Sobre el canon y sus enemigos
Leo con mucho interés el artículo El canon cerrado y sus enemigos, como todo lo que escribe Molina Foix, donde me alude. Puede que esté errado, pero mantengo, nunca ex cátedra, argumentos de relevancia democrática (en sustancia y en apariencia), que los entiende muy bien Molina Foix, quien conoce de sobra la revolución contra el rey Jorge por el impuesto sobre el té. Pero no soy enemigo del canon digital ni del analógico, sino contrario al procedimiento y al contenido que se ha adoptado en 2007.
Si tiene razón Molina y el nuevo canon digital es un impuesto o tributo, trátese como tal. El hecho imponible debe aprobarse por Ley de las Cortes (tributo estatal) y no puede -en democracia- dejarse en una norma en blanco a rellenar en un despacho ministerial. No se puede sorprender al ciudadano con un tributo sobre el móvil (todos en cuestión de meses van a tener MP3) o sobre el disco duro, no mencionados en la Ley que aprobó el Congreso. Si es un tributo y todos pagamos, el principio de legalidad exige delimitar el supuesto por Ley, que implica contradicción y debate parlamentarios, luz y taquígrafos. Sobre la recaudación de un tributo por un particular, lo dejaremos para otro momento.
En cuanto al reparto transparente de lo recaudado, esto es lo que más estupor produce a los que no somos enemigos del canon. Ni todas las entidades de gestión son iguales ni tienen la misma trayectoria transparente. Unas defienden a obreros y patronos al mismo tiempo; otras tienen muy claros y diáfanos su trayectoria y objetivos unívocos. He estudiado profesionalmente el reparto de copia privada del disco de música clásica más vendido (no el mejor) de la historia: Los Tres Tenores en Caracalla. Lo que ha obtenido de copia privada en 15 años, desde 1992, en relación con los millones de copias vendidas es ridículo. Queda mucho por hacer en cuanto a la transparencia del reparto.
Por último, peligra la imagen del Gobierno y el voto del 9-M, o cómo se explica bien esto a la ciudadanía. No me desdigo del imprevisible efecto político que puede tener la aprobación de este canon a tres meses de las elecciones. El que no saquea a los autores es el ciudadano con el móvil o el ordenador para trabajar (hay 40 millones de ciudadanos que no copian nada de nada), sino algunos servidores de Internet que se lucran y los holdings del disco y audiovisual que imponen contratos leoninos a los autores y no quieren compartir sus beneficios en las nuevas formas de explotación (véase la huelga de Hollywood). El votante siente que paga los platos rotos por otros.
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