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Columna
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Fondo de armario

Los países, como la gente, tienen su memoria, sus trapitos y sus cositas guardadas en un armario. Puede ser una caja de cartón o un vestidor de caoba, pero todo el mundo guarda algo para poder sacarlo en el momento más adecuado o más inoportuno. A veces se hace limpieza general y allá que van a la basura aquella gorra ahora inservible o aquellos zapatos que fueron ultramodernos en su momento.

A lo mejor, si estuvieran en buen estado, seguirían siendo ultramodernos pero, ¡ay!, el paso del tiempo y el uso son inexorables. Conviene, de vez en cuando, sacar los restos del naufragio para airearlos, echarles un vistazo con una ceja levantada y volverlos a guardar bien dobladitos, si es que no merecen el contenedor como destino.

Tiene la justicia esta desventaja: no puede deshacerse ni de la memoria ni del sumario

Así, decíamos, funciona también la memoria de los países. Cinco años después del Prestige, aún se acumulan decenas de miles de folios en el Juzgado de Corcubión. Tiene la justicia esta desventaja en sus armarios: no puede deshacerse ni de la memoria ni del sumario hasta que no se dejen las cosas claras y el chocolate espeso.

Y menos en una marea negra tan espesa como la que asoló (convirtió en suelo) A Costa da Morte y aledaños. Un rastro de almas y almejas perdidas, un asfaltado improvisado para guardar el chapapote, un movimiento ciudadano reabsorbido (y partido en dos, como el propio barco) por partidos políticos que se balancean entre la demagogia, la miopía y el devenir electoral... Un fondo de armario en el fondo del mar que un lustro se encarga de lustrar o de deslustrar, llenar de naftalina o de indignación. Cinco años de folklore, voluntarios y sirtaki. ¡Un brindis por Mangouras!

Cuando se vuelven a abrir el armario o la caja de cartón, y la naftalina invade las pituitarias ansiosas de memoria, las posibilidades son múltiples. "¡Si parece que fue ayer!", dicen algunos; "¡Si parece que hace siglos!", dicen otros; "¡Si parece que nunca pasó!", dicen los restantes. Pasó, claro que pasó.

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Un buen día de noviembre de 2002 rellenamos nuestras cajitas (con forma de corazón) de hilillos y de bobaditas, de souvenirs y estampitas de la Virgen del Carmen. Un año capicúa se merece eso y más: un recuerdo y un fondo de armario. Hasta 2112 no volverá otro año capicúa, que es palabra catalana: cap (cabeza) i (y) cúa (cola). O sea, que se lee igual de principio a fin que de fin a principio: un palíndromo de números.

Es lo que nos da el latín a los que lo aprendimos mal: gallegos, portugueses, castellanos, catalanes, franceses, italianos, rumanos... De Oeste a Este fuimos deshaciendo el latín, vulgarizándolo. De Oeste a Este fuimos firmes en nuestros vertidos. De Sur a Norte, de Norte a Sur, de Oeste a Este y de Este a Oeste navegó el Prestige con la incompetencia al timón.

Los miles de folios del Juzgado de Corcubión son como las camisetas acumuladas de los festivales de rock por los que hemos pasado. ¿Qué se hace con tanta tela? Al fin y al cabo es nuestro fondo de armario, y si alguien pretende arrebatárnoslo será colgado del palo mayor de la Burla Negra. Es la tragedia y la lentitud de la justicia. No pueden todos los jueces del mundo llevar a cabo tarea tan ingente ni los peces del fondo del mar presentar tantas denuncias. ¿Cuántas sardinas arrasó la popa del Prestige en su descenso hacia las profundidades? ¿Y cuántas la proa? ¿Quién indemnizará a sus familiares?

En un armario no hay babor ni estribor, ni barlovento ni botella de ron. En un armario hay patas de palo, garfios, casacas, oraciones, arpones y algún que otro cadáver. Es lo bueno de ser una fashion-victim: que siempre nos servirá el sombrero de ala ancha del abuelo filibustero. ¿Qué blanco no tiene un abuelo negrero? Y no nos referimos a razas sino a colores: ¿qué arena blanca no tiene un vendaval de petróleo que viene de lontananza, del tráfico del oro negro, del (como decía Hergé) Stock de coke?

Rock and roll: Black is black, Paint it black y Back in black. O sea: Los Bravos, The Rolling Stones y AC/DC. En la comedia negra Cabeza Borradora, David Lynch proponía una canción de armario emocionante: "En el cielo todo está bien: tú tienes tus cositas y yo también".

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