de la vivienda a corto y medio plazo. Ambos necesitan tiempo para alcanzar poder adquisitivo. Y si por motivos demográficos no se producen más de los primeros, habrá que invitar a que vengan muchos más de los segundos. En el 2025, más de la mitad de la población actual de nuestro país estará jubilada, pero con muchos años de vida por delante. Para mantener la viabilidad de nuestro sistema económico, la población total tendrá que aumentar en 15 millones de nuevos habitantes; de cotizantes, mejor dicho. Y habrá que darles una vivienda.
Seamos positivos. También hay empresas inmobiliarias bien gestionadas, que han adquirido patrimonio con recursos propios y a las que el alquiler les va a permitir diversificar su actividad, exponiéndose menos y preparándose mejor para los malos tiempos. También hay entidades financieras que se han cuidado de jugar con ligereza y recursos ajenos al monopoly en tierras castellanas o de limoneros. Y hay ayuntamientos que han apostado por gestionar de verdad, aportando suelos en cantidad y calidad para la vivienda pública (en toda su gama), y en los que se seguirá construyendo a buen ritmo, pues la demanda de estas tipologías de viviendas es creciente. Finalmente, hay otras administraciones, más allá de lo local, que también están apostando por intervenir en el mercado de lo público y que, además, van a ayudar a mantener vivo el sector de la construcción.
Y luego estamos los ciudadanos, compradores, vendedores y destinatarios finales de ese producto llamado vivienda, y que, aunque sea a base de sustos, también aprendemos de estas crisis.
Javier A. Muñoz es arquitecto.
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