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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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No más siervos

Diego A. Manrique

Entre las ruinas de la industria musical, suena el mantra de la era Internet: "Necesitamos un nuevo modelo de negocio". Lamento no poder aportar grandes ideas al respecto. Pero sí sugiero aprovechar la reconstrucción posterior a la catástrofe para enmendar el Pecado Original. Que es su implacable apropiación del trabajo (los masters) de los artistas. Asumo que, en tiempos de la-música-debe-ser-gratis, no hay demasiada simpatía por los derechos de los artistas. Intentemos traducirlo a las preocupaciones del español medio. Acude al banco para pedir una hipoteca. Si se le concede, pasará los siguientes años trabajando para el banco. Pero aquí, aunque pague con creces el piso (el disco), queda en poder del banco (la discográfica). ¿Para siempre? No, sólo para los siguientes 50 años. Pasado ese periodo, el piso (el master) queda libre, y cualquiera puede utilizarlo (publicarlo).

Las disqueras tienen especial maestría en acobardar a 'managers'

Nadie sería lo bastante loco para firmar tal compromiso, oigo decir. Pero sí un neófito que desea profesionalizarse o incluso un artista establecido que pretenda seguir en primera división. Las disqueras tienen especial maestría en manejar inseguridades, en acobardar a managers. Desde siempre, los músicos han interiorizado que los discos son el anuncio de sus directos, esos bolos que pagan sus necesidades y, con algo de suerte, sus vicios. Fatal miopía; infinidad de artistas mueren en la indigencia mientras sus grabaciones siguen generando dinerales. No imaginaron que se revalorizarían con los nuevos soportes, las bandas sonoras o la publicidad, gracias al bucle del eterno revival.

Cuando una compañía fuerte ficha a un artista, le pone un caramelo en la boca, en forma de adelanto de royalties. Nadie se resiste a tanta generosidad. Ese avance ofrece interesantes ventajas contables y fiscales... para la compañía. Si su disco vende, el artista recibirá nuevos royalties, aunque le parecerán encogidos, hasta ridículos.

A cambio, pierde el control de su obra. Sus canciones más exquisitas saldrán en recopilaciones cutres. Se trocearán sus álbumes para productos baratos para gasolineras. Sus discos serán editados fuera y recibirá liquidaciones imposibles, donde le informan de que su mágnum opus ha despachado cinco copias en Chile y tres en Holanda.

La contabilidad de muchas discográficas, con sus asombrosas deducciones, merecería toda una antología de la picaresca. Lo esencial: el artista queda encadenado a una empresa que, con toda seguridad, cambiará enseguida. Se marcharán las personas con las que trató, se modificarán objetivos, cambiará de dueños. Y las sonrisas del día de la firma se trocarán en insultos. Aunque se largue, descubrirá que durante años le prohíben regrabar las canciones que hizo allí. Juran las disqueras que debe ser así, que pierden en 9 de cada 10 lanzamientos. No me dan pena. Debería habilitarse un sistema para que artistas que han pinchado pudieran, abonando los costos, recuperar sus grabaciones e intentar venderlas por otra vía. Para comprobar si el problema es la música o la ineficacia disquera.

Incluso un baluarte del capitalismo, The Wall Street Journal, concluyó un análisis reciente de la industria musical afirmando que "es de carácter claramente medieval, la última forma de servidumbre feudal". Los artistas listos han aprendido: los Rolling Stones perdieron lo grabado hasta 1970 aunque poseen lo posterior y han ido colocándolo en diferentes multinacionales; terminarán en Universal, la última que les faltaba. Prince rechaza contratos largos y ofrece pactos puntuales de distribución. Paul McCartney, Van Morrison o Morrissey se apuntan al "seamos socios, no esclavo y amo".

Las disqueras intuyen que ése es el futuro inevitable: acuerdos de duración reducida, sin la propiedad del master. Pero se resisten, proclamando que necesitan exprimir los pelotazos -¡durante medio siglo!- para financiar a artistas nuevos. Lo presentan como una actividad filantrópica cuando se trata de una de sus funciones: lanzar talento fresco. Aparte, vista la esclerótica lista del top 50 en España durante 2007, yo no presumiría de esas habilidades.

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