"Nosotras pasábamos las consignas, el cariño y la comida a la cárcel"
Una fundación homenajea hoy a las mujeres de los presos del franquismo
Natalia Gabalón aparece en la esquina de la foto. Sujeta un ramo de lilas y sonríe. Cuatro mujeres le acompañan en la imagen tomada hace más de 40 años en la explanada delantera del penal de Burgos. "Era el día de la Merced, y nos dejaban entrar con los niños". A sus 80 años, recuerda con nitidez los árboles y el frío "tremendo". También los gritos obligados en los encuentros fugaces de 15 minutos. Un pasillo de más de un metro de ancho y con dos verjas separaban a los huéspedes de sus familiares encarcelados.
Imposible tocar a su marido, Vicente Luis Llópiz, preso del régimen por pertenecer al Partido Comunista. Seis años de encierro para él. Para ella, seis años de noches en vela cosiendo para sacar adelante a su hijo Juanjo; de viajes de Madrid a Burgos, con tres kilómetros de caminata por el páramo hasta el penal; de apretarse el cinturón, de mover Roma con Santiago en busca de un indulto.
La Fundación Abogados de Atocha, del sindicato Comisiones Obreras, homenajea hoy a mujeres que, igual que Natalia, se enfrentaron al régimen franquista y sufrieron la "exclusión y defenestración social" como compañeras de presos políticos.
¿Contentas con el reconocimiento? "Ya era hora", sonríe Gabalón. "Sí, ya era hora", asiente tímida Mari Cruz Pascual, de 64 años. Es la viuda de Miguel Sarabia, preso político y también uno de los supervivientes de la matanza de Atocha, en la que murieron ametrallados cuatro abogados laboralistas y un sindicalista. Hoy se cumplen 31 años de aquel crimen.
Las dos acuden a una cita con EL PAÍS para recordar los años más intensos de sus vidas. A Sarabia, maestro y abogado, lo encerraron en 1962, dos meses antes de su boda. Y Mari Cruz, que se recuerda "inocente de verdad" a sus 17 años de entonces, descubrió que su novio era comunista cuando lo encerraron por repartir propaganda. Mira al fondo de la sala, como si hablara sola. "Yo lo veía muy raro, qué iba a saber...". Recuerda su extrañeza de los domingos, cuando Miguel alegaba "asuntos que resolver" cada vez que ella decía de ir a misa. "¿Qué tendrá que hacer este hombre un festivo?".
La mujer se pone seria cuando recuerda la "soberana" paliza que recibió Sarabia. "Su madre no lo reconocía". Estuvo dos meses en la prisión de Carabanchel. Y ella se colaba para verlo haciéndose pasar por su prima. Sin matrimonio no había pase. "Las novias pueden ser las queridas", le dijeron. Después lo trasladaron a Cáceres. Y empezaron dos años de cartas diarias, de paquetes con comida envueltos en papel, lo que más demandaban los presos a sus familias. "Allí les servían garbanzos con tocino y gusanos", añade Pascual. Nunca pudo ir a verlo. Pero lo esperó en Madrid. Y se casaron cuando salió de la cárcel, en julio de 1963. Sarabia, ateo convencido, accedió a confesarse antes de la ceremonia.
Fue la tragedia de "hombres buenos, que no habían hecho nada ni tenían las manos manchadas de sangre", recuerda Natalia Gabalón. Hoy será reconocido el apoyo de sus compañeras. Acudirán unas 50 al homenaje previsto, a las 10.30, en el portal de Atocha, 55, y, a las 11.00, en el salón de actos de CC OO. Todas recibirán un diploma, que los organizadores llevarán también a las que no puedan acudir a la cita. "Fueron las grandes olvidadas de la transición", señala Raúl Cordero, director de la Fundación Abogados de Atocha.
Las dos mujeres recuerdan "la solidaridad" que creció entre ellas durante las visitas a las cárceles. Fueron su apoyo, el sustento de sus maridos, su enlace con el mundo exterior. Porque en aquellas prisiones del franquismo "no entraba el Comité Central del Partido Comunista, nosotras pasábamos las consignas, el cariño y la comida".
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