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Columna
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Terminó

Sí, terminó la actual legislatura. A mí me ha resultado una legislatura relajada, y no lo digo para provocar. Es cierto que ha habido crispación, rechinar de dientes y caídas de cabello, pero eso les ha pasado a otros y juro por quien haya que jurar que yo he vivido muy relajado. Les seré sincero: ninguna de las iniciativas del señor Zapatero me ha molestado lo más mínimo. Ya sé que es un posmoderno, un ñoño, un relativista, un adolescente, un maquiavélico, un usurero del poder, un error en sí mismo, un bizco con un ojo en Hitler y el otro en Stalin, un hijo de su abuelo, un padrino del crimen organizado, una gacela perversa, un horror. De verdad que no entiendo cómo he podido vivir tan tranquilo con semejante monstruo. Lo sé, lo sé, no sólo el humo ciega mis ojos y ya me habrán descubierto ustedes cierto sesgo o me estarán tachando de irresponsable, uno de esos tipos que se olvidan del mundo con una sonata de Schubert o se va por los cerros de Úbeda cada vez que contempla un caracol. Pues sí, tal vez lo sea, aunque también les diré que soy algo díscolo y que tengo la virtud de no casarme con nadie, así que si no hubiera vivido tranquilo estos cuatro años lo diría. Ha ocurrido así, qué quieren que les diga.

No entiendo cómo he podido vivir tan tranquilo con semejante monstruo

Si les confieso la verdad, la legislatura anterior me resultó bastante más desapacible. No fue por el Prestige, ni por el Yak, ni por la guerra de Irak, ni por lo de Perejil, ni por la escalada asesina de ETA después de la anterior tregua, ni por el plan Ibarretxe, ni por la caída de Cataluña, ni porque me congelaran el sueldo -aunque eso creo que fue en la legislatura anterior-, ni por... ¡Vaya, menudo retablo que me ha salido!, aunque no, no fue por nada de eso por lo que me sentí más desasosegado. No, acaso fue porque se olía ya en el aire que empezaba a romperse España y se comenzaba a vislumbrar que el mundo estaba lleno de posmodernos, ñoños, relativistas y un etcétera para el que les remito a unas líneas más arriba. O sea, que estábamos rodeados, y esto provocaba una sensación muy desasosegante. Se hablaba de suspender autonomías, el Parlamento vasco era una jaula de grillos, con el plan-plan cabalgando a todo ritmo y el señor Atutxa haciendo fechorías. Y el mundo estaba lleno de manzanas podridas, que se incrementaban de día en día por contagio hasta llegar a Bambi, el rey de la selva. Sólo el Gobierno quedaba a salvo de tanta podredumbre, el Gobierno y su guardia laureada, que eran los que hacían y hacían, mientras que los demás no hacían nada. Gobernar se había convertido en una tarea heroica, un acto sacrificial, y se le reprochaba a la oposición que no gobernara, mejor dicho, que gobernara tan mal: ¡qué tendría que decir aquella podrida reata de gandules! De modo que cuando toda aquella podredumbre llegó al poder podía temerse lo peor, y quizá la causa de mi tranquilidad resida en que no hayan cumplido las expectativas. Los rechinadores se fueron por donde habían venido y ahí siguen rechinando, mientras que el nuevo Gobierno ha resultado ser más bien tranquilo. Y eficaz. Un gobierno modernizador, que es lo mejor que se puede desear para España.

Quizá sea esa tranquilidad la que ha irritado tanto a muchos, hasta el punto de que hayan podido ver en ella un síntoma de inactividad o incluso de rendición. El alboroto no admite dudas, sea cual sea su eficacia, y a mar revuelto ganancia de pescadores, de manera que admito que esta platitud haya podido resultar sofocante. De ahí también que se haya querido remover para ponerla en evidencia.

Legislatura perdida, dicen. Será por falta de aspavientos. Pero los hechos son los hechos y al balance me remito. Tanta tranquilidad ha resultado más efectiva que el barullo y el Estado de derecho ha mostrado su solidez sin necesidad de energúmenos. A partir de ya tenemos que decidir el panorama próximo. Ocurra lo que ocurra y gane quien gane, no nos va a faltar crispación. Personalmente prefiero que los rechinadores estén en la oposición y no en el Gobierno. Pese al estruendo que puedan meter, se vive más tranquilo. Y las cosas marchan.

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