"Y yo sin darme cuenta..."
El Nobel se asombra al comprobar en la exposición todo lo que ha construido
José Saramago está sentado en la biblioteca de su propia fundación, recién creada, en Lanzarote. A cuatro pasos, en tres escenarios diferentes, está la exposición que recoge su vida y su obra. Convaleciente aún de una enfermedad que le postró desde que volvió de Argentina, poco antes de su último cumpleaños, el escritor mira periódicos, consulta suplementos literarios y mira, silencioso, las postales que la Fundación César Manrique ha hecho con los textos que él escribió sobre sus abuelos. Está emocionado; ésas son, dice, "acaso las imágenes más importantes de su vida", y sin duda dos joyas sentimentales del mundo que le vio llegar. La magnitud de la muestra le tiene atónito. "Cuando llegué allí pensé en lo que hay detrás, y francamente nunca pensé que estaba construyendo todo eso. ¿Qué sentí? Fueron tantas cosas que ahora me resulta imposible resumirlas en una sensación única".
"Las imágenes de mis abuelos son quizá las más importantes de mi vida"
"Yo he estado días y días buscando una frase hasta que ésta llegó"
Lo primero que sintió fue "que había existido un chico de 18 o 19 años que es este que ahora está aquí, y, claro, si ese chico no hubiera existido tampoco estaría aquí ahora este hombre que habla". Parece una paradoja, y Saramago suele hablar en paradojas, "pero lo cierto es que aquel muchacho no tenía ni idea de que un día iba a ser el escritor que fue. Claro que escribía, pero yo no tenía ningún plan, no quería ir a ninguna parte. Hay gente que se plantea las cosas, voy a ser esto o lo otro...".
Cuando escribió Casi un objeto, dice Saramago, "yo ya era un escritor, entonces sí lo sabía, y es verdad que ahí hallo ya la música de lo que quería escribir; la música estaba dentro de mí, pero necesitaba la prosa, la narración, que la narración tuviera un sentido musical, que hubiera una coherencia armónica, y que yo la sintiera...".
Ése fue el libro que representó su cambio de estilo: "Levantado del suelo estaba aún en la línea del neorrealismo desde el punto de vista formal, y desde el punto de vista de la intención, pero conseguí evitar un libro neorrealista más, mezclé el pasado con el presente, utilicé la memoria de manera que me ayudara a tener una música propia... No niega la herencia, pero creo que la transforma...".
¿La exposición? "Yo creí, cuando me la propusieron Pepe Juan Ramírez
[el presidente de la Fundación César Manrique] y su equipo, que era una completa locura; conocía a Pilar, pero no conocía a Fernando, y ahora ya sé por qué fue posible... ¿Y cuando entré? Me sorprendieron esas fotos de mis abuelos, unos retratos que tienen cien años, los caballos corriendo en Azinhaga, los olivos, que para mí son árboles con tan hondo significado, una compañía que me viene de tan lejos... Y, con respecto al contenido, creo que hace un buen balance de lo que han sido los ejes de mi vida: la literatura y la política. No se han interrumpido, se complementaron".
El proceso de la escritura de Saramago protagoniza la exposición; lo que no ha variado es su letra, pero sí su modo de decir; "laborioso, siempre muy laborioso; yo he estado días y días buscando una frase hasta que ésta llegó; no importan tanto las palabras sino dónde están ellas". Eso se ve en los manuscritos, ese protagonismo de las palabras, una a una, y eso constituye la esencia del principal esfuerzo luminotécnico de la muestra: la acción artística del escocés Charles Sandison, basada en el uso de la cibernética. Palabras blancas y rojas que remiten a La balsa de piedra, sobre la lava de Lanzarote, palabras que representan en tamaño gigante a Saramago y palabras que se extraen de la obra del autor portugués; el resumen de lo que se ve es el que da Gómez Aguilera: "Lo que demuestra la exposición es que este hombre es un príncipe de la literatura que ha trabajado como un obrero de las letras".
Babelia
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