Tebeos de ayer ¿y hoy?
Me van a permitir, por aquello de favorecer el espíritu divulgativo, comenzar año y columna con un par de entretenidos ejercicios de psicología recreativa. Para el primer experimento, tómese a un grupo variado de ciudadanos de sexo y edad al azar y recítese, en voz alta y clara, la siguiente lista: El Guerrero del Antifaz, Mortadelo y Filemón, El Capitán Trueno, Celedonio, Gordito Relleno, La Familia Ulises, Pulgarcito, Pumby, El Cachorro, Carpanta, Anacleto... y les ahorraré el resto, que ya se pueden imaginar, para ir directamente a los resultados. Al poco de haber comenzado la retahíla de nombres, los presentes irán sintiendo cómo unas lagrimillas furtivas intentan escapar al férreo control de sus lagrimales, mientras que suspiros y caras de sonrisa bobalicona nos indicarán su segura entrada en un marasmo de remembranza de la infancia.
En cualquier otro arte es inimaginable no poder acceder a los clásicos
Ilusionados con este éxito, hagamos una segunda experiencia y animemos a nuestros ya melancólicos conejillos de indias a lanzarse a la relectura de las aventuras de esos adorados y olvidados personajes de tebeos. Encorajinados por la nostalgia y armados con un buen cargamento de pañuelos de papel, los buscadores de recuerdos se dirigirán raudos a las librerías para encontrarse de bruces con una terrible realidad: que esos tebeos ya sólo existen en su memoria.
Mientras que en cualquier otro arte sería inimaginable no poder acceder a los clásicos, en la historieta española padecemos una crónica carencia que no sólo hace imposible volver a leer los tebeos de nuestra niñez, sino que ha transformado en ilustres desconocidos a todos los autores que dieron forma a la historieta española. Nombres como Apeles Mestres, Mecachis, Xaudaró, K-Hito, Ángel Puigmiquel, Gabi o Jesús Blasco, por sólo citar algunos artistas que lograron obras maestras que deberían ser inolvidables, tienen para el españolito de a pie tanto significado como una página cualquiera del listín telefónico.
Ahora que el tebeo está recibiendo el reconocimiento de medios e instituciones, apoyado en la indudable importancia de la instauración de un Premio Nacional de Cómic y en la no menos innegable, aunque lenta, recuperación de unas ventas arrastradas por fenómenos foráneos como el manga y las adaptaciones cinematográficas, debería recordarse más que nunca la necesidad de reivindicar a los clásicos de nuestra historieta.
En este momento, excepción hecha de la continuada presencia de Mortadelo y El Capitán Trueno, la edición de las grandes obras del tebeo español está prácticamente reducida a la loable iniciativa de algunos editores que siguen creyendo en la necesidad de recuperar a estos autores, sin preocuparse excesivamente por la rentabilidad de la inversión. Sólo así se entiende que Glénat o Astiberri se arriesguen a la publicación de obras maestras como El ladrón de pesadillas, de Ángel Puigmiquel; el Topolino, de Alfons Figueras, o los Cuentos vivos, de Apeles Mestres, todo un pionero del siglo XIX que acaba de ver la luz en una lujosa y cuidada edición. Propuestas a las que se deben añadir los indispensables Cuando los cómics se llamaban tebeos y Los tebeos de nuestra infancia, de Antoni Guiral, que conforman una completa y rigurosa historia de la extinta Editorial Bruguera que permite comprender la importancia de las obras creadas bajo este sello.
Un meritorio esfuerzo que no puede hacer olvidar la obligada intervención de las instituciones públicas. Al igual que en otras artes, es necesario que existan medios y recursos adecuados para que este impresionante bagaje colectivo no se pierda en el olvido, comenzando por centros que permitan la preservación de obras y originales (los pocos que todavía quedan) para su estudio e investigación, pero también para que puedan ser conocidos por un público que tiene derecho a conocer un medio que no sólo es arte, sino también memoria activa de nuestra historia.
No son "sólo tebeos", son nuestros tebeos.
Babelia
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