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Reportaje:

Sensualidad mecánica

La galería Gómez Turu de Barcelona presenta la exhibición 'El Arte de la moto'

Con un nombre casi calcado, El Arte de la motocicleta, el Guggenheim de Bilbao abrió en noviembre de 1999 una exposición que puso los pelos de punta a las mentes bienpensantes de la ortodoxia cultural: motos en un museo serio, ¡qué escándalo! Aunque se trataba de un detallado recorrido por la historia de este medio de transporte, impregnado de referencias literarias y cinematográficas (y fue un éxito: ninguna exposición ha recibido tantos visitantes), la idea no era tan nueva. Las máquinas ya habían entrado antes en los templos del arte. El MOMA de Nueva York exhibe en su colección permanente un Jaguar E de 1963 y un monoplaza Ferrari F-1 de 1987. Pero meterlas en el circuito de las galerías de arte es otro asunto. El caso es que las motos llamadas custom guardan bastante similitud conceptual con los productos de la creación artística clásica al ser realizadas -así lo indica su etimología- como piezas únicas, al gusto del cliente.

La galería Gómez Turu (Consell de Cent, 325) expone hasta finales de marzo nueve máquinas singulares elaboradas por el especialista catalán Ferry Clot sobre bases Harley-Davidson. Establecido desde 2001 en Marbella, Clot se ha forjado un sólido prestigio en el sector de la customización. El motivo de esta exhibición nace, al parecer, del encargo del propio galerista, Josep Gómez Riera, quien le pidió una moto que simbolizara su admiración por la cultura americana (hace unos años circulaba en un Corvette del 75). Born to run, título de un tema de Bruce Springsteen, es una Harley de lanzadísima horquilla delantera, llantas en forma de guitarra eléctrica y patrióticos colores.

El arte de la moto, entendido como la profunda modificación de la máquina de serie, lleva más de medio siglo practicándose. Esta disciplina tiene su historia, sus maestros -Arlen Ness, Ed Roth, Von Dutch- y sus leyes. La primera obliga a ir siempre más allá, a buscar los límites. Por eso, la imaginación de los customizadores no descansa. Ferry Clot, que bebe de las fuentes, se muestra bastante conservador en el apartado mecánico, pero innovador en el estético, que es lo que aquí cuenta.

Metales grabados, pinturas miniadas, lacas insólitas, experimentos con las formas hasta comprometer la funcionalidad de los componentes, y de la propia máquina: horquillas extremadamente largas, suspensiones traseras inexistentes, sillines como tablas. Si la idea primigenia es despojarla de elementos superfluos, al final se terminan reformulando los que se conservan hasta pervertir su naturaleza. Aunque todas son motos teóricamente operativas, el objeto ha rebasado su condición original y lo único que transporta, y no es poco, son emociones estéticas. Se ha convertido en un objeto de adoración. ¿Sensualidad mecánica? Pues sí.

Por lo tanto, se trata de originales expuestos para su venta. Según el catálogo el precio de las piezas oscila entre los 30.000 y los 150.000 euros. Nada de gangas. Aunque hay pocas obras de arte en las que uno pueda montarse encima y llevárselas puestas.

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