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Reportaje:

Federer

Jesús Ruiz Mantilla

Cuando el tenis pasó de la era de madera a la de metal, algo cambió a velocidad de vértigo. Casi a la misma que alcanzaban las pelotas cruzando la red como meteoritos a más de 200 kilómetros por hora.

Fue hace unos treinta años. Una manera de jugar quedó enterrada en la memoria de los más viejos. Todo se fue encarnizando con la frialdad de la tecnología y los nuevos materiales que se aplicaban a las raquetas. La potencia sustituyó al estilo. La brusquedad física, gran aliada de la fortaleza mental, por otra parte, ganó terreno a la astucia y arrinconó esa arma de los supervivientes que es la habilidad.

Muchos temieron que jamás se volvería a ver sobre las pistas a nadie con swing, que desaparecería para siempre la elegancia en los golpes o aquella magia de las muñecas en pos de la espectacularidad. Que se borraría de los manuales un sencillo revés con el brazo estirado hasta el límite que no fuera la catapulta a dos manos implantada en la época de Jimmy Connors y Björn Borg.

Pero entonces llegó él. Roger Federer. Ese profeta del clasicismo que con el estilo de toda la vida se aupó hasta el número uno casi sin hacer ruido. Lo hizo con una estética y una filosofía que gran cantidad de aficionados había dado por muerta, pero que le ha convertido en el mejor jugador del mundo. Y… suma y sigue. Porque puede que, al ritmo que lleva, se consagre como el más grande de la historia del tenis, por delante de Borg y Pete Sampras.

El propio Federer, desde que empezó a llamar la atención como juvenil en los circuitos hasta que se consagró en un más que eléctrico partido frente a Sampras en octavos de final de Wimbledon en 2001 -el día en que se consumó la sucesión-, no era consciente de que su potencial, de que su manera de estar en la pista desataba en muchos una nostalgia que le convertía en una especie de profeta. En el símbolo de un mundo perdido. "Hoy no se estila el modo clásico, con golpes finos, más acercamientos a la red. Resulta llamativo porque no se usa, así que es una ventaja. Mi juego ha cambiado, también yo he tenido que adaptarme a ciertas cosas, a atacar y defenderme, a muchas tácticas; todo ello mezclado ha sido importante para estar arriba", asegura Federer en un hueco de su último paso por Madrid para disputar el Master Series.

"¿Por qué viene a verme toda esta gente al vestuario?", le preguntó el joven Roger a Vittorio Selmi, un tour manager de la ATP que lleva varias décadas entre bambalinas con todos los grandes. Se lo soltó después de que el campeón hubiese tenido que atender varias visitas con felicitación de los Santana, los Nastase, aquella generación que triunfara en los años sesenta y setenta con raquetas de madera. Selmi se lo clarificó rápido: "Porque les recuerdas a ellos. Juegas como jugaban entonces", respondió.

La memoria de Federer no alcanzaba tan lejos. Aquel estilo perdido era cosa de un pasado lejano, algo terminado muchas temporadas antes de que él naciera en Basilea (Suiza) el 8 de agosto de 1981, el año en que Björn Borg, el primer gran icono tenístico de la era moderna, se retiró después de haber ganado 62 torneos, 11 grand slams entre ellos.

Su forma de jugar se remontaba a años antes de que el sueco fuera el rey. Hoy, Federer ha comprendido la importancia de su manera de competir. La luz de su estilo. Y ahonda en ello constantemente. Tanto, que ha decidido recorrer ese camino de búsqueda de la perfección con todas las consecuencias. El camino que con poco más le llevará a batir todos los récords, a construir el historial más grande de su deporte.

A pesar de que este final de temporada, con derrotas en Madrid y Shanghai, no ha sido tan brillante, sus marcas ya son más que portentosas: 52 torneos con 12 grand slams

-Sampras logró 14-; entre ellos, cinco Wimbledon, cuatro Open de Estados Unidos y tres Open de Australia. Y todo lo ha cosechado fiel a su clasicismo. Algo que estaba en las retinas y el subconsciente de los que han cumplido más de 40 años y que lo han visto volver con él como una bendición incluso mejorada, adaptada a los avances y a los tiempos hasta el punto de convertirle en un tipo diferente a todos.

Pero llegar a la cumbre no fue fácil. El chaval, al principio, no tenía una gran mentalidad, según Selmi. "Poco a poco se ha ido dando cuenta de que lo que decían de él era verdad, que era mucho mejor de lo que él creía, que podría llegar lejos", asegura este italiano pausado que ha dedicado su vida al tenis por todo el mundo. De hecho, la primera vez que Selmi vio a Federer quedó muy decepcionado: fue en Gstaad, en 1998, y con tan mala suerte que aquel día cayó ante Lucas Arnold por 6-4, 6-4. "Me lo habían recomendado y no tuvo su día. Fallaba constantemente", recuerda Selmi.

Hoy es difícil verle de aquella misma manera. Aquel Federer tímido, que casi pedía perdón al contrario, no es ni la sombra del de hoy. Un tenista maduro, que con 26 años cree que le queda mucho tiempo por delante en la alta competición después de haberlo ganado casi todo -de los grand slams sólo le queda Roland Garros- y de mantenerse como número uno de la clasificación mundial desde febrero de 2004. Sin interrupción. Pero sus objetivos van perfilándose paso a paso, día a día, sin plazos demasiado largos: "Para la próxima temporada aspiro a defender mi número uno hasta el final y participar en los Juegos Olímpicos", dice Federer.

Para él, esa reunión de la excelencia deportiva es muy especial. De hecho se plantea su carrera casi de olimpiada en olimpiada. "Creo que podré llegar hasta Londres en 2012. Espero conseguirlo porque tengo un estilo de juego natural que me ayudará a durar bastante sobre la pista", afirma. Su obsesión con los Juegos Olímpicos es fácil de entender. Viene de Sydney, cuando conoció a quien desde entonces es su novia, su manager, su sombra. La mujer que controla cada uno de sus pasos: Miroslava Vavrinec, Mirka, tenista como él, aunque retirada por una lesión de pie.

Federer viaja con ella a todos los campeonatos. A veces lo hacen solos; otras, con una corte pequeña en la que está su círculo más íntimo. Mirka y su preparador físico son los imprescindibles. Otros, no tanto. Desde hace tiempo, no se incluye un entrenador personal, por ejemplo. ¿Acaso ya no encuentra a nadie más sabio junto al que se pueda perfeccionar? ¿Más, si cabe? Parece que no. Parece que Federer no echa de menos un entrenador a su lado después de unas experiencias algo traumáticas -como la de Peter Carter, que murió en accidente de coche en 2002- y otras más normales junto al sueco Peter Lundgren o al australiano Tony Roche. Lo de Carter fue todo un golpe. "Era muy joven y se quedó muy solo. Sufrió un bache en su carrera", recuerda Vittorio Selmi.

Por ahora, para entrenar, parece conformarse con los jugadores juveniles, siempre cambiantes, que le sirven de frontón allá donde va. No da la impresión de tener prisa por escoger a nadie. Tampoco los expertos creen que lo necesite. "Un entrenador debe aportar. Las relaciones son muy intensas y llega un momento en que todo el jugo que se han aportado mutuamente se seca", afirma Selmi.

Tampoco echó de menos Federer duran¬¬te un tiempo a nadie que le cuidara su imagen. Toreó aquello solo, junto a Mirka, durante dos años en los que aprendió a distinguirse un poco más del resto. Frente a las campañas en las que los tenistas aparecen como superhombres en escenarios galácticos o tenebrosos, Federer apostaba por una elegante naturalidad o se mostraba con trajes a medida, sencillamente, paseando.

La moda es otra de las pasiones a las que permanece atento, de la mano de amistades influyentes en el mundillo, como es el caso de Anna Wintour, la todopoderosa directora de la revista Vogue. Su ropa en los campeonatos es algo de lo que se ocupa personalmente. "Acabo de reunirme precisamente con los de Nike para los trajes de la próxima temporada, para estudiar los cortes, los colores", asegura el deportista, que se ha presentado al encuentro con un aspecto desenfadado: cazadora de cuero, vaqueros y unas zapatillas marrones. "Me gusta llevar equipajes que te sirvan para estar en la pista y para salir a la calle al tiempo", comenta.

Pero también le agrada vestirse elegantemente para las ocasiones importantes. Como ha hecho en Wimbledon los dos últimos años, cuando, después de disputar la final, se colocó una luminosa chaqueta blanca para recibir el trofeo de manos del duque de Kent. "Pensé que para mi cuarto Wimbledon debía hacer algo especial y les gustó la idea". Para él, la elegancia, la coquetería es todo un símbolo de distinción, no una carga: "Antes odiaba vestirme para determinados actos. Ahora me gusta llevar puesto un buen traje, y no que los trajes me lleven a mí", afirma. Así que no extraña que uno de sus héroes de cabecera sea James Bond. "Nadie odia a James Bond", argumenta Federer, "es un tipo sofisticado, elegante, aunque últimamente ha cambiado con el nuevo, que es más duro, más joven, pero que también está bien". Sus bendiciones para Daniel Craig, pues. Aunque él mismo contaba con las de Pierce Brosnan, que acudía a verle puntualmente cada Wimbledon sobre la hierba del Old England Tennis Club.

Ahora, en lo que respecta a su imagen y otras cosas importantes de su carrera, ha vuelto a ponerse en manos de la agencia IMG. "Me he manejado solo durante dos años y medio. He aprendido mucho del negocio". Todos esos aspectos dejan claro que Federer es un caso aparte en el mundo del deporte. Juega por libre. Busca una independencia a prueba de bombas. Tiene curiosidad por algo que está más allá de las pistas, como lo atestigua su fundación para apoyar la educación de niños en África. "Trabajamos en Suráfrica [su madre proviene de ese país, con el que él muestra vínculos muy fuertes], Malí y Etiopía. Sé que no puedo salvar el mundo, pero sí dedicar unos cuantos millones de dólares a intentarlo", comenta.

Pero es el propio funcionamiento del negocio, de todo el negocio del tenis, lo que más le fascina. De hecho, ese master acelerado en cada uno de los aspectos de su mundo le sirve de preparación para un futuro en el que cada vez piensa más en serio. No en vano, los tenistas, a partir de los 30 años, saben que fuera de su torre de marfil les espera un salto sin red para el que deben prepararse psicológicamente.

Federer parece tenerlo claro. "En el futuro quiero dedicarme a mi fundación y a ser empresario. Si me lo hubiesen preguntado hace dos años, habría respondido que el tenis era la única cosa en la que tenía que concentrarme, pero desde que cumplí los 25 pienso cada vez más a menudo en lo que haré cuando me retire, aunque sólo sea porque cada año ves cómo empujan los de 18. Es una preocupación que crece dentro de mí cada día", responde en una sala sin rematar de un piso cercano al suelo en una de las cuatro nuevas torres que se construyen en la capital.

Allí se ha desplazado junto a Mirka y Manolo Santana para atender a periodistas y visitar las obras de uno de los sponsors del torneo, la aseguradora Mutua Madrileña. Le han subido en un ascensor de matraca hasta el piso 48. En el trayecto, Federer ni se impacienta ni deja de sonreír, y se entretiene animando a Santana, que no viaja muy convencido por esas alturas, y acariciando a Mirka, que, por supuesto, no habla con la prensa, pero tiene todo el horario y el escenario bajo control. "Ella es la que se encarga de resolver todos los problemas que van surgiendo para que él se sienta bien y concentrado para jugar", comenta Nicola Arzani, un miembro de la ATP que colabora desde hace tiempo con la pareja de manera muy cercana.

Juntos planean cada temporada cuidadosamente. Cada etapa de un circuito que al jugador se le hace demasiado largo. "Em¬¬pieza en enero y acaba en noviembre. Es voluntario estar en cada torneo, pero no es bueno dejar de ir a unos cuantos si tus competidores van a estar", asegura. "De todas formas, yo a veces me retiro cuatro semanas. Lo necesito. Es fundamental para mi cabeza". La forma física, los entrenamientos, cada acto social está medido en su agenda.

Su alimentación también, aunque en ese aspecto no renuncia a una nada disimulada vocación de gourmand. Algo a lo que da rienda suelta por restaurantes japoneses e italianos, sobre todo, y manteniéndose fiel a la gran orden mundial de los amantes del chocolate, puro vicio para él y un rasgo de su carácter muy suizo, como la precisión y la cuenta corriente, con unos 36 millones de dólares ganados en el circuito hasta el momento. Salvo en esos pequeños vicios, todo discurre en su vida como un verdadero encaje de bolillos. Con temporadas largas en su casa de Dubai incluidas. "Me gusta ir porque no tengo distracciones y entreno duro".

Por ese país, su imagen dio la vuelta al mundo cuando jugó contra Agassi en una exhibición por las alturas sobre el helipuerto del hotel Burj al Arab, a 320 metros. Allí recala Federer buscando el contraste justo de otra de sus pasiones: Suiza, donde está su verdadero hogar, su familia, sus amigos. Donde siempre vuelve. Montaña y desierto. Dos pilas que le hacen mantenerse sereno en la cumbre. Lo de Dubai es fácil de entender. "Va allí después de Wimbledon y antes del Open de Estados Unidos", asegura Nicola Arzani. ¿A esa caldera de casi 50 grados durante el día? ¿Cómo lo soporta? "Muy fácil", responde Arzani. "El calor es la clave. Hace tanto en Dubai, que cuando se traslada a Nueva York, en pleno verano, mientras los demás están asfixiados, él se siente fresco".

Son los tres meses más duros. Entre junio y agosto se concentran tres grandes torneos. Luego respira algo más. Entrena con menos asiduidad. "No lo hace las mismas horas todos los días. Depende de cómo se encuentre", añade Arzani. Ya ha alcanzado suficiente maestría como para no fijarse en otras cosas en la vida. Conocer a quien le apetece sin ir más lejos. Le fascinan los deportistas de élite, por ejemplo. Cuando estuvo en Madrid cenó con Cannavaro, el defensa madridista, y es muy amigo de Tiger Woods.

Y en el circuito… ¿Tiene amigos Federer en el circuito? Dentro es un hombre respetadísimo. Elegante con sus rivales y simpático. No pasa mucho tiempo en el área de jugadores, pero a veces echa una partida de pimpón con alguien o charla con los colegas de lo que surja. De música, por ejemplo. Otra de sus pasiones. Ya ha dicho que le gustaría ser una estrella de rock, más o menos duro, como el que hace su admirado Lenny Kravitz o sus venerados AC/DC. De hecho, los recuerdos de algunos torneos quedan marcados por sonidos en su memoria. "Al trasladarme del hotel a las pistas siempre ponía canciones que luego me han hecho recordar cada torneo con música", confiesa.

En Madrid era fácil verle bromear con algunos colegas al tiempo que Nadal calentaba corriendo de un lado a otro del recinto. El mallorquín ha sido su bestia negra. Pero su rivalidad es ejemplar. Nada que ver con el circo marrullero de la fórmula 1. Otra cosa completamente ajena a los numeritos de Hamilton y Fernando Alonso. "Éste es un deporte de caballeros", asegura Federer. "Como en el golf o en el críquet, nos comportamos de una manera muy deportiva en la cancha. Es difícil que la gente se odie en el tenis, crecemos codo con codo y compartimos los momentos duros juntos", asegura.

Ya, pero Nadal… es el único jugador que ha sido capaz de desquiciarle dentro de una pista. Eso quema. "Ya no, hace dos años sí, porque intentaba averiguar cómo batirle. No tenemos muchos zurdos y para mí resultaba difícil. Él era muy joven, no tenía nada que perder. Yo no lo entendía al principio. Pero después hasta lo paso bien. Hemos hecho exhibiciones y ahora disfruto de su forma de ser y de su forma de jugar", cuenta Federer.

Para el suizo, Rafa Nadal encarna como nadie la palabra rival. Además, lo ha tomado bajo el brazo como a un protegido y ha dicho que debe ser, en justicia, su sucesor. "Un rival es alguien que me lleva al límite. Alguien que te hace ser mejor. Antes creía que prefería un mundo sin rivales, yo y el resto, pero ahora disfruto y me gusta que haya tíos que me reten, como Nadal. Soy el número uno, pero me gana a menudo, y eso es fundamental para el tenis".

Otro ejemplo más de su distinción. Federer es de los grandes que saben ganar, pero que también saben perder. Y el joven español también tiene algo de eso. De hecho, idolatra a Federer. Cuando se le pregunta por él, se nota que habla con franqueza: "En mi vida he visto a nadie jugar con tal perfección. Cuenta con todos los golpes y además vistosos, bonitos. Tenerle delante te ayuda a ser mejor. Yo intento aprender todo lo que puedo de él. Para mí es un modelo, lo que a mí me gustaría ser en el futuro", dice Nadal.

Aun así, la distancia entre Federer y el resto sigue siendo demasiado larga. Tanto, que el suizo parece tener más cosas en mente cuando juega. Los récords: "Están para batirlos", ha asegurado varias veces… La historia. Siempre ha respetado a sus rivales, pero públicamente ya se nota que el campeón se plantea barreras de otra dimensión cuando afirma: "Sinceramente, no me importa quién esté al otro lado de la pista mientras yo llegue a las finales". Parece enfrentarse como nunca a sus propias posibilidades. A un destino de gigante.

Un jugador experimentado como el español Álex Corretja cree que así será. Ante todo, admira su estilo: "Es un ejemplo claro de elegancia. Si quieres saber cómo jugar al tenis, lo que tienes que hacer es mirar a Federer", comenta. En cuanto a sus metas, Corretja cree que llegará a ser el mejor de todos los tiempos: "Él, desde luego, trabaja para ello. Se juega parte de la historia. Sabe que cada partido engrandece su mito", dice.

El sueño de Federer, además, coincide con los deseos de la ATP, la asociación que dirige el tenis mundial y que acaricia la aspiración de contar con un jugador que alcance algo mágico: ganar los cuatro grandes torneos -Roland Garros, Wimbledon, el Open de Estados Unidos y el Open de Australia- en un año. El Grand Slam completo. No lo ha conseguido nadie desde que lo hiciera Rod Laver en 1969. Y lo conquistó dos veces. Ni Borg, ni McEnroe, ni Lendl, ni Sampras ni Agassi lo lograron después. Federer tiene el saque ahora. Veremos si le entra.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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