Mauritania, entre integrismo y drogas
El auge del islamismo radical y del contrabando aumenta la inseguridad del país
Sidi Mohamed tiene un Kaláshnikov exactamente igual al que hace 20 días utilizaron tres islamistas radicales para masacrar a una familia de turistas franceses. El artefacto, negro mate, tiene arañazos y desconchones. Sidi Mohamed lo manipula con familiaridad. "Regalo de un amigo", dice. Naturalmente, carece de permiso para usarlo. Tampoco tiene munición. "Muy cara", comenta. En Mauritania es posible conseguir un Kaláshnikov por 350 euros. La mayoría de las casas guardan un arma larga. Rifles de caza, fusiles de asalto, escopetas... Casi todas ellas carecen de licencia. Los servicios de inteligencia europeos calculan que en el país hay cerca de un millón de armas sin control.
Contar esta historia cuando el Gobierno de Francia acaba de suspender el rally a Dakar por el riesgo de ataques de Al Qaeda puede llevar a conclusiones equivocadas sobre un Estado que presume del carácter pacífico y hospitalario de sus habitantes.
"Las armas forman parte de la tradición beduina", dice el ministro del Interior
Las mismas bandas controlan el tráfico de tabaco y drogas y la emigración ilegal
Las armas son para los mauritanos algo tan familiar como los camellos. A lomos de estos animales y empuñando espingardas asaltaban o defendían las caravanas que cruzaban el desierto como galeones hasta bien entrado el siglo XX. A aquellas carabinas les siguieron los fusiles de cerrojo, con los que los nómadas se enfrentaron a los colonos franceses. Las armas automáticas hicieron su aparición en los años setenta, durante la guerra contra los saharauis del Frente Polisario. Ahora llegan al país los Kaláshnikov.
El ministro del Interior, Yall Zakaria, no le da mayor importancia al arsenal repartido en manos de los civiles: "Las armas forman parte de la tradición beduina", dice. Y asegura que casi todas están registradas. Zakaria hace una mueca de hastío cuando le plantean la denuncia de Francia sobre inseguridad en Mauritania. "Mire, yo soy el ministro del Interior y acabo de llegar al despacho conduciendo mi propio coche. No llevo escolta. Cuando salga del Ministerio volveré a ponerme al volante e iré a ver a unos familiares. En cambio, mis colegas del resto del mundo se desplazan en vehículos blindados y rodeados de guardaespaldas. ¿Y ellos dicen que es un país poco seguro?".
El ministro se halla al frente de una ofensiva de seguridad sin precedentes para neutralizar la amenaza de Al Qaeda. "Es la primera vez que se moviliza todo el país", declara. Esa movilización ha permitido que el pasado sábado fueran detenidos en Guinea-Bissau dos de los tres autores del asesinato de los turistas franceses. Paradójicamente, el éxito de la investigación está siendo interpretado en Europa como una muestra de la fuerza de los terroristas en el país.
Zakaria se ufana de que, sólo dos horas después del atentado, la policía mauritana ya había identificado a sus autores -"delincuentes" los llama- y detenido al conductor del coche en el que huyeron, a su esposa y al dueño de la barca en la que cruzaron el río Senegal. Sin embargo, los servicios de inteligencia europeos opinan que el hecho de que pudieran escapar a pesar de haber sido identificados con tanta rapidez demuestra que contaban con una red de apoyo que no ha sido descubierta.
Un diplomático occidental explica así lo sucedido: "Hasta hace un año y medio, Mauritania era el cuartel de invierno de los islamistas. Se refugiaban en el país. No molestaban y no eran molestados. Los integrantes mauritanos de las células desarticuladas en el Magreb eran pocos y ocupaban puestos de escasa relevancia". Pero la situación ha cambiado. Los servicios de información advierten de que la presencia y la importancia de los mauritanos en esas redes ha aumentado.
Las doctrinas integristas han arraigado en pequeños pueblos. En algunos de ellos se han ido instalando extranjeros (la mayoría procedentes de Arabia Saudí y de Yemen) que han levantado mezquitas. Desde sus púlpitos difunden la versión wahabí del islam, mucho más intolerante que la corriente malaquí, tradicional en Mauritania. Esos imanes no se limitan a predicar: construyen casuchas y reparten favores y dinero entre sus seguidores. Nadie sabe de dónde proceden sus fortunas. El ministro del Interior dice que ha iniciado una investigación sobre "esas ONG". "Aquellas personas cuyo trabajo no sea transparente deberán salir del país", agrega.
Sin embargo, añade: "Respecto a Arabia Saudí, la procedencia de su dinero está muy clara y su trabajo también lo es". Los saudíes son un soporte imprescindible para la economía mauritana y el Gobierno no está dispuesto a enemistarse con ellos bajo ningún concepto.
Las homilías de los nuevos imanes no son el único factor desestabilizador que ha surgido. Las cifras de distribución de la tabaquera Philip Morris permiten deducir las posibilidades del país como base de contrabando. Desde hace dos años, los contrabandistas de tabaco se han hecho cargo del negocio de la emigración ilegal y, más recientemente, del tráfico de drogas. En 2007 la policía decomisó 1.390 kilos de cocaína que iban a ser trasladados en barcos pesqueros a Canarias. Se trata de una cantidad ínfima, comparada con los alijos intervenidos en España.
Pero lo que preocupa a las policías europeas no es tanto la cantidad de droga como su capacidad para corromper a un Estado tan pobre como Mauritania. De hecho, entre los presuntos traficantes detenidos figuran el hijo de un ex presidente del país, Haidala, y un sobrino de otro ex presidente, Taya. Este último era, además, policía y representante de Interpol.
Hasta hace poco, la cocaína llegaba desde Venezuela o Colombia en barcos que atracaban en el golfo de Guinea. Desde allí era trasladada hasta Mauritania en otros buques o por carretera y llevada luego en pesqueros hasta Las Palmas.
Pero el caso de Sidi Haidala muestra hasta qué punto los narcos suramericanos han optado por abreviar esa ruta. A primeros del pasado mayo, el hijo del ex presidente se presentó en el aeropuerto de Nuadibú, la segunda ciudad del país, para esperar una avioneta. Charlaba con los mandos policiales cuando el aparato aterrizó. En lugar de hacer la descarga con normalidad, como estaba pactado, el piloto se puso nervioso, tiró en la pista varias cajas con 600 kilos de cocaína e intentó huir. Sidi Haidala subió a su Porsche y salió disparado hacia la cercana frontera del Sáhara Occidental.
La avioneta fue confiscada. Los policías comprobaron que la cabina había sido modificada para contener un depósito de combustible. Más tarde averiguaron que el aparato había volado directamente desde Venezuela hasta Mauritania.
Mauritania es, como repite su presidente, un país pacífico y tolerante. Miles de personas se echaron a la calle tras la oración del pasado viernes para condenar el atentado contra la familia de turistas franceses. Pero bajo esa actitud de la inmensa mayoría se adivinan ocultos peligros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.