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La Iglesia católica y la transición

Las recientes declaraciones del obispo Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal, explorando la posibilidad de que la Iglesia pidiera perdón por algunos hechos que ocurrieron durante la Guerra Civil, minusvalora la responsabilidad que la Iglesia católica tuvo, tanto en el alzamiento militar como en el sostenimiento de aquella enormemente represiva dictadura (por cada asesinato político que hizo Mussolini en tiempos de paz, Franco hizo 10.000). No sólo apoyó el golpe militar y la dictadura que Franco estableció, sino que fue parte intrínseca y beligerante de tales hechos, y directamente responsable de la enorme represión que ocurrió durante aquel periodo, represión que fue incluso más intensa en contra de los maestros que habían intentado establecer durante la República una educación laica y democrática. Esta complicidad de la Iglesia con el Estado dictatorial ocurrió también en Cataluña, donde todavía hoy se puede ver, en la entrada del monasterio de Montserrat, un gran monumento a los que participaron en aquel golpe militar (monumento que esperemos que sea definido como ilegal en un futuro próximo).

La Iglesia celebra a sus víctimas y acusa de venganza a las fuerzas políticas que exigen que se reconozca a las suyas

Es cierto que la jerarquía española, como resultado de las presiones de Pablo VI y Juan XXIII (que no tenían simpatías por el régimen dictatorial), tomó ciertas distancias del régimen nacionalcatólico franquista, expresadas en la famosa homilía del cardenal Tarancón a raíz de la coronación del Monarca, en el que el cardenal le estimulaba a la reconciliación con los españoles, declaración que se ha interpretado erróneamente como indicador de una tardía pero segura vocación democrática de la Iglesia. En realidad, y como documentan Nicolás Sartorius y Alberto Sabio en su excelente libro El fin de la Dictadura (que debiera ser lectura obligatorio en las escuelas de nuestro país), la mayoría del clero (cuyos salarios eran pagados con fondos públicos) simpatizaba con la dictadura. Una encuesta policial demuestra que tal sector representaba el 80% del clero y sólo el 20% simpatizó con el movimiento demócrata (y de este porcentaje sólo una exigua minoría apoyó la resistencia en contra de la dictadura). La mayor parte del clero nunca pidió la amnistía para los presos políticos ni protestó por las detenciones políticas.

Lo que caracterizó a la Iglesia en los años setenta fue el temor a la pérdida de sus privilegios, temor causado por el crecimiento de la agitación social, dirigido por el movimiento obrero y por las izquierdas, movimiento que tradicionalmente ha identificado (con razón) a la Iglesia con la defensa de la estructura social basada en la explotación de las clases populares. Durante la dictadura, la Iglesia había sido el caparazón ideológico que justificaba tal explotación. Como había escrito el fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer, "enriquecerse no era pecado y el igualitarismo era la aspiración del resentido".

Ni que decir tiene que hubo voces valerosas dentro de la Iglesia que criticaron la dictadura, y ello ocurrió más en Cataluña que en el resto de España. Pero no hay que olvidar que Tarancón prohibió que los templos católicos fueran lugares de reunión de los obreros perseguidos por la Iglesia, apoyando las medidas represivas del primer Gobierno de la Monarquía, dirigido por Arias Navarro. Tales manifestaciones obreras eran, a juicio de Tarancón: "Manipuladas por los grupos políticos que no persiguen otra cosa que la ruptura revolucionaria; por eso comprendo y reconozco el comportamiento de las fuerzas del orden". La Conferencia Episcopal apoyó las medidas represivas del primer Gobierno de la Monarquía de Arias Navarro indicando que tales medidas "eran firmes, y las únicas respuestas posibles a la oleada de agitación", y apoyó activamente más tarde a los partidos de derecha de Suárez y Fraga, e instruyó a los cristianos para que no votaran a partidos basados en la ideología marxista y liberal. Lejos de ser la institución neutral y víctima de la que habló la Conferencia Episcopal, la Iglesia fue siempre una organización política que apoyó sus intereses corporativos utilizando argumentos religiosos. Y mientras celebraba y celebra sus víctimas, acusa de rencor y venganza a las fuerzas demócratas cuando exigen que se reconozca a las suyas.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra.

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