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Entrevista:DAVID GROSSMAN | Escritor

"Los israelíes somos una armadura sin ninguna persona dentro"

José Andrés Rojo

En Delirio, una de las dos novelas breves reunidas en La memoria de la piel (Seix Barral), David Grossman (Jerusalén, 1954) cuenta la historia de Shaul, un hombre que embarca a su cuñada Esti en un incómodo viaje nocturno para buscar a su mujer. "Me gustan las situaciones límite", explica el escritor israelí, que estuvo de paso en Madrid hace poco cuando viajó a Valladolid a recoger uno de los premios, el de Letras, que otorga la Fundación Cristóbal Gabarrón. "Y la de los celos es una de ellas".

Lo que hay en Delirio es un coche, una carretera y dos personas que viajan dentro y que se ponen a hablar. "Tardé 11 años en encontrar al personaje al que Shaul va a contar su tormento. Probé de todo hasta que un día apareció Esti y supe que lo que ocurría con ella era verdad". Es una historia llena de sutilezas. Lo que va contándole Shaul a Esti es materia de alto voltaje, forma parte de su mundo secreto, nadie puede realmente comprobar si lo que dice es verdad o mentira. Ahí está la ambigüedad, ahí surgen los ecos de su infierno. En la otra novela, la que da título al volumen, una escritora desentraña sin ninguna piedad los entresijos de la aventura con un adolescente de su madre moribunda. De nuevo un tema excesivo, de nuevo la contención como procedimiento para sortear los abismos.

"Los judíos no podemos liberarnos de la condición de víctimas"
"El celoso es aquel que construye un paraíso para ser expulsado de él"
"Para que haya paz, los palestinos deben resolver sus contradicciones"

A David Grossman se le conoce sobre todo por su incansable dedicación a la tarea de conseguir la paz entre israelíes y palestinos. Su obra literaria ha quedado, por desgracia, oscurecida por su activismo político. "En mis libros hay con frecuencia gente que cuenta historias a otra gente", dice. "Cuando pones una historia en palabras te transformas y el que escucha se transforma también. Lo que ocurre es que muchas veces quedas atrapado por la historia que te has contado, que te han contado. Es lo que ha ocurrido con los judíos, que no podemos liberarnos de la condición de víctimas. Ni de sabernos el pueblo elegido, con toda la soledad que deriva de ello".

"Cuando escribo quiero enfrentarme con todos mis fantasmas", cuenta Grossman, "llegar dentro de mí a todos los lugares a los que no me permito llegar. Que todo pueda ser dicho, que salga lo más oscuro y que tome un poco el fresco. No quiero protección, quiero que el suelo tiemble bajo mis pies. Mi talante moderado y conciliador lo dejo para la política, que es donde hace falta. Al escribir prefiero escarbar en emociones extremas. Y los celos son de lo peor que hay en nosotros. La paradoja es que no quieres dejar de ser celoso cuando su veneno te ha atrapado. Y es que hasta las personas más sosas se transforman cuando están quemadas por ese fuego y son capaces de imaginar las situaciones más escabrosas e inverosímiles", apunta. "No serían nada si no fueran celosos. De hecho, a través de los celos reinventan la pasión que poco a poco se marchita en una relación duradera. Es lo que ocurre con Esti, que al escuchar la intensidad de lo que padece Shaul, de alguna manera lo envidia y ella misma recuerda de pronto a algún viejo amor. Todo se transforma abruptamente. El celoso es aquel que construye un paraíso para ser expulsado de él".

El año pasado, el 12 de agosto, dos días después de haber reclamado el cese de hostilidades entre Israel y Líbano en una rueda de prensa junto a los escritores Amos Oz y A. B. Yehoshua, uno de los hijos de David Grossman, Uri, murió en una de las incursiones de las fuerzas israelíes en territorio libanés al ser alcanzado por un misil antitanque de Hezbolá. Cuando el escritor relata un reciente viaje con su familia a Perú y Bolivia, repitiendo uno anterior que habían hecho con Uri, el dolor atraviesa su rostro como una ráfaga. "Los palestinos y los israelíes no hemos dejado de actuar contra nuestros propios intereses. Cuando llegamos a una encrucijada, siempre elegimos el camino de la violencia. De todas las posibilidades, nos quedamos con la guerra. Es como una condena divina".

"No volveremos a contar con la infinita ternura de Uri, la tranquilidad con la que apaciguaba todas las tormentas", escribió poco después Grossman en un artículo, Nuestra familia ha perdido la guerra, publicado ese mismo mes en este periódico. Pierde la guerra la familia de Grossman, pero en realidad la están perdiendo palestinos e israelíes desde hace años.

Como todos los israelíes, Grossman ha pasado una larga temporada en el ejército. Allí aprendió a meditar. Es una técnica que sigue cultivando para conservar la calma en medio de las tempestades. "Intento que mi obra literaria no sea devorada por mis preocupaciones políticas", confiesa, pero reconoce que a veces es inevitable y que lo que pretende es mantener el necesario equilibrio entre literatura y su compromiso político inmediato.

Hace poco, y con la valentía que caracteriza sus intervenciones, Grossman, y Oz y Yehoshua y otros 12 intelectuales fueron rotundos: pidieron a Olmert que negociara un alto el fuego con Hamás, el partido fundamentalista que domina la franja de Gaza y que incluso la Unión Europea ha proscrito.

"No soy ingenuo", explica el escritor. "Irán quiere borrar a Israel del mapa, y Hamás también. Pero no habrá paz sin ellos y todos estamos cansados de la guerra. Hace 30 años me calificaron de traidor cuando dije que Palestina necesitaba un Estado. Hoy no comparto el optimismo de quienes celebran la separación entre una Palestina fundamentalista y otra moderada. Para que haya paz, los palestinos tienen antes que resolver sus contradicciones internas".

Cuenta Grossman que los israelíes hablan de hamatzan, cuya traducción literal es "la situación", cuando se refieren a los desastres que padecen. Uno de ellos es el muro que los separa de los palestinos. "Ahí vemos al otro como el reflejo de nuestros propios temores. Y no tiene sentido. Pero nos hace falta una frontera fija. Desde que existe Israel sus límites no están definidos, se mueven permanentemente, y por eso existe la tentación de conquistar nuevos territorios. Hemos llegado al punto en que sólo somos una armadura sin ninguna persona dentro. Hay que definir nuestro espacio para saber quiénes somos y quiénes son ellos".

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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