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Entrevista:RUSSELL MITTERMEIER | ENTREVISTA

"No me importa ser el Indiana Jones de la conservación"

Le veo llegar ligeramente renqueante y fatigado. Lo primero, porque se ha caído mientras corría de noche por las calles de Barcelona, él que se ha pateado los bosques tropicales de medio mundo machete en mano y se ha enfrentado a tigres y jaguares, a veces a carrera limpia. Cuando se lo hago constar suelta una gran carcajada y recobra su jovialidad y energía habitual, un tanto apagadas por las sesiones agotadoras que el pasado mes de octubre eran la tónica en el congreso internacional de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), de la que Russell Mittermeier, primatólogo y herpetólogo, es pieza esencial.

Mittermeier muestra, pese al cansancio, unos espléndidos 58 años, reflejados sólo por la blancura de su pelo, que enmarca una cara trabajada por las arrugas, pero de enorme expresividad y atractivo. Come voraz cacahuetes mientras habla. Son las dos de la tarde y es posible que sean su comida del día, porque el ritmo es frenético, y el biólogo, Russ para todos, es requerido continuamente por unos y otros. Cuesta imaginar en este ajetreado ejecutivo, con chaqueta y gafas a la moda, al investigador que ha pasado la mayor parte de su vida pateando selvas entre peligrosos animales, tribus perdidas e incomodidades sin fin, y que desde hace 30 años aparece en las fotos rodeado de serpientes y monos. El mismo que la prensa estadounidense ha bautizado como el "Indiana Jones de la conservación".

Presidente de Conservation International, una de las cuatro mayores ONG del mundo en el campo de la conservación de especies animales, y del grupo de especialistas primatólogos de la UICN, es también uno de los principales responsables de su famosa Lista Roja -especies animales en peligro de extinción-, considerada la biblia de los conservacionistas. Su trabajo en bosques tropicales le ha llevado a descubrir varias especies de primates y ranas -algunas llevan su nombre-, y a atrapar extrañas enfermedades, infecciones y parásitos, lo que no le ha impedido llevar consigo a sus dos hijos mayores -está casado con una bióloga marina y fotógrafa- desde que tenían meses. Por eso no disimula su orgullo cuando afirma que sus hijos tienen un sentido especial para orientarse por los bosques. "No son como los nativos, pero casi. Desde luego, no puedo competir con ellos porque yo empecé viejo, a los 17 años".

El primatólogo, que devoraba desde muy niño las historietas de Tarzán, siempre tuvo claro que quería ser "explorador de selvas". Así que las selvas de la Amazonia, Madagascar o el sureste asiático han sido como su casa. Quizá por eso, el periodista de la revista Time Roger Rosemblat, que le acompañó al bosque tropical de Surinam (y que rechazó horrorizado la invitación de sumergirse en un río infestado de pirañas), escribía que cuando echaron a andar por el bosque, Mittermeier parecía Tarzán, y él, el periodista, la abuelita de Jane.

Desde hace 65 millones de años, con la desaparición de los dinosaurios, no se había producido en el planeta una extinción de especies tan brutal como ahora, una cada 20 minutos... Y somos los culpables. Sí, es una situación crítica. Son cifras que usamos para llamar la atención, pero prefiero hablar de grupos que conozco bien, y están muy estudiados, para ver las tendencias. Yo estudio primates y reptiles desde chiquitito; puedo decir que hay alrededor de 660 especies y subespecies de primates, y si la actual Lista Roja muestra que uno de cada cuatro mamíferos esta críticamente amenazado o es vulnerable de extinción, en los primates, uno de cada dos está en esas categorías, y uno de cada tres, amenazado. Eso quiere decir que hay un máximo de unos cientos o miles de individuos y que tenemos que hacer un gran esfuerzo para que no desaparezcan. Lo interesante es que desde 1900 no hemos perdido ninguna especie o subespecie de primates, y aunque ahora hay muchas en riesgo muy alto, sólo es una cuestión de recursos suficientes. Sabemos cuáles son, dónde están y qué hay que hacer para salvarlos, sólo hay que poner a los especialistas en los lugares clave. Perderemos una o dos especies, pero podremos mantener la gran diversidad de los primates. Y con los anfibios sucede algo parecido.

Lleva toda su vida trabajando en bosques tropicales, ha visto animales fantásticos, algunos que ya han desaparecido y otros que están a punto de ello, ¿qué siente como biólogo de campo? Duele mucho cuando trabajas con esos animales maravillosos, pero también ha sido un gran estímulo en mi trabajo. Siempre me han encantado los primates, y cuando veo una especie a punto de desaparecer sin razón, me entristezco, pero eso me da fuerzas, me anima a seguir trabajando. No me gusta ser negativo, no es mi personalidad; si hay un problema, me da estímulos para luchar más fuerte.

¿Su amor a los monos le viene de las lecturas infantiles de Tarzán? Hay dos cosas que fueron fundamentales en mi interés por los primates. Mis padres eran alemanes, vinieron a Nueva York a finales de los años veinte y vivíamos en el Bronx, que no es un lugar muy ecológico... Mi madre era un ama de casa, pero cada semana me llevaba al zoo del Bronx o al Museo de Historia Natural de Nueva York porque le encantaban los gorilas y los chimpancés. Eso, y los libros y películas de Tarzán, que siempre me gustaron mucho, igual que los libros de los grandes expedicionarios y exploradores del siglo XIX, como Humboldt o Wallace. Hay dos tipos de biólogos, los que tienen un interés general en la ecología, pero no en un grupo de especies, y los que son absolutamente fanáticos de ciertos grupos, sin que puedan explicar por qué. Yo empecé con los reptiles, y los primates me gustan, creo que son muy bonitos.

Y además nuestros antepasados más cercanos... Sí, pero ésa no fue la razón principal. Estudié antropología biológica con antropólogos que investigaban la relación entre el hombre y los primates, pero simplemente es que me gustan, es difícil de explicar. Es un grupo que me interesa mucho, pero también me interesan las tortugas, que son muy distintas y no son nuestros parientes... Y a mis hijos les pasa lo mismo. Mi hijo mayor empezó con reptiles, pero a los 10 años se metió con las aves y ahora es un ornitólogo de primera. Tiene 23 años y ya ha visto el 40% de todas las aves del mundo en la naturaleza. Ahora lleva tres meses en la selva de Surinam, ha tomado el relevo...

Tiene a quién parecerse... ¿Por qué le apasionan tanto los bosques tropicales de Surinam? Son una parte del gran bosque amazónico, y además me gusta Surinam por varias razones. Es un país único. Aunque está en Suramérica no es Latinoamérica, es holandés mezclado con africano, con indio, con un 10% de judíos -los judíos más antiguos de América están allí-, y en el interior hay un grupo de seis tribus diferentes de origen africano, los llamados "negros del bosque", que todavía viven como en África del Este. Y 75 años antes de que EE UU declarara su independencia de Inglaterra, ellos entraron en negociaciones con los holandeses para ser independientes, ¡son fantásticos! Su población es de 500.000 habitantes y tienen el porcentaje de bosque intacto más alto del mundo, el 25% del país todavía está cubierto de bosques. No hay otro así.

¿Qué le sigue aportando el bosque tropical a estas alturas? Cuando estoy en él noto que formo parte de un sistema muy complejo, y siento humildad porque en cualquier momento te puedes cruzar con una serpiente venenosa o caerte el agua, y no eres nada. Estos ecosistemas te hacen mucho más modesto. Pero lo más emocionante de los bosques tropicales es la sensación de poder descubrir cosas nuevas, saber que hay cosas que no conocemos todavía.

Usted ha descubierto varias especies animales, y algunas llevan su nombre. ¿Qué siente cuando sabe que pasará a la posteridad unido a ellas? Para mí es lo más especial porque es algo permanente. Puedes hacer una publicación científica y dos años después habrá algo más avanzado, pero tener un animal o planta con tu nombre es algo que entra en los libros científicos para siempre, ¡es fantástico! A veces, cuando descubro una especie, le doy el nombre de algún amigo que ha hecho una gran contribución, por ejemplo el de Stephen D. Nash, el dibujante que hace todos nuestros dibujos de animales y lleva 25 años trabajando conmigo. Puse su nombre a un mono de la Amazonia, el Callicebus Stephannashi.

¿Y cuál es su 'hijo' favorito? Tal vez la primera especie de mono que describí, la Callithris mauesi de la Amazonia, es muy especial para mí. Porque fue la primera, y porque viene de la región de los indios maues de la Amazonia central, que descubrieron el guaraná, una bebida brasileña que me encanta y que tomo casi todos los días. Como descubridor de la especie tuve la oportunidad de escoger la fecha en que quería que se publicara la descripción científica, y escogí el 12 de octubre de 1992, cuando se cumplían 500 años del descubrimiento de América. Pero también me gustan mucho los Indri Sifaca de Madagascar, unos animales grandes tan bonitos que parecen de Disney. Son totalmente blancos o blancos y chocolate, y tienen muy buen carácter, no son nada agresivos.

Antes hablaba de los peligros que acechan por esas selvas. ¿Se ha visto en algún momento seriamente amenazado? Cuando una persona se pierde en el bosque es porque lo ha planeado mal. Yo me he perdido una sola vez, una tarde, porque lo hice mal. Hay que prepararse bien y estar con alguien de la región, gente del bosque, porque aunque yo los conozco bien, ellos los conocen mejor. He tenido varios accidentes; una vez en la Amazonia perdí todo en un accidente de barco, me quedé en short... Y cuando estás en África, o en los bosques de Asia, donde todavía hay tigres, hay que estar muy alerta, siempre escuchando. En Tanzania, donde hay más leones que en el resto de África junto, en la zona zulú del oeste ha habido en los últimos cuatro años varias personas comidas por leones. Nunca atacan hasta que atacan...

¿Va armado? Muy raramente, no tiene sentido; si tienes un ataque, estás perdido, ni se te ocurre echar mano del arma, pero casi siempre voy con un machete para abrir sendas. Una vez estaba con un joven biólogo en un bosque asiático y nos encontramos frente a frente con un tigre fantástico. Él echó a correr y yo detrás. Corrimos y corrimos, mientras yo le gritaba "no corras, no corras", pero cuando le alcancé, le sobrepasé corriendo... Nunca más volvió a la selva. En otra ocasión buscaba monos en los bosques de Surinam y me encontré con un jaguar. Me había sentado a comer y vi un armadillo atravesando la pista y enseguida a un jaguar que lo agarraba. Me quedé mirándolo y él a mí. Muy despacio retrocedí, él desapareció y luego reapareció al sol en la pista y entonces me quedé petrificado, con la adrenalina disparada, no pensé ni en utilizar el arma que llevaba. Lo seguí a distancia durante una hora y al final desapareció. Fue una experiencia increíble.

Conoce bien a tribus indígenas que han mantenido la biodiversidad de los bosques durante siglos, ¿cómo están ahora? Tengo relaciones desde hace muchos años con varios grupos, especialmente de la Amazonia y de Papúa-Nueva Guinea. La isla de Nueva Guinea tiene la diversidad cultural más alta del mundo, ¡más de mil idiomas! Y me encanta la conexión que todavía tienen los indígenas con la naturaleza, lo que pueden ver, oler... Ven cosas que yo, con toda mi experiencia en bosques, no veo. Tienen una capacidad fantástica de entender el medio ambiente y crear de la nada, de lianas o trozos de madera, casas o armas. La comunidad internacional todavía no reconoce bien su valor e importancia, aunque ha empezado. En este congreso ha habido varios indígenas invitados.

Sí, siempre son la nota de color de los grandes congresos internacionales... Es cierto, pero la situación ha mejorado mucho en los últimos años. En 2002, en la cumbre de Johanesburgo, hubo un kroll, una aldea africana, hecha para los indígenas, que vivieron la cumbre separados del resto de los invitados. Y el año pasado, en Bariloche, ya estaban con todos los miembros y delegados del congreso. Desde hace 20 años trabajo con grupos indígenas de América Latina, en especial con los indios trio, en la frontera de Surinam y Brasil, y tengo muchos amigos personales, son fantásticos.

¿Cómo un neoyorquino que vive en Washington se entiende tan bien con las tribus amazónicas? Es para mí tan normal que no pienso en ello... Felizmente, llevo dos diarios, desde hace más de 35 años, donde escribo todo. Uno con mis impresiones personales y otro con notas de campo.

Como los naturalistas del siglo XIX, pero ¿los hace a mano o con un portátil? Trabajo mucho con ordenador, pero el diario lo hago a mano, con fotos. No tengo talento para dibujar y uso mucho la cámara, tengo millones de fotos. Pero, volviendo a los indios, he hecho relaciones muy especiales con ciertos grupos, como los indios kayapó de Brasil, un pueblo con mucha personalidad, muy independiente. Tienen un área de 11,5 millones de hectáreas para 6.000 habitantes, distribuidos en 14 o 15 poblados. Y nos preguntábamos cómo proteger las fronteras de un área tan grande con sólo 6.000 personas.

¿Y encontraron la solución? En 1991 iniciamos un programa dándoles combustibles, botes, imágenes de satélite y todo tipo de material para proteger sus fronteras. Y ahora, cuando ven por satélite que hay intrusos en sus tierras, madereros o de otro tipo, van allá. Son tan fuertes y valientes que cuando los intrusos los ven llegar abandonan el lugar. Han tenido algunos enfrentamientos y siempre son los blancos los que mueren. Usan arcos y flechas y mazas, aunque obviamente tienen rifles. Y con los indios wai wai de Guyana -200 individuos, con un territorio de 600.000 hectáreas- hemos conseguido que el Gobierno de Guyana reconozca oficialmente su territorio. En lugar de hablar mucho en reuniones internacionales sobre los derechos de los indígenas, lo que cuenta es trabajar con ellos. Hay que ir allí, hay que proteger sus derechos y la conservación del medio, porque todo va unido.

Dígame cómo hacen la Lista Roja, que este año incluye 44.838 especies amenazadas de extinción, ¿cuánto tiempo se tarda en declarar extinguida una especie? Requiere una gran colaboración internacional, la comisión de supervivencia de especies de la UICN es ahora la mayor del mundo en especialistas, tenemos 120 grupos. Para que oficialmente se declare extinguida una especie hay que esperar 50 años, aunque si el animal ha desaparecido totalmente del medio y no ha sido visto durante 20 o 30 años, probablemente esté extinto. Pero hay que tener mucho cuidado porque especies que han sido declaradas extinguidas luego han reaparecido.

Como ha pasado ahora en España con el lagarto gigante de La Palma. ¡Después de 500 años! Y en Madagascar hay un pato que vivía sólo en un lago, el más grande del país, rodeado de plantaciones de arroz, que fue visto la última vez en 1988 y pensábamos que ya no existía. Pero el año pasado, un amigo, buscando en otro lugar, a 400 kilómetros del lago, encontró un grupo de 18 y ahora estamos conservándolo. El delfín del Yangtsé en China fue declarado extinto hace un año y ahora han encontrado otro individuo... Muchos animales son increíblemente resistentes. Tengo mucho recelo en declarar una especie extinguida porque siempre hay alguna posibilidad de que sobreviva.

¿Por qué dicen que esta última Lista Roja es una revolución? En 1974, cuando empecé a trabajar con la UICN, hice los libros rojos de unas 20 especies de América del Sur, y lo hicimos entre unos cuantos biólogos, casi como un trabajo de amiguetes. Ahora tenemos criterios muy científicos, muy específicos, mucho más detallados, y por primera vez se han aplicado a los mamíferos -el año pasado se hizo con los anfibios-. La anterior lista, de 1996, todavía obedecía a criterios menos exigentes. Más que una revolución, es una enorme mejora, y el índice también es muy importante.

Ya le llaman el Dow Jones de la conservación... Es difícil analizar todos los invertebrados porque son millones, pero si podemos estudiar ciertos grupos, que son buenos indicadores, podemos hacer ese índice como hace el Dow Jones.

A usted también le llaman el Indiana Jones de la conservación, y curiosamente Harrison Ford trabaja con su ONG, Conservation International, ¿le molesta el apodo? Ja, ja, no me importa que me llamen así, ser el Indiana Jones de la conservación, es divertido... Harrison Ford está en el consejo de nuestra organización desde hace 15 años, tiene gran interés en la conservación y además aporta mucho dinero. Otros actores dan su nombre y aparecen en algún vídeo, pero él ha estado dando un millón de dólares al año durante cierto tiempo. Y a veces también se involucra en algunas campañas. Por ejemplo, lo hizo en la campaña para la conservación de los bosques, cuyo eslogan era "cuando un bosque se pierde, lo sentimos en el corazón". Él hizo un anuncio fantástico. Entraba en un salón de belleza de mujeres donde depilaban a la cera, se quitaba la camisa y le ponían un parche de cera sobre el vello pectoral, encima del corazón. Y entonces, mirando a la cámara, decía: "Cuando un bosque se pierde, lo siento aquí", al tiempo que se arrancaba el parche y el vello sobre el corazón". Fue un impacto en Estados Unidos.

Y usted, ¿por qué animal en peligro haría cualquier cosa? Hay muchos, pero en este momento prestamos mucha atención a una gran tortuga de Madagascar, la Angonuka, es un animal sensacional y sólo quedan unos 200 individuos. Pese a su protección, las roban para venderlas en Bangkok y China como mascotas de alto valor. Alcanzan hasta 20.000 dólares y la tentación es muy grande. Es tan simbólica para Madagascar como el panda para China o el lince para España.

¿El cambio climático nos ha hecho más responsables con el planeta, o no tenemos salvación? En el último año ha habido un reconocimiento internacional a lo importantes que son las soluciones de la naturaleza para resolver el problema del cambio climático porque, por lo menos, el 20% de las emisiones contaminantes vienen de la quema de bosques tropicales. En los próximos años, la Unión Europea tiene que reconocer la importancia de los bosques, y en el próximo Kioto, en 2012, el protocolo deberá incluirlos porque tienen un valor de miles de millones de dólares. Ahora su valor es cero, se cortan los árboles para madera, plantar soja o palma, y eso acaba con las especies animales y los servicios del ecosistema, como las cuencas hidrográficas, que tienen un gran valor para la zona. Por ejemplo, Nueva York tiene alrededor un gran bosque protegido desde hace décadas, y de él llega el agua para la ciudad; si ese bosque desaparece, Nueva York tendrá graves problemas.

En estos momentos de crisis económica global hay quien piensa que conservar los bosques o los animales es un lujo, que hay problemas más acuciantes. Erradicar la pobreza no es posible si no tenemos una base ambiental muy fuerte, porque las especies crean los ecosistemas que son los que producen todo lo que usamos. Después de la Segunda Guerra Mundial se hicieron muchos programas de desarrollo y una gran parte no tuvo éxito por este fallo. La pobreza no ha disminuido en muchas partes del mundo, en África y ciertas partes de Asia está aumentando.

Y también en Estados Unidos. Incluso en Estados Unidos, pero el hecho de que ahora haya graves problemas meteorológicos, como huracanes y tsunamis, muestra que el cambio climático ya está en proceso. Y esto llama la atención en EE UU especialmente por lo sucedido con el Katrina y ahora con Ike. Lo que pueda pasar en estas elecciones es clave para mi país, pero también para todo el mundo.

Bush ha sido nefasto, hasta ayer mismo negaba el cambio climático... Sí, sí, pero vamos a ver qué pasa ahora, soy optimista. Creo que Obama va a ganar, tiene un carisma a lo Kennedy, y si gana podrá hacer muchos cambios. Eso puede tener impacto en el mundo entero. Él reconoce el problema del cambio climático y no va a ser difícil convencerle de que tenemos que ratificar la Convención de Biodiversidad y el Protocolo de Kioto, que aunque no es bueno, por lo menos es un reconocimiento de que tenemos un problema.

Lance su grito selvático y tarzanesco para salvar este mundo amenazado. Déjeme pensar...: "Podemos hacerlo, todo es posible". Ésa es mi filosofía de vida, no hay problema que no pueda abordarse.

Russell Mittermeier
Russell MittermeierCaterina Barjau

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