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CLARA ROJAS | Los cautivos de las FARC

La mano derecha de Ingrid Betancourt

Estudiosa, seria, callada; así describe la presidenta del Senado, Nancy Patricia Gutiérrez, a Clara Leticia Rojas; fueron compañeras de universidad; las dos son abogadas. Y es la misma descripción que hacen de ella todas las personas que la conocen. Una mujer para la que trabajo y estudio estaban por encima de otras inquietudes.

Por eso su madre -para la que además es "muy cariñosa"- no duda en decir que lo que su hija más debió extrañar en estos largos 5 años y 10 meses de cautiverio fueron sus libros. Su pequeño apartamento está atiborrado de libros y documentos; cada uno con fichas y anotaciones. Terminó tres posgrados con calificaciones sobresalientes: Derecho Comercial, Tributario y Ciencias Políticas. Además, para perfeccionar el inglés, estudió leyes inglesas.

Clara es callada y seria; su paso a la política sorprendió a la familia
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Tanta dedicación no le dejó nunca espacio para la vanidad, el maquillaje, los salones de belleza, ni para muchos novios. "Podría haber tenido más", dice doña Clara. "No sé que pasó", añade con picardía esta mujer de pelo blanco y 76 años que ha dado, en estos largos años, ejemplo de coraje.

Clara Leticia es la hija menor; la única mujer después de cuatro hombres. El pasado jueves 20 de diciembre cumplió 44 años; cuando se la llevaron, en febrero de 2002, tenía 38. Y no vuelve sola del cautiverio: trae de la mano a Emmanuel, hijo de un guerrillero, que debe de estar por cumplir los cuatro años. Una vez, hablando de este tema le había dicho a su madre que quería dos hijas y les tenía elegidos los nombres: Sofía e Irene.

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Es una excelente deportista; compitió en tenis y en natación. Pero en cautiverio dejó de nadar en los ríos de la selva porque un día se le apareció una serpiente enorme; lo contó en uno de los dos vídeos que llegaron como pruebas de supervivencia. En el otro no habló: permaneció muda mientras su amiga Ingrid Betancourt -ex congresista y ciudadana colombo-francesa- pedía una salida al secuestro.

Su paso a la vida política de la mano de Ingrid Betancourt sorprendió incluso a su familia, que no veían en ella el perfil adecuado. Fue en 1993; las dos trabajaban en el Ministerio de Comercio Exterior. Un día decidieron lanzarse como candidatas al Congreso. Sin dinero y con el lema "Contra la corrupción", hicieron su campaña. Ingrid arrasó en las urnas; Clara Leticia no alcanzó un escaño y regresó al sector privado. Pero años después, cuando Ingrid se lanzó a la presidencia con su partido Oxígeno, Clara Leticia volvió a ser su mano derecha. En plena campaña, decidieron viajar a San Vicente del Caguán, al sur del país, un día después de que el Gobierno pusiera fin a la llamada zona de distensión, que había permitido a las FARC adueñarse del territorio durante los cuatro años que duró la frustrada negociación.

El trayecto final, por carretera, Florencia-San Vicente era muy arriesgado. Algunos de la comitiva desistieron de la idea. Clara no abandonó a su amiga. Antes de llegar a su destino, las interceptó un retén de las FARC y quedaron atrapadas en la pesadilla del secuestro. "Fue su decisión, yo la respeto", dice su madre. Y piensa que ni Ingrid ni su hija imaginaron que la pesadilla iba a durar tanto tiempo.

La madre se enteró de que su hija e Ingrid eran canjeables por un fax a finales de febrero de 2002. La noticia la dejó paralizada. Necesitó terapia para recuperarse; hoy anda con ayuda de un bastón o un andador. Sabe que es un mal psicosomático; es posible que ahora, con su hija y su nieto al lado, pueda superarlo.

Clara Leticia Rojas, en una imagen difundida en agosto de 2003.
Clara Leticia Rojas, en una imagen difundida en agosto de 2003.AP

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