Niños secuestrados como indeseable monotema
Llego a la lamentable conclusión de que el científico pariente de Rajoy no tenía razón en sus antialarmistas convicciones y pruebas sobre la mentira del cambio climático al constatar con alucinación que Berlín, ciudad que visito ritualmente en febrero desde hace veintitantos años y a la que siempre he asociado con temperaturas rayando o superando el bajo cero, suelos helados, soñadora nieve, ojos llorosos por el frío, luz permanentemente grisácea, cielo plomizo y otras gélidas características, luce este año un sol mosqueante, hay gente en las terrazas, hay huelga de gorros, bufandas y guantes; el ambiente es casi primaveral.
Lo cual hace que me plantee seriamente la llegada del apocalipsis y que desaparezca la sensación de confortable calor y de refugio que te ofrecían antes del acto de estar en el cine, independientemente de que lo que vomitara la pantalla fuera un muermo intolerable. Ahora tengo menos paciencia con las películas irritantes, ante la certidumbre de que la calle está llena de luz y de que el tiempo vuela.
'Gardens of the night' alarga lo que 'Mystic river' contó en cinco minutos
El relato de 'Lago Tahoe' es tan vanguardista que no me afecta nada
Me distraigo en la sala oscura con estos consoladores onanismos mentales porque hoy la Berlinale se ha puesto sospechosamente de acuerdo para ofrecernos dos películas con un tema que me pone los pelos de punta, que me inspira mucho terror y ningún morbo. Se trata del secuestro de niños, algo que revela lo más excrementicio y abominable de la naturaleza humana.
La norteamericana Gardens of the night, dirigida por Damian Harris, vástago del inmejorable actor Ed Harris, desarrolla en su argumento larga y obsesivamente lo que Eastwood nos contaba con sobriedad y efectos escalofriantes en sólo cinco minutos en su sombría y admirable Mystic river. O sea, la indefensa criatura a la que los lobos engañan en la calle, la llevan a su cueva, la destrozan física y mentalmente, le joden la vida para siempre. En este caso se trata de una niña desarmantemente virginal y sus secuestradores son dos psicópatas especializados en prostituir a los críos sirviéndoles carne fresca a una red de pederastas. Ocho años más tarde veremos a los precozmente violados haciendo la calle más dura, ciegos de droga, ejerciendo de putas y de chaperos. Está contada con realismo, clima y veracidad, pero a mí me pone enfermo, estoy deseando que se acabe. Me resulta complicado aceptar el talento y la sensibilidad del retratista en un tema que me espanta; salgo con mal cuerpo del cine.
Julia, dirigida por el francés Erick Zonca, autor de la muy estimable La vida soñada de los ángeles, es menos retorcida en su prólogo, pero también habla de una tía que secuestra a un crío esperando que el millonario abuelo le suelte un pastón que le solucione su desastrosa existencia. La pava es alcohólica y autodestructiva, carne de cañón, habituada cotidianamente a que el resacón la despierte en camas y lugares extraños con hombres grisáceos de los que no recuerda su nombre, a que no le dure ningún trabajo, al pavor de tener que mirarse de vez en cuando en el espejo.
El arranque es duro y promete desgarrado interés, pero a la media hora se evapora el turbio encanto de la dama borracha y folladora. En el momento en el que esta desquiciada se coloca una máscara, pilla una pistola, amordaza a un niño y comienza a huir con él hacia México esperando que su chantaje se transforme en dólares. Sabemos que a la temblorosa, desagradable y volcánica protagonista se le ha ido la olla desde su primera aparición, pero lo que no sospechábamos es que al director de su odisea le va a ocurrir paulatinamente lo mismo. El guión se convierte en un disparate sin gracia, exclusivamente grotesco. Que dejen tranquilos a los niños, aunque la descripción de su secuestro y su tortura ofrezca mucho juego dramático.
En la minimalista película mexicana Lago Tahoe los que sufren son adolescentes nada queridos y muy perdidos, pero el director lo cuenta de forma tan vanguardista que no me afecta lo más mínimo. Tampoco consigue despertarme el menor interés la cornamenta que le pone a su despistada y otoñal esposa un adúltero profesional con una juvenil karateca. La retorcida venganza de la estafada sentimental cuando descubre el lujurioso pastel es más bien tirando a ridícula. Ocurre en la finlandesa Hielo negro, película inane en la que es imposible descubrir las razones para que sea exhibida en la sección competitiva de un festival que presume de selectivo y de trascendente. Mi intuición y mi experiencia me amenazan asegurándome que esta Berlinale va a ser espesa y temible. Ojalá que me equivoque.
Babelia
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