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Columna
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Bolivia precolombina

No parece que las elecciones vayan a guiarse por el principio de "un ciudadano, un voto"

Un enjuto quórum de 136 diputados, sobre 165 presentes y 255 convocados, aprobaba el domingo una Constitución cuya redacción final se dará a conocer este viernes, y con la que el presidente Evo Morales quiere reinventar Bolivia. La oposición -como sus colegas venezolanos frente a Hugo Chávez- tuvo la ocurrencia de ausentarse del hemiciclo, haciendo así inútil el debate sobre si hacían falta dos tercios o mayoría simple para ratificar un texto que, de tanto que innova, vuelve al pasado precolombino.

Y esa ley de leyes no muestra un país simplemente plural, sino un tablero de ajedrez con más divisiones internas que las conocidas en el interior de los dos grandes bloques etnográficos: el criollismo blanco, que aun con su escuálida demografía ha detentado lo esencial del poder desde tiempos de la colonia, y la masa indígena, cerca de dos tercios del país que, con sus aliados entre el mestizaje, aspira a la recuperación de una jerarquía y unos usos de antes de la conquista.

El término más significativo de la constitución es "plurinacional", hasta el punto de hacer pensar que no haya una, sino varias Bolivias a refundar. Además de constituirse el Estado como poder Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, Libre, Autonómico y Descentralizado, Independiente, Soberano, Democrático e Intercultural, la educación, que habría que suponer palanca decisiva para sintetizar el anterior nomenclátor político en una Bolivia común, será: "unitaria, pública, universal, democrática, participativa, comunitaria, descolonizadora y de calidad", amén de "intracultural, intercultural y plurilingüe", y hasta "abierta, científica, técnica y tecnológica, productiva, territorial, teórica y práctica, liberadora y revolucionaria". J. H. Elliott ha escrito que la América española del XVIII fue un mundo "obsesionado por la palabra". El ramalazo colonial aún dura.

La pelea con la oposición dominada por el criollismo, que no va a renunciar por la victoria de Evo Morales en las presidenciales de diciembre de 2005, a una posición dominante que dura siglos, y la propia amalgama entre los seguidores del presidente han podido contribuir al impulso fuertemente etnicista que se aprecia en la Constitución, así como a la radicalización del partido de Gobierno Movimiento al Socialismo (MAS). El poder, con toda su reivindicación de hasta 35 grupos autóctonos, y cuyos usos y costumbres se alzarán en pie de igualdad con la legislación cosmopolita del hombre blanco, cuenta con dividir el país en unas setenta circunscripciones electorales para los indígenas, donde las elecciones no parece que vayan a guiarse por el principio de "un ciudadano, un voto", y otras tantas uninominales por sufragio universal directo, más un puñado de escaños departamentales sufragados proporcionalmente. El analista Carlos Cordero afirma que todo ello está pensado con objeto de que ese 60% del país que Morales considera suyo "se coma crudo al resto, para sustituir una clase dominante por otra".

En recordación también de las divisiones que le hicieron perder a Chávez el pasado referéndum constitucional, se perfila ante idéntica consulta en el caso boliviano -prevista para abril de 2008- una pugna no sólo poder-oposición, sino en el mismo seno del oficialismo. Dejando de lado una fuerza menor, como son los cocaleros -casi una guardia pretoriana del presidente para quienes es la medida de todas las cosas-, en el MAS se dibujan dos grandes tendencias: los masistas marxistas, que cubren toda la gama del internacionalismo proletario, y son los más cercanos a Chávez, con sus mayores representantes en el ex militar Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia, y Alfredo Rada, ministro de Gobierno; y los masistas indigenistas, hoy con la vara más alta que nadie, que encabeza el vicepresidente del país, Álvaro García Linera, comandante kalanchiri de cuando era guerrillero, al que flanquea otro vicepresidente, el de la Asamblea, Roberto Aguilar, ambos, criollos mudados de trinchera. El escritor Adrián Conti acusa a esta fuerza de "descreer de Bolivia", con su pretensión de crear "un Estado comunitarista andino", tan de nuevo cuño que ni el Socialismo del Siglo XXI, que propugna el líder venezolano, padre político y banquero de Morales, parece tan inescrutable.

El injerto de dos sistemas en un mismo Estado que, pese a ello, se proclama unitario, uno de ellos una sharía precolombina, y el otro el liberal-individualismo de Occidente, parece tarea tan colosal como partera de toda clase de equívocos. Pero muchos temen que si la propuesta de Morales no funciona, lo que le siga pueda ser la imposición autoritaria e incluso sangrienta de una de esas Bolivias sobre todas las demás.

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