"El Siglo de las Luces tenía su 'agenda oculta"
Lo grotesco en lo serio; lo oculto en lo obvio; lo trágico en lo cómico; la máscara en la persona... Francisco Casavella (Barcelona, 1963) -Francisco García Hortelano ("pero ese apellido ya estaba cogido para las letras"), en su DNI- ha jugado en lo literario a encontrar estos ying y yang de la vida. La sociedad actual y una parte de la Barcelona marginal (El triunfo; Un enano español se suicida en Las Vegas, El día del Watusi, ...) le han servido de marco hasta ahora. En Lo que sé de los vampiros, la novela con la que anteayer ganó el Premio Nadal (que Destino lanzará el 6 de febrero) y que le consagra en las letras españolas, prosigue ese desenmascaramiento, pero en pleno siglo XVIII, al que llegó "quizá porque Voltaire siempre te cae simpático en bachillerato; y seguro por Barry Lyndon, el filme de Kubrick". Y ya allí, la fascinación no por los pelucones y los miriñaques, sino por "ese estilo de decir las salvajadas más crueles con una templanza tan particular de la época". ¡Ése es nuestro Casavella!
"Barcelona ha dejado de estimularme; ha perdido encanto"
"Una de las narrativas más interesantes se da hoy en series de tele"
El autor que mejor descarta la épica y el melodrama usa la figura de Martín de Viloalle, novicio que decide acompañar a los jesuitas expulsados de España en 1767. Martín será, a su vez, excluido de la orden y entrará en una sociedad marginal, compañía con la que vagará de corte en corte entre la filosofía, el sexo y la estafa.
Casavella aprovecha para mirar la trastienda de la expulsión de los jesuitas. "Seguramente fue injusta y sorpresiva para ellos, a los que se les acusaba paradójicamente de conspiradores. Los liberales lo vendieron como un momento de luz, pero era sólo una maniobra para reforzar la posición del rey respecto a Roma".
Los vampiros del título son, claro, una metáfora: "Ninguna época es inocente; en el XVIII se impone la razón, las luces y la ciencia, pero la misma razón, el Siglo de las Luces tenía su agenda oculta: uno lo puede justificar todo con la razón; detrás del hombre científico siempre existirá el vampiro, esa irracionalidad".
Asegura que la suya no es una novela histórica, sino "una obra que desea dar de forma subterránea al lector una filosofía de la historia útil". ¿Y qué se puede ver de hoy en el XVIII? "Texturas mentales y paradojas parecidas: una libertad sexual que dejó de existir; la presencia de opresores y oprimidos en un ambiente de cinismo salvaje; la sensación de que las cosas no iban a cambiar nunca y, al poco, estalla una revolución como la francesa...". Incluso la literatura, con obras como Tristram Shandy, de Sterne, o El sobrino de Rameau, de Diderot, "parece escrita hoy".
El viaje de Casavella le ha llevado a abandonar su escenario natural. "Barcelona ha dejado de estimularme la imaginación; no me apetece volver al Barrio Chino ni a Cercanías. ¿Qué diría, que las Ramblas rebosan de guiris? Ha perdido encanto, pero igual soy yo". Tampoco será porque la agenda oculta española no dé juego: "La mayoría de tics que tenía la política española hace cinco años, cuando salió El día del Watusi, eran secuelas del franquismo. Y eso que no sonaba tan alto Jiménez Losantos ni los obispos convocaban manis... Tras el estallido de la transición las aguas volvieron a un cauce demasiado parecido. Que la vivienda hoy cueste lo que cuesta merma tanto la libertad individual como que no te dejen hablar de política".
Autor outsider que, sin embargo, no se siente tan alejado de colegas como Antonio Orejudo o Luis Magrinyà, Casavella ultima un ensayo sobre la relación entre paranoia y literatura, mientras afirma: "Una de las narrativas más interesantes se da hoy en series de tele como Los Soprano, porque adoptan muchos de los tempos largos de las novelas, con lo que adquieren su intensidad".
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