Cuatro ases
Tres gigantes del fado -Carlos do Carmo, con cerca de 70 años, Camané, en los 40, y Mariza, de 33- cantando juntos en el patio de butacas, sin amplificación, Estranha forma de vida, de Amália Rodrigues y Alfredo Marceneiro, los dos mayores fadistas de la historia. Un final difícilmente repetible para la noche de la V Mostra Portuguesa inspirada por la nueva película de Carlos Saura.
Comenzó Camané, retraído, traje gris y camisa blanca, con la mano izquierda escondida en el bolsillo del pantalón y la derecha aferrada al micrófono. Una sensibilidad distinta, una voz profunda y una forma de interpretar que huye de lo espectacular. Cantó Triste sorte, uno de sus fados preferidos, y abordó Loucura hasta que lo relevó Mariza ("Bendita esta locura de cantar y sufrir"), mientras él se retiraba discretamente del escenario. A Mariza le dio por el fado animoso con Transparente o Maria Lisboa, y a Patrick de Bana por bailar, que es lo suyo. Porque hubo un tiempo lejano, aunque hoy algunos se hagan cruces, en que el fado se bailaba.
FADOS
Mariza, Camané, Carlos do Carmo y Miguel Poveda (cantantes), Luis Guerreiro (guitarra portuguesa), Diogo Clemente (guitarra), Marino Freitas (bajo) y Patrick de Bana (baile). Teatro Albéniz. Madrid, 12 de noviembre.
Amablemente irónico y sereno, Carlos do Carmo encandiló
Mariza y Miguel Poveda compartieron -ella en portugués, él en español- Meu fado meu ("Traigo un fado en mi canto. / Canto la noche hasta ser de día. / De mi pueblo traigo el llanto / en mi canto a Morería") en un encuentro para el recuerdo. Con miradas de admiración mutua: a Mariza casi se le saltan las lágrimas. Fado y flamenco, para restablecer vínculos afectivos -Amália se consideraba una cantante ibérica y admiraba a Carmen Amaya- entre dos formas genuinas de arte popular. El fado no tiene conservatorio ni se enseña en las escuelas, pero tiene maestros de los que aprender, y uno de ellos es Carlos do Carmo. Con Duas lágrimas de orvalho, Mariza le cedió el testigo al hijo de la gran Lucília do Carmo -ella fue quien le dio el consejo de cantar y cantar hasta que aprendiera-, que cuenta sus apariciones -bromea con que le han cambiado su whisky por agua- desde que su salud se tornó frágil. Carlos do Carmo se trajo versos de Saramago, Fernando Pessoa y Alexandre O'Neill, esos grandes poetas portugueses a los que han recurrido los principales fadistas. Música y poesía unidas en el fado. Recordó Um homem na cidade, el himno de Ary dos Santos ("Agarro a madrugada / como se fosse uma criança") que supuso una cierta renovación para el fado durante los años setenta, y Por morrer uma andorinha, fado esperanzado -triste, pero alegre, dijo-, que también está ya en la memoria colectiva de su país.
Amablemente irónico y sereno, caballero siempre, Carlos do Carmo encandiló al respetable, al que hizo acompañarle en Lisboa, menina e moça, una de sus canciones más conocidas. Fado es destino y el nombre de ese canto de orígenes inciertos que ahora está viviendo una segunda edad de oro. Y que tiene que ver con el carácter y la manera de estar en el mundo del portugués.
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