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Un juez prohíbe la tala del árbol de Ana Frank

Isabel Ferrer

El cineasta italiano Ermanno Olmi filmó en 1978 una parábola sobre la opresión de los débiles que tituló El árbol de los zuecos. En 1944, Ana Frank, una niña judía que nunca llegó a ver esa película, pero escribió un diario de valores también universales, dejó en sus páginas la huella de otro árbol. El suyo era un castaño, y al contemplarlo desde la casa de Amsterdam donde se ocultaba de los nazis, lo elevó a la categoría de símbolo de la libertad perdida. El antiguo escondite, situado a la orilla de los canales de la capital holandesa, es hoy uno de los museos más visitados del mundo. El castaño ha seguido en pie y los jueces detuvieron anoche su tala, ordenada por el Ayuntamiento.

Atacado por la edad y la contaminación, el Consistorio local quería cortarlo para evitar accidentes. Podía caer sobre los tejados del patio trasero de los canales de la ciudad donde fuera plantado en 1838. Los informes de los expertos aseguraban que sólo el 24% del árbol estaba sano. La Fundación para los Árboles consideraba, por el contrario, que las tres raíces buenas que le quedaban bastaban para mantenerlo en su sitio sin peligro. Según sus técnicos, "son como los pilares que sustentan la Torre Eiffel y por eso no hace falta cortarlo".

El castaño con hojas

Cuando la suerte del árbol parecía echada y los leñadores municipales habían recibido ya la orden de actuar, la Concejalía de Medio Ambiente pidió a los jueces que paralizaran la operación. "Nuestro castaño florece de nuevo. Está lleno de hojas y es mucho más bonito que el año pasado", dejó escrito Ana Frank en su diario el 13 de mayo de 1944. "¿Cómo iba yo a saber lo importante que era para ella ese árbol?", se preguntó su padre, Otto, el único de la familia que sobrevivió a los campos de concentración, durante una charla en 1968

La decisión sobre la tala se tomó ayer durante un juicio rápido. La divergente conclusión de los dos análisis efectuados al pie del castaño obligó al juez a trasladarse al patio en cuestión. Pelado y enorme, sus 22 metros de altura bastarían para darle un aspecto imponente al que, además de árbol de cabecera de Ana Frank, es uno de los más viejos de Holanda. Al final, ha podido más la fuerza del símbolo que la de sus raíces. Y ahí seguirá, de momento al menos, custodio de las miradas de una niña que se imaginó la libertad mirándolo.

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